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La Conquista para gente con prisa • Tlatoani Cuauhtémoc

Mitos, curiosidades y noches tristes.

Escrito en OPINIÓN el

Premoniciones, acciones valientes, errores tácticos y osadas decisiones. Descubre la serie de hechos increíbles que en 1521 desencadenó uno de los sucesos más épicos y determinantes en la historia: la caída de Tenochtitlan, la «Venecia del Nuevo Mundo» y el gran imperio mexica a manos de Hernán Cortés.
Tras el éxito de su libro El mundo prehispánico para gente con prisa, vuelve Enrique Ortiz, reconocido divulgador de la historia, célebre por su proyecto en redes sociales Tlatoani Cuauhtémoc, con más de medio millón de seguidores, para explicar al ritmo de una novela los sucesos clave de la Conquista, develar los pasajes ocultos y desmentir los mitos más arraigados de la historia de México.
• ¿Hubo conquistadoras mujeres que lucharon junto a Cortés?
• ¿Moctezuma murió apedreado por sus propios súbditos?
• El pueblo tlaxcalteca ¿tomó venganza o traicionó?
• ¿Qué ocurrió realmente en la llamada Noche Triste?

HACE 500 AÑOS, UN HOMBRE DE UNA AMBICIÓN DESMEDIDA LLEGÓ AL NUEVO MUNDO… HACE 500 AÑOS, DECENAS DE SEÑORÍOS INDÍGENAS INICIARON UNA AGUERRIDA LUCHA PARA LIBERARSE DE LA OPRESIÓN...

Fragmento del libro de Tlatoani Cuauhtémoc La Conquista para gente con prisa”, publicado por Planeta, © 2024, Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

Mejor conocido como Tlatoani Cuauhtémoc en redes sociales, es un divulgador de la historia y la cultura de México. Tiene más de 150 mil seguidores en Twitter y más de 250 mil en sus otras redes. Cree firmemente que la historia deber ser tangible y cercana a la gente, sin términos rebuscados ni personajes acartonados. Recorre el Centro Histórico y otras poblaciones del país en una búsqueda incesante de sitios arqueológicos, retablos barrocos y fachadas del siglo XVI.

La Conquista para gente con prisa | Tlatoani Cuauhtémoc

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MOCTEZUMA XOCOYOTZIN

En 1502 murió uno de los gobernantes más relevantes en la historia de Mexihco-Tenochtitlan, Ahuizotl, el temible «jaguar del Anáhuac», quien expandió, como nadie antes ni después, los dominios de la Triple Alianza. Para las ceremonias funerarias asistieron los gobernantes tributarios del resto de la Triple Alianza, Tezcuco (Texcoco) y Tlacopan, así como sus enemigos. Hubo sacrificio de esclavos, enanos y algunos allegados al gobernante para que lo acompañaran en el más allá. Luego se reunió el Consejo Supremo de Tenochtitlan para deliberar, debatir y elegir al nuevo «Gran Orador».

El Tlahtoani de Tezcuco Nezahualpilli apoyó la elección de Motecuh­ zoma, hijo de Axayacatl, hermano de Ahuizotl, y de Xochicueyetl, princesa de Iztapalapan. Así, Moctezuma a sus 34 años, nacido alrededor de 1467, fue elegido como el «gran árbol que da cobijo a los tenochcas».

Para diferenciarlo del primer Motecuhzoma, «el flechador del cielo», su bisabuelo, se le nombró Xocoyotzin, que significa «el que se enoja señorialmente», «el que se pone ceñudo». El sufijo -tzin tiene un tono reverencial, de afecto y respeto, y también significa «pequeño»; era aplicado a ancianos, por ser portadores de la sabiduría, así como a nobles y gobernantes.

