Los organilleros son parte del paisaje de la Ciudad de México, se ha vuelto un oficio con cerca de 150 años de existencia, que sobrevive en generaciones, pese a la precariedad laboral.
Juan José Saldivia Arreola, quien lleva 25 años en este oficio cultural. Entró al organillo alrededor del año 2000, este oficio no sólo es su sustento: también es una tradición familiar.
“Mi bisabuelo, mi abuelo, mi padre, yo y ahora mi hijo, aunque no me gustaría que él se dedicara a esto”, comenta.
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Saldivia cuenta que su hijo trabaja con él como parte de un “castigo” por dejar temporalmente la universidad, aunque planea retomarla en enero. La familia vive de la combinación de salarios: el suyo, el de su esposa y lo que puede aportar su hijo.
“El ingreso ha disminuido con los años, normalmente saco entre 250 a 300 pesos diarios, es imposible que con eso pueda sostener la renta, los estudios y los gastos del hogar, pero mi esposa trabaja y ya con eso sacamos los gastos juntos”, cuenta.
Su día arranca a las 8 de la mañana y termina a las 5 de la tarde. A veces, la gente le regala propinas, lo que “va sumando” para alcanzar un ingreso que le permita, junto con su esposa, cubrir los gastos del hogar. Pero de ese monto debe descontar un gasto fijo diario: 200 pesos por la renta del aparato.
A esto se suma el costo del mantenimiento. El mecanismo requiere afinaciones y reparaciones que solo pueden hacer especialistas en Alemania, Chile o Guatemala. Una sola pieza, como un pequeño “selvatito de bambú”, puede costar entre 200 y 300 pesos, lo que refleja el alto valor de cada reparación.
Contexto: El organillo es un instrumento que llegó a México desde Alemania durante el gobierno de Porfirio Díaz, en dos remesas de aproximadamente 200 y 300 unidades.
Desde entonces, el oficio ha sobrevivido gracias a la transmisión familiar y a la presencia diaria de los organilleros en las calles, quienes dependen exclusivamente de las monedas que les regala la gente.
No siempre reciben trato amable
Juan José cuenta que la vida en el espacio público y en las calles de la ciudad no siempre es amable, nos comparte que se ha enfrentado al rechazo e incluso a la violencia de algunos transeúntes.
“En una ocasión, mientras trabajaba en el corredor de Moneda, una persona me agredió físicamente, yo me acerqué con todo respeto, como siempre, pero esta persona me golpeó, me defendí, pero la verdad fue algo que no olvido y fue muy penoso para mí porque yo vivo de la gente”, compartió Saldivia.
Saldivia cuenta que a lo largo de los últimos 25 años ha trabajado en el trato con la gente y siempre procura ser amable y respetuoso, aunque asegura que siempre habrá a alguien a quien le moleste.
Reconocimiento cultural
Recientemente los organilleros fueron declarados como patrimonio cultural inmaterial de la Ciudad de México, por la Unesco, esto busca salvaguardar la memoria cultural de la capital. Además, con este reconocimiento, la ciudad reconoce oficialmente al organillo como parte fundamental de su identidad cultural y a las personas que se dedican a ello.
Las autoridades capitalinas han reconocido que la continuidad del oficio está en riesgo por la situación laboral, el desgaste de los instrumentos. Actualmente, la Unión de Organilleros del Distrito Federal y de la República Mexicana AC, tiene afiliados a 337 organilleros, sin embargo, se estima que hay al menos 100 menos que no están dentro y que se dedican a este oficio.
Pese a que no hay cifras oficiales, se estima que en el país hay 166 organillos, y cada aparato es trabajado por al menos tres personas.
Saldivia cuenta que espera que el reconocimiento impulse a la población a valorar más el oficio. “Que sigan apoyando”, pide. “Estamos agradecidos con ustedes”.
