Parece que al interior de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) por fin hay un reconocimiento de que estamos transitando hacia un nuevo orden mundial caracterizado por la multipolaridad, al menos así lo deja ver el informe de la ONU titulado la Nueva Agenda para la Paz publicado el mes pasado y en el que explícitamente se advierte sobre el desgaste y la desconfianza en las potencias occidentales (Estados Unidos, Europa y Japón) y se reconoce la fragmentación del poder mundial que está dando paso a la consolidación de nuevas zonas de influencia y nuevos bloques económicos, así como también de están redefiniendo los ejes de disputas.
En su Nueva Agenda de Paz, la ONU no hace referencia a ningún país concretamente y tampoco identifica apropiadamente a las potencias emergentes, pero sin duda quizá entre los cambios más notorios en el equilibrio de fuerzas internacionales ha sido el ascenso de los BRICS y China, basta mencionar el asombro que causó entre propios y extraños que el G20 pidiera liquidez a países como China, India e Indonesia para atenuar los efectos de la crisis de 2008 en el sistema bancario de occidente, hecho que un año más tarde contribuiría al establecimiento del bloque BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). El crecimiento de China por sí sólo ha sido extraordinario, lo que más destaca es que el coloso asiático ha logrado una transformación estructural que va desde el ámbito macroeconómico pasando por las finanzas, el desarrollo industrial y el comercio internacional, hasta la economía digital, y que en conjunto hicieron que China pasara de un centro de ensamblaje global a un líder digital global.
Con China en esta posición, el ascenso de los BRICS y el estancamiento de las potencias tradicionales hacen, por ejemplo, que la Iniciativa de la Franja china que se ha expandido mundialmente sea un proyecto con el que Occidente pueda competir por ser esencialmente un programa de desarrollo comercial Sur-Sur en línea con la agenda las Naciones Unidas para la Cooperación. Por el contrario, Occidente, específicamente Estados Unidos, ha adoptado una ofensiva política y militar; basta mencionar la Estrategia de Defensa Nacional durante el mandato de Donald Trump en la que básicamente los principales problemas de los estadounidenses fueron el ascenso de China y Rusia; sin dejar de mencionar que durante años las flotas de Estados Unidos y sus aliados han realizado ejercicios de “libertad de navegación” en territorios del Ártico ruso y en el mar de la China Meridional; además del acuerdo armamentístico que los estadounidenses celebraron con Taiwán en 2015 y el retiro de los primeros del Tratado sobre Fuerzas Nucleares Intermedias en 2018.
Con estos contextos, subrayo que en la Nueva Agenda de Paz hay una ausencia de un análisis profundo de la situación mundial en términos de paz y seguridad temas a los que la ONU sólo da soluciones vagas, aunque hay que reconocer que la única propuesta palpable es la relacionada con el control de armas y de la cual ya se están recopilando proyectos de organizaciones de la sociedad civil para que durante la Cumbre para el Futuro que se celebrará en septiembre de 2024, se adopte una declaración sobre el control de armamento y desarme, así como una menor desviación de recursos para el desarrollo económico y social.
De hecho, en la Nueva Agenda de Paz la ONU destaca, por un lado, que los gastos militares a nivel internacional alcanzaron los 2,24 billones de dólares pero no reconoce que tres cuartas partes de esos recursos lo ejercieron los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y por el otro, que se calcula que los fondos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible ascienden a 3,9 billones de dólares, lo que lleva a pensar que casi la mitad de este costo podría pagarse con el comercio de armamento.
Más allá de la falta de coherencia y de concreción de la Nueva Agenda de Paz de la ONU, el documento resulta de gran interés toda vez que menciona lo que los miembros de la organización deben hacer para evitar que los riesgos geopolíticos aumenten y para abordar brotes de violencia interna; básicamente la Nueva Agenda de Paz es un documento sobre cooperación multilateral en un orden mundial fragmentado al que la ONU debe adaptarse para facilitar la cooperación internacional en lugar de liderarla y en el que se propone redactar nuevos tratados para minimizar los riesgos de ciberataques, evitar guerras armamentistas en el espacio exterior, gestionar las aplicaciones militares de la inteligencia artificial y abordar peligros biológicos. No obstante, la cuestión que queda en el aire en este punto es que se debe estar consciente de que los riesgos y amenazas no surgen de un poder mundial fragmentado, sino que las potencias tradicionales de occidente se nieguen a aceptar los cambios que están ocurriendo.