Moctezuma estudió en la Casa de la Negrura, el Calmecac de Tlillan, como todos los hijos de la nobleza tenochca, bajo la tutela de los sacerdotes mexicas y de los más destacados guerreros. Gracias a su desempeño en diversas campañas militares, en algunas ocasiones peleando en la primera línea de combate, obtuvo el gran honor de ser aceptado en la sociedad militar más prestigiosa de Tenochtitlan, la de los tonsurados o cuauhchique. Años después alcanzó el rango más alto dentro de la jerarquía militar mexica, solamente debajo del propio gobernante, y fue nombrado Tlacochcalcatl, «El hombre de la Casa de los Dardos». Además de ser un gran guerrero, Moctezuma tenía un intenso fervor religioso: ayunaba y visitaba los templos a diario y cumplía con el autosacrificio que le correspondía realizar como noble y guerrero de élite.

El soldado conquistador Bernal Díaz del Castillo, quien lo conoció en 1519, lo describe como «de buena estatura y bien proporcionado, y cenceño y con pocas carnes, y el color no muy moreno sino propio color y matiz de indígena, y traía los cabellos no muy largos, sino cuando le cubrían las orejas, y pocas barbas, prietas y bien puestas y ralas, y el rostro largo y alegre, y los ojos de buena manera, y mostraba en su persona, en el mirar, por un cabo amor y cuando era menester, gravedad». El conquistador Francisco de Aguilar lo describió así: «Era aquel rey y señor de mediana estatura, delicado en el cuerpo, la cabeza grande y las narices algo retornadas, crespo, astuto, sagaz y prudente, sabio, experto, áspero en el hablar y muy determinado».

En Tenochtitlan era vital que el nuevo gobernante demostrara su conocimiento en el arte de la guerra pocos días después de su nombramiento, dirigiendo a los ejércitos tenochcas contra un señorío enemigo, venciendo y obteniendo una importante cosecha de enemigos prisioneros, para sacrificarlos en la ceremonia de entronización que confirmaría su dominio.

Lo más probable era que hiciera su campaña contra alguno de los añejos enemigos de los mexicas con los que realizaban las famosas «guerras floridas» o xochiyaoyotl: Atlixco.(1) Allá triunfó Moctezuma y trajo consigo una importante cantidad de enemigos, quienes fueron atados con cuerdas y escoltados hasta la capital mexica para su sacrificio en la ceremonia que lo entronizó, finalmente, como Huey Tlahtoani mexica.

Moctezuma vivía en el gigantesco palacio que mandó construir, las Casas Nuevas de Motecuhzoma, ubicadas al este de la gran plaza de Tenochtitlan, justo donde ahora se encuentra Palacio Nacional. Un gigantesco complejo palaciego descrito como una ciudad dentro de otra: había almacenes para armas y granos, salas para la impartición de justicia, templos, estancias para consejos de gobierno, otras para visitantes, talleres artesanales, un aviario, un recinto con hombres y mujeres deformes, otro con prisioneros, agua propia, pisos y paredes con recubrimientos de mármol, travertino y jaspe, y su propio embarcadero.

A través de las crónicas de los conquistadores, se conocen varios detalles de su vida cotidiana: nadie podía mirarlo a los ojos ni darle la espalda; su pasatiempo favorito era la caza. Moctezuma era sumamente limpio y pulcro: se bañaba al menos dos veces por día, en la mañana y en la tarde, cuando terminaba sus actividades. Podía llegar a usar cuatro mudas de ropa en un solo día. Cuando había un evento especial, vestía de azul turquesa, y nunca se volvía a poner nada dos veces. Lo mismo sucedía con la vajilla colorada proveniente de Cholula, reservada para los grandes banquetes diarios de los que habla Bernal Díaz del Castillo:

Le tenían sus cocineros sobre treinta maneras de guisados, hechos a su manera y usanza y teníanlos puestos en braseros de barro chicos debajo, porque no se enfriasen, y de aquello que el gran Montezuma había de comer guisaban más de trescientos platos.

