#INTERMEDIOS

Los medios y los discursos de odio: ¿parte del problema o de la solución?

Los discursos de odio políticamente motivados que prevalecen en ambientes muy polarizados favorecen la existencia de medios alineados a esos discursos y les sirven de plataforma. | Mireya Márquez

Escrito en OPINIÓN el

Seguro tiene usted esta controversia muy fresca en su memoria: hace algún tiempo, como parte de una de las muchas caravanas de migrantes centroamericanos que atravesó el país en ruta hacia Estados Unidos, una mujer hondureña se hizo viral por quejarse de la comida provista por un albergue de Tijuana. Mostró los alimentos a las cámaras de una televisora y los comparó con los que dan a los cerdos en su país. El video de sus declaraciones aparentemente espontáneas –dadas en un contexto de probable cansancio, desesperación y quizás hambre– no sólo se viralizó en las redes con un popular hashtag, sino que pronto desató una inusitada ola de discursos de odio contra ella y, por extensión, contra los migrantes centroamericanos. 

Los medios nacionales e internacionales rápidamente se hicieron eco de la sensacional historia que maquinaba una narrativa recurrente: el orgullo nacional lacerado por una migrante desagradecida con la aparente generosidad de los mexicanos. Susceptibilidades heridas aparte, lo cierto es que detrás de esa supuesta indignación nacionalista el discurso implícito parecía ser: ¿cómo se atrevía esta mujer –a la que el imaginario colectivo considera subalterna, pobre, morena, hondureña, sin papeles– a quejarse? Y a partir de esta premisa pareció justificarse toda clase de improperios racistas, xenófobos y misóginos, así como insultos y amenazas de muerte y tortura para ella y los suyos. 

El tsunami de odio se hizo patente, visible y dominante contra la comunidad centroamericana, históricamente discriminada en México. Tal odio no es ajeno a otras noticias, en apariencia inocentes, que también generan olas de virulencia xenófoba y racista en redes: desde recomendaciones de destinos de viaje –digamos, Tegucigalpa– hasta partidos de fútbol que involucran a equipos de México y de esos países vecinos. 

Pero en el caso que hoy retomo como ejemplo, sin necesidad de que los propios medios hicieran explícito algún discurso discriminatorio, la amplificación de la noticia por otros medios y el seguimiento de la controversia y las reacciones en sí sirvieron de combustible para su viralización. Por supuesto, hay que decir que los medios que presentaron la noticia no promovieron intencionalmente ningún discurso de odio. Dirían que su papel es simplemente transmitir y reportar lo que pasa. Ya las reacciones que se generen son harina de otro costal, fuera de su campo de acción. Pero es aquí donde la ONU, la Unesco y otras organizaciones que promueven el periodismo ético, responsable y justo ante los discursos de odio, tendrían algo qué decir: cuando los medios inadvertidamente son parte del problema al amplificar y visibilizar los discursos inflamatorios, o al dejar sin moderar los comentarios incendiarios de las audiencias que reaccionan a sus encabezados y noticias, también deben apostar por ser parte de la solución.

¿Pero qué son los discursos de odio y por qué los medios –sobre todo digitales– pueden ser parte del problema? La ONU ha definido los discursos de odio como cualquier comunicación en forma oral, escrita o de comportamiento, que ataque o utilice lenguaje peyorativo o discriminatorio con referencia a una persona o un grupo en función de quiénes son: de su religión, etnia, nacionalidad, color de piel, ascendencia, género u otro factor de identidad. Con frecuencia, los medios digitales promueven noticias tendientes al sensacionalismo, la alarma y la espectacularización para generar indignación, miedo o conmoción. Es sabido que los internautas suelen reaccionar y tener más engagement –clics, reacciones o comentarios— con informaciones polémicas que apelan a sus emociones más inmediatas y no necesariamente a su raciocinio. Estas noticias son más propensas a elevar las métricas que se traducen en ganancias.

Pero no sólo es por ganancias que los medios con frecuencia contribuyen a visibilizar y dar eco a los discursos de odio, especialmente en la era digital, cuando muchas de las noticias controversiales provienen de contenido generado por el usuario. Los contenidos de los medios obedecen a rutinas de trabajo que privilegian las declaraciones, las reacciones, los conflictos y las controversias, por lo que las palabras polémicas de un personaje público serán noticia, no sus posturas moderadas y anodinas. La dualidad de un fenómeno presentado en blanco y negro es más fácil de reportar y entender que la complejidad, ya que las posturas radicales son más simples de entender. Además, desde la perspectiva discursiva, los contenidos de los medios reflejan y legitiman el sistema de valores de una sociedad, y con ellos, las ideologías, filias, fobias y prejuicios de sus audiencias. El machismo, la homofobia, el clasismo, el racismo o la gordofobia, por ejemplo, están profundamente arraigados en la sociedad. 

Por ello, a través de encuadres simplistas y ciertos tipos de representación de grupos marginados, los medios contribuyen a normalizar y legitimar los estereotipos y prejuicios, especialmente en coyunturas de alta conflictividad. Por si fuera poco, los discursos de odio políticamente motivados que prevalecen en ambientes muy polarizados –donde los grupos y sus líderes se atrincheran en los extremos para generar controversias capaces de darles publicidad y atraer los reflectores— favorecen la existencia de medios alineados a esos discursos y les sirven de plataforma. En definitiva, sin un cuidadoso trabajo periodístico, se legitima el linchamiento social a minorías que ya de por sí son discriminadas y están en desventaja histórica

¿Cómo pueden los medios ayudar a combatir los discursos de odio? Cualquier recomendación pasa siempre por anteponer el servicio público, la responsabilidad social y la ética a las lógicas inmediatistas y a las presiones comerciales. Se requiere establecer estándares editoriales que eviten reproducir estos discursos de odio sin el debido contexto y matiz, a fin de priorizar coberturas que aclaren y expliquen las posiciones, motivaciones e impacto de quienes lanzan declaraciones incendiarias. Un reporteo justo y equitativo debiera evitar tanto amplificar el discurso de odio de personajes públicos tipo Donald Trump y sus seguidores más virulentos, como someter a cualquier ciudadano al odio de las turbas digitales, como en el caso de la mujer hondureña. Se trata de favorecer coberturas más sensibles y humanas, según la Red de Periodismo Ético.

Por si fuera poco, los propios medios y periodistas son víctimas del discurso de odio, tanto por líderes políticos y sus seguidores, como por las audiencias. Tan solo en la Ciudad de México, al menos ocho de cada diez lo han sufrido alguna vez, según nuestra más reciente encuesta. El riesgo para los periodistas es real y tangible, como veremos en próximas columnas. Por su seguridad y protección, conviene a los medios ser la solución y no el problema, y a la sociedad contribuir a generar estrategias para contrarrestar los discursos de odio.

* Profesora-Investigadora de la Universidad Iberoamericana