Durante el año de 1917 la situación en el país fue bastante compleja y convulsa ya que se encontraba inmerso en un conflicto social y político al cual se le nombró como Revolución Mexicana. Esto trajo consigo una serie de problemas que sumergieron a la Ciudad de México en una crisis que tocó diferentes esferas: la política, social, económica y de salud, entre otras. Así, las epidemias de enfermedades como el tifo y la sífilis azotaron a la ciudad, principalmente por la falta de higiene y de recursos, sumados al hacinamiento en las colonias de la periferia.
Es en este año con el cambio de gobierno y la promulgación de la Constitución de 1917, se buscó romper con el pasado e instaurar un nuevo orden, esto implicó la renovación y aparición de nuevas instituciones, sin embargo, un organismo que se mantuvo vigente fue el Consejo de Salubridad General debido al gran resultado que tuvo durante el porfiriato.
Así el Dr. José María Rodríguez, quien era el presidente del Consejo de Salubridad, dio la pauta para la creación del Departamento de Salubridad el cual buscó inmediatamente dictar las acciones necesarias para un control sanitario, ya que desde años anteriores la ciudad se había enfrentado a diversas epidemias como la de tifo, sífilis, influenza, tuberculosis, entre otras. Por lo tanto, la intervención debía de ser pronta y eficaz, así se aplicaron una serie de medidas a toda la población, siendo un sector importante de vigilar el de las prostitutas y los lugares donde estas ejercían sus servicios.
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De acuerdo con las actas del Ayuntamiento Provisional de 1917, muchas de las denuncias que se realizaban en contra de las prostitutas por parte de los civiles tenían que ver con faltas a la moral, la mala imagen que daban al vecindario, el exceso de ruido, disturbios, estar en un lugar prohibido y consumo de alcohol. En cuanto a las denuncias que realizaban los inspectores de sanidad o las que realizaban los policías encontramos las siguientes categorías: estar en un lugar prohibido, no contar con el permiso del gobierno, venta de alcohol, disturbios, no cumplir con las normas de salubridad y estar en la calle ‘exhibiéndose´.
Sin embargo, a pesar de que se les trataba con sumo control y se les vio como un problema social, moral y de salud, se toleraba dicha actividad y los lugares designados para ello ya que se les vio como un ´mal necesario´, donde era mejor mantener a las prostitutas dando servicio que prohibirles a los clientes que desahogaran sus deseos reprimidos. Entonces, la reglamentación de los lugares era importante, puesto que permitía mantener el orden social y la buena imagen pública mientras las actividades continuaban.
Así, la concepción moral y social de la época no sólo las mantuvo dentro de los lugares, sino que además las mantuvo concentradas en zonas marginadas de la ciudad, es decir, estaban aún dentro de ella, pero en las partes más alejadas del centro, ubicándolas principalmente en la zona norte.
El gobierno hizo lo posible por mantener un control social, moral y económico pero la guerra complicó todo, de hecho, Rodríguez de Romo, en su artículo, nos dice lo siguiente:
“La guerra tuvo profundas consecuencias en materia de salud: epidemias, hambrunas, enfermedades causadas por la pobreza y las malas condiciones de higiene. Se desplomó el ideal de medicina preventiva que se había logrado años antes por culpa de la desorganización y las dificultades económicas causadas por la guerra. En materia científica, se frenó bruscamente el desarrollo en investigación médica que se alcanzó en los últimos veinte años”.
La crisis las empujó a dedicarse a la prostitución, sin embargo, esta misma crisis y el intento del gobierno por mantener orden a pesar de las dificultades, las mantuvo bajo control y vigilancia. Debían permanecer dentro de los burdeles y prostíbulos los cuales, a su vez, debían de cumplir con las normas sanitarias para poder funcionar y dar servicio, de lo contrario se les imponía una multa, se clausuraba el lugar y de ser necesario, a las prostitutas encontradas en el momento de aplicada la sanción, eran llevadas a la cárcel.
Si todas ellas ejercieron de manera voluntaria o no, eso se desconoce por ahora y nos da la posibilidad de abrir un siguiente estudio donde se analice si aquellas mujeres acudían voluntariamente a solicitar permiso o lo hacían porque su “jefe” (madrota, proxeneta, alcahueta, etc.) se los solicitaba sin tener más remedio que obedecer y buscar tal permiso porque a final de cuentas, desde cierto punto era mejor tenerlo a estar en la clandestinidad, sobre todo en este año donde las rutinas de vigilancia por parte de los inspectores y policías eran comunes y continuas.
Esto nos permite ver que el control al que estaban sometidas era duro, claro está que había que mantener un orden social y de salud en la época, sin embargo, siempre se hallaron ante una situación de vulnerabilidad, marginalidad, maltrato y rechazo.
Bibliografía complementaria
Aréchiga Córdoba, Ernesto, “Educación, Propaganda o “Dictadura Sanitaria. Estrategias discursivas de higiene y salubridad públicas en el México posrevolucionario, 1917-1945", Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, enero-junio 2007, núm. 33.
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Rodríguez de Romo, Ana Cecilia y Martha Eugenia Rodríguez Pérez, “Historia de la Salud Pública en México: siglos XIX y XX, História, Ciências, Saúde Manguinhos, julio-octubre 1998, < https://www.scielo.br/j/hcsm/a/LmH7CcGPqjNjZK6MkxCBDQH/?lang=es# > [ Consulta: 3 de diciembre de 2022].
Secretaría de Cultura, Secretaría de Salud: La salud en la Constitución mexicana, INEHRM, México, 2017.
Speckman Guerra, Elisa y Fabiola Bailón Vásquez, Vicio, prostitución y delito. Mujeres transgresoras en los siglos XIX y XX, UNAM, México, 2016.
* Ariadna Briceño Cabello
Estudiante de la Licenciatura en Historia en el Instituto Mora. Mis intereses van enfocados en temas que tienen que ver con el urbanismo, arquitectura y arte. Actualmente me encuentro desarrollando temas que tienen que ver con la Ciudad de México durante el siglo XX, principalmente enfocados en distribución de la ciudad y traza urbana.