Comía antes que nadie, sentado en una mesa baja, labrada y dorada, cubierta con manteles. Para que nadie lo viera comer, se colocaba una especie de biombo dorado alrededor; cuatro hermosas mujeres le daban agua para que pudiera limpiar sus manos y lienzos de algodón para secarlas; también le traían los cestos de tortillas calientes y recogían los platos vacíos. Otras ocasiones, Moctezuma se hacía acompañar «de cuatro grandes señores viejos y de edad», con quienes conversaba de vez en cuando. En el gran salón, donde se llevaba a cabo la comida, los presentes debían permanecer en silencio; entretanto la servidumbre se encargaba de alimentar el fuego de los braseros con leña que no produjera humo.

De acuerdo con Bernal Díaz, al gobernante mexica le guisaban «gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de la tierra, codornices, patos mansos, venado, puerco de la tierra, pajaritos de caña y palomas, liebres y conejos, y muchas maneras de aves y cosas que se crían». También comía tamales salados y dulces, atoles y pinoles, pipianes hechos con distintas proteínas como pavo o ajolotes, caldos de acociles, y muchas preparaciones más, todas acompañadas de tortillas calientes. En ocasiones podía acompañar la comida con algo de música o con un espectáculo de enanos y corcovados que bailaban y hacían bufonadas, a quienes les podía regalar jícaras de chocolate o comida en agradecimiento.

A pesar de la gran oferta gastronómica, Moctezuma comía poco. Al terminar le servían el agua amarga o xocolatl, espumoso, perfumado con vainilla y aderezado con chile o achiote. El gobernante disfrutaba de tomarlo al mismo tiempo que fumaba un carrizo lleno de tabaco y liquidámbar, por lo que en ocasiones podía quedarse dormido después de su comida.

El primer gran reto que tuvo que afrontar fue la hambruna que azotó la cuenca de México al inicio de su reinado, se intensificó en 1505 y continuó hasta 1506. Moctezuma abrió los almacenes del Tlahtocayotl (gobierno central) para alimentar a su pueblo; el maíz se agotó pronto por lo que hizo traer más desde el «siempre verde» Totonacapan, en la costa del actual estado de Veracruz. Intensificó los sacrificios humanos durante estos años complicados, con el propósito de obtener de Tlaloc lluvias abundantes y benéficas, así como buenas cosechas en el caso de las deidades Centeotl y Chicomecoatl.

Los años Uno Conejo (como 1506) eran de mal agüero para los mexicas: traían consigo desastres naturales, bajas temperaturas y falta de lluvias. En el anterior año Uno Conejo, en 1454, también había ocurrido una hambruna a la que Motecuhzoma Ilhuicamina combatió sacrificando una gran cantidad de niños como una petición de lluvias y buenas cosechas a sus dioses. En el Códice Telleriano-Remensis se puede ver cómo ese año plagas de ratas invadieron las tierras de cultivo, por lo que la gente las persiguió y espantó con antorchas y fuego. Cientos de años después, cuarenta y dos osamentas de infantes fueron encontradas como parte de la ofrenda 48 del Templo Mayor.

Para la mala suerte de Moctezuma Xocoyotzin, la celebración del Fuego Nuevo que se realizaba cada 52 años en el actual Cerro de la Estrella en Iztapalapa, desde su salida de la mítica Aztlan, cayó en un año Uno Conejo, en 1506. Por tal motivo, decidió celebrar hasta 1507 para ahuyentar cualquier pronóstico funesto o poco alentador. Esa ceremonia fue la última antes de la llegada de los hispanos, la destrucción de la ciudad y el surgimiento de un nuevo mundo. Testigo de este cambio es la escultura que lleva por nombre «Teocalli de la Guerra Sagrada Mexica», ubicada en el Museo Nacional de Antropología.

Aunque heredó un gran imperio, Moctezuma también sufrió las rebeliones internas constantes debido a que su tío era un fiero gobernante. Algunos de los más aguerridos y poderosos eran las cabeceras de Tlaxcallan, los señoríos de Atlixco y Huexotzinco, el señorío independiente de Metztitlan, ubicado en el territorio del actual estado de Hidalgo, donde se aprovechaba la orografía de la región para detener a los ejércitos invasores, mientras que los valerosos yopes seminómadas dominaban un extenso territorio que iba desde la Costa Chica hasta el actual Tlapa de Comonfort, en el territorio del actual estado de Guerrero, quienes resistían y se aferraban desesperadamente a su independencia a pesar de los intentos de la Triple Alianza por conquistarlos. Más allá, estaba el estado purépecha, odiados enemigos de los mexicas, quienes habían propinado una dolorosa derrota a los ejércitos de la Triple Alianza comandados por el padre de Motecuhzoma, Axayacatl, en la campaña de 1477-1478.

