La cadena TelevisaUnivision informó que más de 20 millones de espectadores sintonizaron la televisión abierta para ver a la youtuber Wendy Guevara coronarse como la ganadora del programa de telerrealidad “La casa de los famosos”. La final generó también cuarenta millones de votos digitales, y en la plataforma digital ViX 5 millones de horas consumidas para seguir la transmisión.
En una época en la que anualmente el consumo televisivo y de medios tradicionales va en franca picada, se trata de un fenómeno de masas que, al tiempo que nos retrotrae a más de tres décadas en el tiempo –cuando la televisión abierta aún dominaba el consumo dominical mediático de las familias y la conversación del día siguiente—, se nos presenta también con un twist digital contemporáneo. La empresa informó que el programa fue tendencia en redes sociales todos los días durante sus 10 semanas de transmisión, y la conversación digital, tan sólo en la gran final, involucró a 80 millones de personas. Sin duda, con su carisma, simpatía e historia de vida, la influencer digital y mujer transgénero Wendy Guevara fue clave en el éxito del programa, pues ella ya era famosa por los videos de YouTube, memes, stickers y GIFS antes de serlo por aparecer en televisión abierta.
Habrá quien diga que el éxito es de los visionarios con el tino y el olfato mercadológico de saber que Wendy había probado ser oro puro en las redes sociales y que conectaría con el público por muchas razones, entre ellas por su condición de género y de clase. ¿Qué podría salir mal para la televisora en términos económicos al poner a una mujer transgénero para generar polémica y controversia –y con ello rating y clics asegurados— en una país donde, si bien hay una marcada transformación en los valores culturales de las nuevas generaciones, aún existe un marcado machismo, transfobia y violencia contra esta comunidad? Antes de su celebridad digital –y quizás más a raíz de ello– Wendy ya había enfrentado una gran dosis de lo que sufre la mayoría de mujeres transgénero en el mundo: abuso sexual, acoso, hostigamiento, rechazo, burlas y todo tipo de violencias.
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Por tanto, le propongo cuatro perspectivas para analizar su victoria. Por una parte, es justo la identidad de género e historia de vida de Wendy la que hace a muchos celebrar este episodio como ‘inusitado’. Históricamente, existen discursos ideológicos dominantes que se movilizan en los formatos de entretenimiento de la ficción televisiva, y que se traducirían en representaciones estereotipadas que, a fin de cuentas, contribuirían a perpetuar la invisibilidad y marginalización de las minorías raciales, de clase y de género, como la comunidad transgénero. Por tanto, sería un hito el que por primera vez en México una mujer de esta comunidad tenga tanta cobertura y visibilidad en un programa de entretenimiento en la televisión abierta. Esto no habría sido posible décadas atrás, argumentan, cuando sólo la heteronormatividad y la identidad de género fija prevalecían en la televisión. Como fin último, la visibilización de la comunidad trasngénero sería el fin justificado más allá de las críticas que pueda haber al formato de telerrealidad.
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En respuesta, una segunda postura, de corriente teórica más crítica, argumentaría que Wendy no está en la televisión abierta para reivindicar a la comunidad transgénero, como creen los más ilusos, sino para generar rating y con ello ganancias económicas a la empresa productora del reality show. En un orden capitalista y de propiedad privada de los medios, el narcisismo y el hambre de fama venden, y las ganancias serían el imperativo de la televisión privada, en detrimento de cualquier misión cultural o educativa. Wendy, por tanto, sería meramente una mercancía para ser vendida, consumida y explotada, sometida a la ley de oferta y demanda. Su esencia, su ser y su humanidad serían irrelevantes en esa ecuación: para la televisora, es un mero producto, no una persona. Sólo importarían la conexión emocional que genera con el público: empatía, compasión, odio, en la medida que se traduzca en clics, y con ello, en ganancias.
En contraparte, una tercera visión argumentaría que los medios por sí mismos no tienen toda la sartén por el mango cuando se trata de establecer la forma en que los públicos interactuamos con los productos televisivos. Existirían oportunidades para que el público resignifique y reinterprete esos discursos, y establezca con los personajes y productos televisivos una relación única que sería moldeada por la historia de vida de cada persona.
En ese sentido, gracias a que el formato de telerrealidad es un formato vivo, no estaríamos ante los mismos estereotipos caricaturizados y cómicos de personas transgénero que se manifiestan en otros formatos televisivos de ficción como series y películas, sino que veríamos a Wendy tal como es, con su propia agencia para definir quién es y cómo quiere aparecer ante el mundo. El público se identificaría con ella u otro personaje a partir de emociones únicas que conectan con las vivencias personales y que nos son comunes a todos.
Finalmente, la cuarta postura, y la menos analizada hasta ahora, es la reflexión sobre cómo pueden establecerse paralelismos entre este formato televisivo y los métodos de la democracia electoral. Algunos académicos han visto en los programas de telerrealidad un ejemplo de participación política, de construcción de alianzas y de toma de decisiones al estilo de la “Teoría de juegos”. El voto del público ayudaría a la toma de decisiones dentro de “La casa de los famosos”, y el comportamiento y estrategias para ganar el voto de los concursantes no sería distinto al de los políticos que buscan ganar nuestro apoyo y simpatía a partir de la movilización de emociones y actitudes sobre los concursantes o sus rivales. Para el público, ¿cuáles son las ganancias y pérdidas de votar por expulsar a los concursantes? Para los concursantes, ¿cuáles son las pérdidas y ganancias de aliarse o no entre ellos? Lo cierto es que en la coyuntura actual Wendy Guevara puede al menos presumir de haber obtenido más votos del público que los obtenidos por muchos candidatos presidenciales.