#NOVEDADESEDITORIALES

El país de enfrente • Ricardo Sheffield

México y Japón, una historia de resiliencia

Escrito en OPINIÓN el

¿Sabías que las jacarandas de México tienen una historia que las conecta con Japón? Aunque son originarias de Sudamérica, fueron introducidas y popularizadas en México a principios del siglo XX gracias al jardinero japonés Tatsugoro Matsumoto. Esta extraordinaria anécdota, junto con muchos otros datos —como la divertida costumbre del karaoke que México ha adoptado con gran éxito o la forma en que los dos países han salido adelante después de las catástrofes provocadas por los terremotos— nos la revela el autor de este libro que explora las insospechadas conexiones entre estas dos naciones que, a pesar de sus diferencias culturales y económicas, comparten una historia común.

A través de relatos paralelos, “El país de enfrente” revela la influencia japonesa en México y profundiza en las relaciones diplomáticas y comerciales entre ambos países para ofrecer un panorama completo de las coincidencias históricas, los intercambios culturales y los vínculos que unen a estos dos lejanos pueblos separados por un océano.

El país de enfrente. | Ricardo Sheffield

#AdelantosEditoriales

Fragmento del libro de Ricardo SheffieldEl país de enfrente”, publicado por Ariel, © 2025. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

INTRODUCCIÓN

¿Por qué llamarlo el país de enfrente, cuando México está a 8?900 kilómetros de distancia de Japón? No suena como un lugar que se encuentra tan enfrente. Sin embargo, bajo otra óptica, a la costa este de Japón le quedan esos miles de kilómetros de océa­no Pacífico de por medio con Norteamérica, con la costa del Pacifico norte de México, sin que ningún otro país se interponga en esa geografía.

No somos vecinos, estrictamente hablando, pero sí somos uno para el otro. Somos el país que está frente a las costas del Pacífico. Sin duda alguna, en 1824, cuando toda la alta California formaba parte de México, era mucho más claro que estábamos enfrente de Japón. Más aún si seguimos el espíritu que inspiró una de las composiciones musicales y juego mecánico de Walt Disney: a pesar de todo, vivimos en «un mundo pequeño». Bajo esa visión, ¿qué tanto es un océano?

Por otro lado, resiliencia, una palabra muy propia del sigloXXI, aportación del movimiento feminista, es una cualidad com­ partida por los pueblos de México y Japón, que será descubierta por el lector como la línea conductora de este ejemplar.

Una vez franqueada la explicación del título de este libro, ahora toca exponer la motivación que tuve para escribirlo.

Durante mi infancia no se tenía mayor conocimiento de Japón, ese país de enfrente parecía no existir, porque al crecer en la década de los setenta en una ciudad conservadora del centro de México era casi imposible tener esa información. El comercio exterior que existía en León era prácticamente nada, a pesar de haber sido en esa década la décima ciudad más grande del país; y encima de eso, en alguna clase de historia universal en la escuela a lo mucho te hablaban de Japón al estudiar el tema de la Segunda Guerra Mundial. De ahí en fuera, las menciones sobre el país del sol naciente se volvían escasas, como si se tratara de un planeta distante y poco explorado.

Hoy se difiere de esos ayeres. León y el estado de Guanajuato tienen el mayor número de familias japonesas viviendo en México —varios miles—, y hasta la señalética de la ciudad se puede encontrar en el idioma japonés; pero hace diez lustros, solo tres familias japonesas habitaban en León: los Marumoto, Kitajara y Yamasaki, a quienes una década después se sumó otra familia más cuando llegó Eiki Ito, un magnífico artista plástico y fundador de los restaurantes japoneses que llevan su nombre. Las cuatro familias formaron a sus descendientes como panzas verdes biculturales, aunque con poco dominio del idioma japonés.

Me imagino que mi papá buscó amistarse con esas cuatro familias porque, él también como extranjero en León, quizá se sentía aislado y por eso buscaba contactar con cualquier otro extranjero asentado en el bajío guanajuatense. El pretexto que mi padre tuvo para abordarlos fue sumarlos al baile Rotario de las Naciones, a la Romería de la Raza y a los Comités de Ciudades Hermanas, motivándolos a formar la colonia japonesa en León, lo cual hicieron, y eso terminó por estrechar la amistad entre todos los miembros de las familias, con la participación de nosotros en esas mismas actividades altruistas.