Ante este panorama, Moctezuma sabiamente supo que era más importante consolidar las conquistas de Ahuizotl que continuar con la expansión. Por ello ahogó con sangre y fuego las rebeliones que se estaban propagando en las provincias tras la muerte de su predecesor, y fortaleció la presencia mexica en los señoríos que recientemente habían sido subyugados. La mayoría de sus campañas militares las dirigió contra la región de Oaxaca y el actual valle Puebla-Tlaxcala, donde desde tiempos de Moctezuma I se desarrollaban las guerras floridas.

En una guerra florida contra el territorio tlaxcalteca, Moctezuma perdió a su hermano mayor, Macuilmalinalli, «cinco hierba». Ese odio provocó que el pacto se rompiera, pasando de batallas rituales pactadas a una guerra de conquista y subyugación. A pesar de los esfuerzos de la Triple Alianza por reducir el cerco al que estaban sometidos estos señoríos enemigos, los resultados fueron mediocres, por no decir decepcionantes; incluso llegaron a sufrir importantes derrotas con importantes bajas. La campaña más desastrosa fue la de 1515, en la cual los grupos otomíes asentados alrededor de las cabeceras tlaxcaltecas demostraron su fiereza, valentía y valía en el campo de combate, destacando entre ellos Tlahuicole, quien cobró gran fama al sobrevivir al sacrificio gladiatorio derrotando a varios guerreros de élite mexica a pesar de estar en franca desventaja.

Los odios y deseos de venganza que fueron acrecentándose entre los tlaxcaltecas, huexotzincas y atlixcas serían aprovechados por los hispanos encabezados por Hernán Cortés a partir de la segunda mitad de 1519, ya que encontraron tierra fértil en alianzas y amistades para llevar a cabo sus conquistas.

Por otro lado, los resultados fueron mejores en las campañas realizadas en el actual territorio de Oaxaca. En 1503 se concretó la primera campaña en este flanco del Imperio, con el propósito de sofocar la rebelión de los señoríos mixtecos de Xaltepec y Achiotlan. El ataque fue dirigido por el propio Huey Tlahtoani y se logró una clara victoria contra los rebeldes mixtecos. Sus templos principales fueron incendiados; sus guerreros, hechos prisioneros, mientras que los ancianos fueron asesinados con el propósito de evitar que siguieran difundiendo ideas subversivas de libertad e independencia entre las nuevas generaciones. La marcha bélica continuó hacia el sur: derrotaron Tzinacantlan (en el actual estado de Chiapas), con lo cual reforzaron su presencia y poder en la región de Soconusco y Huitztlan (cerca de la frontera con Guatemala).

El gobierno de Moctezuma (1502-1520) coincide con el mayor apogeo del arte mexica; él mandó construir la séptima etapa del Huey Teocalli, o Templo Mayor, con la cual el monumental templo alcanzó los 45 m de altura hasta su plataforma superior; así como el Coateocalli, una construcción al norte del recinto ceremonial, en el que se almacenaron las esculturas de los dioses patronales de los señoríos subyugados. De su periodo como regente data la escultura monumental más famosa de esta civilización, y posiblemente de todo el mundo prehispánico: la Piedra del Sol, mide 4 m de diámetro y pesa 24 toneladas; fue tallada en un bloque de basalto olivino extraído del pedregal de San Ángel. Se trata de un temalacatl o cuauhxicalli, ambos asociados con el sacrificio gladiatorio o de rayamiento, el cual nunca fue terminado. El magnífico disco solar, que por siglos fue llamado erróneamente Calendario Azteca, reproduce en sus relieves a la deidad solar Tonatiuh resplandeciendo con sus brillantes rayos luminosos, así como parte de la cosmología mexica y el mito de los cinco soles.

