El racismo y discriminación que viven los organilleros no es algo nuevo ni fuera de lo común y, contrario a lo que se piensa, todos los días tienen que tolerar agresiones e insultos, no solo de los extranjeros que se vuelven virales en redes sociales, sino de los propios mexicanos. Ello, aunado a tener que sortear el acoso de las autoridades que no les permiten realizar su trabajo.
Así lo señalan Crescencio Torres Zamora y Elsie Sastré, organilleros y artistas urbanos que diariamente recorren las calles de la Ciudad de México con un organillo marca Harmoni=Pan, fabricado hace más de 100 años en Berlín, Alemania.
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Este instrumento lo rentan por 200 pesos al día y con él puede tocar canciones como “100 años”, de Pedro Infante; “Ando volando bajo”, de José Alfredo Jiménez; “Sobre las olas”, de Juventino Rosas; “Renunciación”, de Javier Solís; y las infaltables “Mañanitas” y “La Vida en Rosa”.
"Todavía hay un poco de racismo hacia el organillero, pero tratamos de mantenernos bien uniformados y con el aparato lo más afinado que se pueda", dice Don Crescencio Torres en entrevista con La Silla Rota, haciendo hincapié en sus esfuerzos por no ser discriminado por su apariencia o vestimenta.
“Como los de ella (los comentarios de la estadounidense Breanna Claye) hay varios, no es la única que hace comentarios racistas, pero a ella la hicieron viral. Hay mucha gente grosera, pero lo mejor es ignorarlos. En este trabajo sí hay racismo”, sentencia el hombre que ha dedicado 23 años de su vida a tocar el organillo.
No obstante, su acompañante Elsie, visiblemente más cansada de los maltratos injustificados hacia su oficio, dice que tuvo que aprender a ser paciente para poder pasar por alto el racismo y la discriminación, pues, de otra forma, no podría vivir tranquila.
“Se necesita mucha, mucha paciencia, para trabajar en esto porque hay gente que es muy grosera. Te insultan, te dicen malviviente, mariguana, borracha o simplemente te dicen que te odian y que odian tu música, pero yo ya aprendí a ignorarlos”, señala la joven.
“Si me odias, yo te odio, para mí son equis”, remata Elsie, quien esta semana se ha visto obligada a trabajar con síntomas de resfriado, pues si no trabaja, no cobra, ya que no cuenta con un ingreso fijo ni con seguridad social.
“No podemos dejar de trabajar, porque si dejamos de trabajar no comemos. Por ejemplo, cuando fue lo del covid, no pudimos ausentarnos; tuvimos que salir a las calles, pasar casa por casa tocando, pidiendo una moneda. Tenemos prohibido enfermarnos”, dicen entre risas Crescencio y Elsie.
Sin embargo, ambos tienen la esperanza de que las cosas mejoren para ellos y los 450 organilleros de los que se tiene registro en la CDMX, ya que el Congreso de la Ciudad de México exhortó esta semana a la Secretaría de Cultura a declarar "el oficio tradicional de organillero" como patrimonio cultural inmaterial de la capital.
“Tiene que haber un apoyo social en temas de salud, vivienda y prestaciones, no sé, algo, algo debe de traer de bueno esa declaración. Eso nos va a ayudar mucho en lo jurídico”, dice ilusionado Don Crescencio.
Hay racismo, pero también sonrisas
A pesar de todas estas vicisitudes, Don Crescencio y Elsie afirman que el oficio de organillero les ha dado la oportunidad de alimentar a sus hijos y de poner un techo sobre sus familias. Además de encontrar a personas que les regalan una sonrisa y, en algunos casos, una buena propina.
“También hay gente muy bondadosa que nos regala una sonrisa, bendiciones, que nos apoya y nos quiere mucho”, dice Don Crescencio, quien nos cuenta que en ocasiones especiales han recibido buenas gratificaciones por su música.
"Hace unos años, un diciembre, un señor en una camioneta me llamó y me preguntó que cuántos éramos, yo le dije que tres y me dio 3,000 pesos y hace unos meses un señor en un restaurante me pidió tocar 'La Vida en Rosa' y nos dio 100 dólares", dice emocionado.
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