A través de los años han surgido diversas historias en el gremio militar los cuales se han ido convirtiendo a través del tiempo en mitos. Muchos de estos personajes se han ganado el aprecio y el respeto, o en su defecto el desprecio colectivo.
Precisamente en el desarrollo de cada una de las operaciones tácticas en el terreno, en las diferentes áreas geográficas del país, han surgido todas estas historias tanto de hechos con armas, como actos de valor acreditado, en donde los señores generales han demostrado con frialdad su toma de decisiones, las cuales marcarán el final en el ocaso de su carrera. Los Jefes son quienes llevan el peso de la administración directa de sus unidades, ellos son responsables de que la misión se cumpla en tiempo y espacio, los oficiales son los principales responsables de la ejecución y materialización de la concepción de las operaciones, quienes junto con su tropa, dan cumplimiento a las órdenes, para alcanzar los objetivos trazados por el Comandante Supremo.
En ese inter, cada escalón de mando, va sufriendo los embates y la responsabilidad del fracaso, es por eso, que el honor es tan importante y sublime en la casta de los militares. Antes de deshonrar el uniforme militar es preferible la muerte, ante el deshonor, ¿o acaso estoy mintiendo? Por eso recordamos a todos aquellos militares que han ofrendado su vida para proteger a nuestro amado México, que sin duda, serán siempre los héroes anónimos y que en algún momento de su vida serán recompensados.
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El pasado 20 de noviembre Mujeres y hombres militares fueron galardonados con su merecido ascenso en su ruta profesional, lo cual es un orgullo para su familia y satisfacción personal.
Retomando una columna que escribí hace algunos años y que titulé “¿Qué pasaría si nos quedáramos un día sin Ejército, Marina y Guardia Nacional?”, señalo que durante los últimos años hemos visto las críticas que hacen intelectuales, especialistas y grupos colectivos de derechos humanos respecto al trabajo de las Fuerzas Armadas en el país, por lo que me encantaría que solo por un día todos los elementos castrenses se regresaran a sus cuarteles militares y no tuvieran interacción alguna en funciones de seguridad pública. Entonces así y solo así, se darían cuenta del trabajo que está haciendo el personal militar en esas tareas, que nos queda claro no son propias de su adiestramiento y funciones, pero que han tenido que salir a realizar debido al desastre de inseguridad en que está sumido el país. Me gustaría plantear un par de escenarios para que todos aquellos que han hecho sus carreras atacando al ejército y a la marina entendieran cuál es la realidad y no sigan tergiversando datos para sacar raja política y buscar reconocimiento público que les termine dando un hueso político.
Los turnos del personal militar no son como los de la gente normal, cumplen horarios de trabajo cercanos a las 18 horas diarias. Se encuentran desplegados por toda la República mexicana, dejando familias en casa sin saber si van a regresar, a eso súmenle que se deben cumplir con todas las misiones encomendadas, aunque no hayan los recursos materiales para hacerlo; y el comandante que no se las ingenia para dar resultados con lo que tiene se le considera mal comandante, así de fácil.
La verdad es que tenemos dos realidades distintas, una la que los analistas y especialistas ven en los números y estadísticas, y la otra la realidad que se vive en la calle, en el campo, en las operaciones, esas que no son contempladas en un papel, que se analizan desde la comodidad de un escritorio, esas que sólo el que las vive sabe cómo reaccionar. Es muy fácil decir que el incremento de homicidios violentos es por culpa del personal militar, pero estas declaraciones se hacen sin ningún fundamento. Con los mismos datos que ellos utilizan, se puede demostrar que el alto índice de muertes violentas en el país no tienen nada que ver con que los militares ahora se estén encargando de cuestiones de seguridad pública.
De las poco más de 60 mil muertes violentas desde el 01 de diciembre del 2018 al 01 de septiembre del 2020, el número de fallecimientos en enfrentamientos con elementos militares es menor del 0.60%. Así se demuestra que el alto índice de letalidad de las Fuerzas Armadas –que tanto han utilizado como lema de desprestigio– es falso. Con los poco más de 200 mil elementos castrenses que interactúan todos los días con civiles, entre seguridad pública, fuerzas de tarea, protección civil, erradicación de plantíos, labor social, etc, están interacciones son mayores a 7 mil diarias, eso multiplicado por los 640 días que se llevarían de gobierno nos darían 4,480,000 interacciones en lo que va del sexenio, entre personal militar y los ciudadanos de México, entonces ¿cuántos muertos existen en esas millones de interacciones entre civiles y militares?
La realidad es que los militares no deberían andar de policías, lo sabemos todos, pero ante el fracaso de la seguridad pública han tenido que salir a cumplir nuevamente con la necesidad de dar certeza jurídica a la población civil. Desde hace 18 años se ha abusado del uso de la milicia y se abandonó la profesionalización de la policía, a eso hay que sumarle que en México no existe una estructura donde se respete el servicio civil de carrera. Los puestos, por lo general, son utilizados por políticos con escaso conocimiento en seguridad, no entienden las necesidades más básicas del personal policiaco, además de que siempre ha existido una confrontación entre los mandos policiales y los mandos militares. Se tienen visiones distintas del mismo problema. Muchos analistas que hoy leemos en diferentes medios de comunicación y redes sociales, aunque traten de ocultarlo, atacan todo lo que huela a verde militar.
Sería interesante que por un día el personal militar regresara a sus cuarteles y se desentendiera de la seguridad pública, entonces sí nos daríamos cuenta del alto índice de violencia que se vive en el país. Veríamos a los grupos del crimen organizado establecer retenes, cobrar derechos de piso, tomar vehículos, bienes y todo lo que quisieran sin el menor recato; no habría nadie que se los impidiera; habría secuestros masivos, despojo de tierras, robos, quemas de vehículos, entonces sí veríamos el clamor popular de regresar a los militares a apoyar en funciones de seguridad pública. Siempre duele más el cuero que la camisa. En la doble moral que manejamos como sociedad es más fácil criticar al personal militar, que exigirle al político que tenga una fuerza policiaca profesional para dar garantías mínimas a la ciudadanía de que el presupuesto para seguridad no se desviará en compra de votos o empresas fantasmas para sacar una mochada. Es más fácil echarle la culpa a los militares que a los delincuentes que matan y secuestran a nuestros hijos, hermanos, padres o familiares.
En conclusión, con un día que Juan Botas regresara a los cuarteles, los detractores de la milicia se darían cuenta que gracias a ese soldado que tanto critican pueden estar tranquilos durmiendo en su casa sin que ningún delincuente llegue a cobrarle el derecho de vivir en ella, ya que ese soldado está dispuesto a arriesgar la vida para cuidar a quien lo critica.
Por supuesto que hay malos elementos, como en todos lados, pero son los menos. Por supuesto que existen mandos militares y navales que han aprovechado su puesto para enriquecerse, pero también son los menos. El soldado tiene que cumplir jornadas extenuantes de 18 horas, con el mismo sueldo, con más responsabilidades, sin tener oportunidad de criar a sus hijos y cuidar a sus familias porque renunció a ese derecho por la obligación de cuidar a tus hijos y a tu familia, pero tú no estás dispuesto a tener esa conversación.
Por último, felicito a todas las mujeres y hombres que con su esfuerzo y dedicación ven recompensado todos esos años de trabajo con el tan anhelado ascenso al grado inmediato superior.