1 El historiador belga Michel Graulich se inclina por esta opción.

LOS PRESAGIOS FUNESTOS

Diez años antes de la llegada de Hernán Cortés, entre 1509 y 1510, comenzaron a presentarse extraños fenómenos en Mexihco-Tenochtitlan. De acuerdo con fray Bernardino de Sahagún, quien los registró en el Códice Florentino, fueron ocho los presagios que advirtieron el fin del pueblo mexica.

Primer presagio

Durante más de un año, todas las medianoches, sin falta, una columna de fuego muy grande, «ancha de la parte de abajo y arriba aguda, como cuando el fuego arde», aparecía sobre el lago de Texcoco y desaparecía al amanecer. De la columna surgía un gran resplandor que iluminaba las aguas y se lograba ver, para la sorpresa y el terror de los mexicas, desde cualquier rincón de la cuenca.

¿Acaso se trataba de la manifestación de Xiuhtecuhtli, señor del fuego y del centro del universo? Los sacerdotes y adivinos tenochcas la interpretaron como la señal de que un gran mal caería sobre el pueblo del dios Mexi.

Segundo presagio

Sin ninguna explicación, en medio de la noche, el templo dedicado a Huitzilopochtli se incendió quemándose hasta los cimientos. Los informantes de Sahagún le dijeron que aquella noche los sacerdotes comenzaron a pedir ayuda para sofocar el fuego y relataron lo que sucedió después: «“¡Oh, mexicanos, venid presto a apagar el fuego con cántaros de agua!”, y venida el agua echábanla sobre el fuego y no se apagaba sino antes más se encendía, y así todo se hizo una brasa».

Moctezuma ordenó la inmediata reconstrucción del templo para evitar que la deidad se enfureciera.

Tercer presagio

Una noche sin lluvia, sobre el techo de paja del templo dedicado a Xiuhtecuhtli, «Señor de las turquesas o del atado de hierba», deidad vinculada al axis mundi («eje del mundo»), al fuego y a la medición del tiempo, cayó un rayo e incendió la construcción. Los testigos trataron de apagar las llamas; el adoratorio se consumió.

Cuarto presagio

Con el sol en su cenit, súbitamente apareció en el cielo de la cuenca de México un cometa o citlalpopoca en náhuatl («estrella humeante»). Los informantes de Sahagún dijeron: «parecían tres estrellas juntas que corrían a la par muy encendidas y llevaban muy grandes colas: partieron del occidente, y corrieron hacia el oriente; iban echando centellas de sí: de que la gente las vio comenzaron a dar grita, y sonó grandísimo ruido en toda la comarca».

Los cometas estaban asociados a las hambrunas, sequías, derrotas militares y a la muerte del gobernante.

Quinto presagio

Un día sin viento, las aguas de la laguna comenzaron a burbujear, hirvieron y se levantaron grandes olas que se estrellaron contra las chinampas, tirando a los tripulantes y espantando a las aves. Fue tanta la fuerza del agua que se inundó parcialmente Tenochtitlan; los cimentos de algunas casas cedieron, se derrumbaron, y los tenochcas corrieron espantados hacia el interior de la ciudad. Tras unos momentos, las aguas se tranquilizaron, como si nada hubiera pasado.

Sexto presagio

Durante las noches, comenzó a escucharse el grito de una mujer: «¡Oh, hijos míos, ya nos perdimos! ¡Oh, hijos míos, a dónde os llevaré!». Los tenochcas adjudicaron estos lamentos a la diosa Cihuacoatl, «la mujer serpiente», protectora de aquellas que morían durante el parto. Este presagio está relacionado con la llegada de los hombres barbados del hogar de los dioses, donde el cielo toca las aguas infinitas del gran océano.

Esta aparición siguió ocurriendo en la joven Ciudad de México durante el siglo xvi, pero ahora los testigos fueron los propios conquistadores y sus hijos.

