En el último par de semanas, se desarrollaron tres procesos electorales que –a mi juicio– conllevan lecciones comparativas muy interesantes para México. Me refiero a la segunda vuelta presidencial llevada a cabo el pasado domingo 15 de octubre que definió al nuevo mandatario del Ecuador, así como a la primera vuelta para elegir al nuevo titular del Ejecutivo en Argentina y la realización de las elecciones primarias para definir quién encabezará a la oposición venezolana el próximo año para enfrentar al régimen encabezado por Nicolás Maduro, que apenas se acaban de realizar el pasado domingo 22 de octubre.
¿Qué tienen en común los tres procesos aquí referidos y cómo pueden ser de utilidad para México? En primera instancia, nos remiten a situaciones políticas dominadas por elementos de polarización socioeconómica muy severas y que han puesto a los mecanismos institucionales dentro de un contexto de fragilidad muy cercano al quiebre, y en donde el sistema electoral y de partidos están muy rebasados de cara al papel de los medios de comunicación y otros poderes fácticos que han venido a ocupar el lugar que anteriormente poseían en exclusiva para canalizar las demandas sociales de participación y el acceso a bienes y servicios.
Los tres países se han desgastado en lo que pueden definirse como divisiones antagónicas ya sean de clase o región. Por ejemplo, en el Ecuador contemporáneo sigue siendo polémico el debate entre la Costa (con sede de Guayaquil) y la Sierra (asentado en la capital Quito) que combina ahora las presiones dejadas por los partidarios de Rafael Correa en contra de los grupos cívico-empresariales que pudieron sostenerse pese a la crisis generada por la salida anticipada de Guillermo Lasso, pero que hicieron triunfar a Daniel Noboa en una segunda vuelta que se veía incierta debido a los bajos niveles de votación obtenidas por las dos candidaturas que pudieron pasar a la siguiente ronda.
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El caso argentino también se muestra muy interesante debido al fenómeno ultraderechista de Javier Milei, que bajo su propuesta libertaria descolocó a los dos grandes bloques que habían dominado el escenario albiceleste como lo eran el PRO y el peronismo justicialista. El carácter extremista de Milei ciertamente hizo reaccionar al electorado y parece que se están dando las condiciones o bien para generar un gobierno minoritario sin fuerza (lo cual no cambiaría mucho al panorama actual de crisis e hiperinflación). O bien puede forzar a un intento de pacto coalicional donde el ganador que surja de entre Milei o el líder peronista Sergio Massa deberá dialogar con las fuerzas que quedaron al margen en la primera vuelta para tener un mayor margen de gobernabilidad, pero a costa de realizar concesiones que no necesariamente puedan ser de tipo reformador, tal y como las necesitan en la nación argentina.
El tercer caso remite a revisar los esfuerzos que están permitiendo a la oposición política venezolana decidir un método de selección para presentar una candidatura única ante la autocracia cívico-militar que ha gobernado a Venezuela. Llegar a este mecanismo no es un asunto fácil, debido a los controles legales e institucionales que restringen a la participación política en dicho país, que precisamente mantiene proscrita a la principal figura crítica del sistema, como lo es María Corina Machado, mediante un resolutivo a cargo de las autoridades electoral y fiscal, mismas que están literalmente sometidas al Ejecutivo desde tiempo atrás.
Ver los escenarios de estos países hace pensar en que nos estamos asomando a tres puertas que nos conducen a situaciones que pudieran presentarse en nuestro país si no somos capaces de privilegiar un diálogo amplio entre las diversas fuerzas antes que imponer la vía de acción propia como la única aplicable.
En este sentido, lo que se avizora en México aún nos permite pensar que la vigencia de las reglas institucionales pueda controlar las tendencias que los esquemas de polarización ya presentes, pero con ello nos exponemos también a situaciones de nunca acabar o hasta que se toque fondo en los agravios, y sea la propia sociedad quien deba decidir cómo puede ser capaz de poner un alto concreto y eficaz a dicha tendencia a la erosión de la propia democracia.
Por otra parte, resulta interesante ver otro de los efectos de la polarización, al margen de que los sistemas electorales sean a dos vueltas (como ocurre en Ecuador y Argentina) o solo a una vuelta (como pasa en Venezuela y México, que además se rigen por sexenios), en tanto obliga al electorado a buscar rutas para optimizar sus preferencias, precisamente con la realización de primarias. Sin embargo, tener un sistema a dos vueltas (como se intentó legislar en el pasado) no es una garantía en sí misma de mayor participación, ni siquiera teniendo el voto obligatorio con sanciones, dado que la ciudadanía muchas veces considera que no hay nada en juego y decide no participar. O bien se encuentra intimidada por la violencia o la coacción clientelar y decide no tomar riesgos.
Como puede notarse, el agotamiento de la credibilidad electoral y de los partidos es un factor de riesgo que no se puede desatender. Es por ello que lo acontecido en fecha reciente dentro de las sesiones del Consejo General del INE debe ser motivo de preocupación, por cuanto una autoridad abiertamente dividida difícilmente puede mantener un ambiente de control dentro del proceso que está bajo su responsabilidad. Por ello, debe llamarse la atención al respecto, a la luz de lo que puede observarse en otras latitudes de la región latinoamericana.