LIBERTAD DE EXPRESIÓN

Premio Nobel a la libertad de expresión

Narges Mohammadi, galardonada con el Premio Nobel de la Paz, permanece recluida en la prisión de Evin en Irán, enfrentando persecución por su activismo en defensa de los derechos humanos. | Leonardo Bastida

Escrito en OPINIÓN el

Todo el mundo lo sabía menos ella, el orbe entero se enteraba de su nombre y de su situación legal. Su esencia trascendía los muros privativos de su libertad, sus causas comenzaron a escucharse fuera del territorio iraní, donde se le impidió externar su voz y denunciar lo que ocurre al interior de su país. Mientras los medios de comunicación lo anunciaban en todos sus espacios, Narges Mohammadi tardó más de 24 horas en saber que había sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz.

Para hacerlo, tuvo que entretejer una red de complicidades al interior de la prisión de Evin, en Teherán, a fin de que algunas personas privadas de su libertad en el área de hombres dieran seguimiento a la noticia a través de teléfonos celulares clandestinos, y luego, enviaran la información al pabellón de mujeres, donde está recluida Mohammadi desde hace ocho años.

El día de su detención, preparó el desayuno a sus hijas y les deseo suerte en sus clases, hacia el mediodía ella ya no estaba en su casa. Por sus escritos y sus opiniones a favor de las mujeres vertidas en los medios de comunicación fue condenada a una década de prisión, bajo el cargo de “acciones contra la seguridad nacional y propaganda contra el Estado” y a 154 latigazos.

El último de estos textos, publicado en el New York Times el pasado 9 de octubre, a propósito del aniversario de la muerte de Mahsa Amini, una joven asesinada bajo la custodia de la policía de la moral iraní por no portar correctamente su hiyab. En su ensayo, la periodista denunció el incremento de detenciones y encarcelamientos de defensoras de derechos humanos en el último año, al grado de sumar más de mil 400.

Pero no sólo eso, también las vejaciones y los abusos sexuales a los que han sido sometidas las recién encarceladas, la mayoría de ellas participantes en las protestas en contra de la represión hacia las mujeres como parte de acciones de disidencia opuestas a los intentos de mantener un férreo control sobre las mujeres bajo el pretexto de seguir ciertas normas religiosas.

Con parte de su vida en prisión, el trabajo de Mohammadi siempre ha privilegiado la defensa de los derechos humanos, la posibilidad de expresar y compartir lo que pasa en su país, buscar la garantía de la libertad de expresión y plantear la posibilidad de un cambio de realidad para las y los iraníes.

Una realidad ampliamente expuesta en otros ámbitos como el cine, arte en el que se han refugiado varios y varias creativas iraníes para cuestionar a su país y su sociedad, y ha sufrido tanta censura, que las películas han ganado los premios más importantes del orbe cinematográfico, pero no se han exhibido en el país natal de las y los realizadores.

Ese ha sido el caso de Bahman Ghobadi, kurdo, conocido por su película Las tortugas también vuelan, quien filmó su última obra en tierras iraníes en 2009, sin un permiso de por medio, por lo cual tuvo que salir al exilio para evitar una aprehensión. A partir de ese momento, se ha hecho famoso por su trabajo pero también por visibilizar las condiciones vividas por artistas en el exilio. Ha declarado que el cine ha sido de las herramientas por las cuales pudo mantener la cordura y una forma de expresión para externar su sentir y su visión.

Otro caso es el de Jafar Panahi, quien se ganó los corazones de muchas personas con la historia de una pequeña niña en las calles de la capital iraní en busca de un pez inmortalizado en la película El Globo Blanco. Después de sus éxitos de fines del siglo pasado, comenzó a ser perseguido por las autoridades gubernamentales por apoyar a mujeres activistas, algunas de ellas asesinadas ante sus posturas políticas feministas.

Parte del castigo recibido por este creativo fue la condena de no poder filmar películas durante dos décadas. Sin embargo, la persecución en su contra se incrementó y estuvo en prisión por ser considerado un peligro para la sociedad iraní. Recientemente fue liberado bajo fianza después de varios meses de encarcelamiento. Además de haberle levantado la prohibición para poder salir del país.

Su trabajo ha sido conocido a nivel mundial por ser elaborado bajo condiciones adversas, sin muchos recursos tecnológicos. Ejemplo de eso es Taxi, donde él mismo conduce por las calles de Teherán y entrevista a las personas para compartir la situación que se vive en el antiguo territorio persa o en Esto no es una película, filmada al interior de su casa, mientras purgaba una condena de arresto domiciliario. Este último filme fue sacado de Teherán hacia París en una USB escondida en un pastel.

De igual manera, Mohsen Makhmalbaf, quien incluso fundó su propia escuela de cine, ha sido víctima de amenazas de muerte, al igual que su hija, Samira, quien comparte el oficio de cinerealización. O el recién liberado, Mohammad Rasoulof, en cuyo último filme, La maldad no existe, denuncia la vigencia de la pena de muerte en Irán, pasó más de ocho meses en prisión por participar en protestas públicas.

El otorgamiento del Premio Nobel a Mohammadi recuerda la importancia de la salvaguarda de la libertad de expresión en todos los rincones del mundo y de la relevancia de esta para la protección de otros derechos humanos. Aunque su vida y la persecución política en su contra parecen más un argumento de película que una situación real, desafortunadamente son evidencias de los intentos de la obstrucción de voces de mujeres a favor de sus derechos, quienes ya no desean ser relegadas a una ciudadanía de segunda.

¡Libertad para Narges Mohammadi!

Leonardo Bastida

@leonardobastida