Séptimo presagio

Este presagio fue particularmente impactante para Moctezuma, pues llevaron ante su presencia a un ave parda, del tamaño de una grulla, desde Texcoco. El ave lucía en medio de la cabeza un espejo redondo de obsidiana. Moctezuma observó el espejo, vio su propia imagen y luego apareció un cielo estrellado; desconcertado, se alejó por un momento y luego volvió a mirar: una muchedumbre armada montaba grandes criaturas similares a venados sin cornamenta y se dirigían a Tenochtitlan provenientes de oriente. Luego mandó llamar a los agoreros más famosos; cuando llegaron, el ave desapareció frente al propio Huey Tlahtoani.

Octavo presagio

Aparecieron gran cantidad de monstruos, personas jorobadas, con dos cabezas, y otros problemas físicos, que de inmediato eran llevados ante Moctezuma. Frente al gobernante, entonces, desaparecían.

Otras señales

Hubo hambrunas, terremotos y un eclipse total de Sol (1 de noviembre de 1510, registrado en el Códice Telleriano-Remensis).

Para 1517 y 1518, comenzaron a llegar reportes de grandes casas flotantes que se avistaban en las grandes aguas, en las tierras de los mayas y en la costa del actual golfo de México, las cuales iban tripuladas por personas barbadas. Eso sin mencionar que en 1511 llegaron a la península de Yucatán varios náufragos, algunos de los cuales fueron sacrificados, mientras que un par de ellos logró sobrevivir a este fatídico destino para vivir entre los mayas.

Hasta el día de hoy, todavía existe en la Ciudad de México un relieve que recuerda estos presagios funestos. Se ubica en la barda atrial del Templo de San Hipólito y Casiano localizado en el cruce de avenida Hidalgo y paseo de la Reforma, lugar donde los días 28 de cada mes se celebra al santo de las causas perdidas, san Judas Tadeo.

El relieve, conocido como «El sueño del labrador» o «El sueño de Motecuhzoma» fue hecho a mediados del siglo xviii por el célebre arquitecto novohispano José Damián Ortiz de Castro. En sus detalles se observa a un indígena ataviado con plumas y portando un copilli, tocado sobre la cabeza, que solamente nobles y gobernantes usaban. Detrás del hombre se aprecia una gigantesca águila que lo sostiene con sus garras, mientras que una antorcha quema una de sus piernas.

Esa imagen alude a la «Leyenda del labrador» descrita por Diego Durán, en la cual un labrador de milpa de Coatepec fue atrapado por un águila de gran tamaño y elevado por los aires hasta llevarlo a una cueva en la cima de un monte. Al entrar, se encontró con Moctezuma sentado, «como dormido, casi fuera de su sentido». Una voz cavernosa de una entidad impalpable le dijo: «Mira ese miserable de Motecuhzoma cuál está sin sentido, embriagado con su soberbia e hinchazón, que a todo el mundo no tiene en nada…»; luego, le ordenó que tomara una antorcha y la acercara a la pierna del gobernante, quien no se inmutó ni expresó dolor cuando la antorcha quemó su piel. La voz afirmó que no sentía dolor porque estaba embriagado con su soberbia, ignorando los consejos de los sabios y de los ancianos de su ciudad. Entonces, la voz le ordenó al labrador que, cuando despertara, se dirigiera al palacio a advertirle al gobernante que su actitud había hecho enojar a los dioses, y que él mismo se había buscado el mal que sobre él habría de caer, su muerte y la destrucción de su imperio. El labrador obedeció; el Huey Tlahtoani lo escuchó atentamente. Al finalizar, Moctezuma revisó su pierna: tenía una quemadura en el mismo lugar que en el sueño. Moctezuma mandó encarcelar al ladrador y dio orden de que nadie lo alimentara hasta que muriera de hambre.

Existe un gran debate en torno a si estos presagios realmente ocurrieron o se inventaron tras la caída de Tenochtitlan con el fin de justificar la derrota mexica y hacer ver a Moctezuma como un cobarde y supersticioso, sin poder de decisión por el miedo que sentía.

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