Ese afán de amistad internacionalista de mi padre encontró especial resonancia en mi madre al tratarse de Japón. Ella había vivido los primeros años de su matrimonio en Estados Unidos, en donde mientras trabajaba en una fábrica de ropa hizo amistad con varias señoras japonesas que fueron sus compañeras, y con quienes conoció la comida casera de su país al compartir el almuerzo con ellas. Años después, ya de regreso en León, la amistad con esas cuatro familias japonesas le traían buenos recuerdos y le desperta­ron su inquietud por conocer más de Japón. Al paso de los años por esas amistades, y en especial por culpa de Eiki Ito y su restau­ rante, en mi casa todos nos volvimos adictos a la comida japonesa. No por nada reza el dicho que el amor nace en la cocina.

Por eso a nadie sorprendió que en 1989 mi mamá, que pade­ cía de cáncer terminal, quisiera que su último deseo fuera un viaje a Japón. Dado que mi papá no podía dejar su trabajo, mi mamá convenció a sus mejores amigas para que se sumaran al viaje y recorrieran juntas, por primera y última vez, las islas nipo­nas. Regresó de Japón muy contenta, fascinada, y a los pocos meses murió.

Dos décadas después, en 2009, yo fungía como presidente municipal de la ciudad de León y, aprovechando la importante pre­sencia de industrias automotrices en el estado de Guanajuato, en mi administración organizamos un programa de atracción de in­versiones japonesas a León y dimos facilidades para su instalación en un afán de diversificar la economía de la ciudad, pero, sobre todo, promovimos que las familias japonesas decidieran vivir en León buscando que las ofertas de vivienda en renta se ajustaran a sus requerimientos. De paso, también logramos llevar a esta ciu­dad el primer consulado de Japón fuera de Ciudad de México.

Ya con esa familiaridad y cariño que sentía por Japón, al ser diputado federal en el periodo 2015-2018, busqué la oportunidad de ser parte del Grupo de Amistad México-Japón en el Congreso de la Unión y logré no solo ser miembro, sino también ocupar la presidencia del grupo. Dicho encargo lo heredé de mi paisana leonesa, Bety Yamamoto, nacida en Coahuila, en una familia de migrantes japoneses, y quien en su excelente desem­peño al frente del grupo me dejó el trabajo muy avanzado, pero, sobre todo, nos dejó la relación con un gran amigo de México e importante legislador japonés, Hirofumi Nakasone, abriendo el camino para que se lograra otro trienio productivo en las relacio­ nes legislativas entre ambos países.

Japón se gobierna mediante un sistema parlamentario que además permite la reelección de sus legisladores; por ello han podido construir agendas de trabajo en sus Grupos de Amistad de legisladores a largo plazo, con algunos políticos japoneses que han estado por décadas en el poder legislativo e incluso han sido secretarios de Estado, mientras que en México su sistema político está centralizado en el ejecutivo federal, y en aquel en­ tonces los legisladores no tenían posibilidad de reelección. A pesar de esto, Bety Yamamoto y yo logramos conjuntar seis años de trabajo continuo y pudimos superar la falta de continui­ dad de la agenda de trabajo mexicana que cambiaba cada tres años y a veces era buena, a veces regular, e incluso en algunas legislaturas era inexistente. Por eso el gobierno de Japón valoró que la entonces diputada Yamamoto y yo lográramos con nuestro relevo por lo menos seis años de continuidad con buenos resultados.

En 2023, ese entusiasta y modesto trabajo por estrechar los lazos entre México y Japón, y que emulé de mis padres, llevó al emperador de Japón a distinguirme con el otorgamiento de la Orden del Sol Naciente en grado de rayos dorados. Este ha sido uno de los mayores reconocimientos que he recibido en mi vida. En agradecimiento a esa distinción repliqué el modelo de mi obra Dos Águilas y escribí este nuevo libro, ahora sobre la historia conjunta de México y Japón, buscando contribuir a la difusión de la historia de nuestros pueblos, para que mediante ese conocimiento se siga estrechando nuestra relación como naciones.