Un 6 de septiembre de 1847, México vivía uno de los episodios más oscuros de su historia. La intervención estadounidense, motivada por las ambiciones expansionistas de Estados Unidos, había avanzado de manera imparable hacia la Ciudad de México, marcando el desenlace de una guerra que cambiaría para siempre el destino de ambos países.
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El conflicto, que se desarrolló entre 1846 y 1848, fue el resultado de años de tensiones entre México y Estados Unidos. Las pretensiones expansionistas del gobierno estadounidense, como se había demostrado con la independencia de Texas y su posterior anexión, fueron el detonante. Estados Unidos se aprovechó de la inestabilidad interna de México, avanzando militarmente en territorio nacional.
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El primer gran paso expansionista de Estados Unidos fue la creación de la República de Texas, que se separó del estado mexicano de Coahuila en 1836. A pesar de los esfuerzos de México por mantener el control de sus territorios, la creciente influencia y poder militar de Estados Unidos inclinó la balanza en su favor. El conflicto escaló aún más cuando las tropas estadounidenses ingresaron a la zona entre los ríos Nueces y Bravo, un área disputada donde la frontera no estaba claramente definida. Esta acción provocó el estallido de las hostilidades.
El conflicto armado se extendió principalmente por los territorios que hoy comprenden los estados de California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Colorado y parte de Wyoming. Estas tierras, que México perdería tras la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848, representaron la mitad del territorio nacional, una pérdida desastrosa en términos geográficos, económicos y estratégicos.
La guerra y la caída de la capital
Las fuerzas estadounidenses, bien equipadas y mejor organizadas, se enfrentaron a un México dividido y con un liderazgo político y militar débil. Después de 15 meses de batalla, las tropas estadounidenses llegaron a la capital. El 18 de agosto de 1847, se libró la Batalla de Padierna, al sur de la Ciudad de México, en la que el ejército mexicano, bajo el mando de Gabriel Valencia, fue derrotado mientras el general Antonio López de Santa Anna observaba pasivamente desde una colina cercana.
Tras la derrota en Padierna, las tropas mexicanas se replegaron hacia la ciudad, defendiendo lo que pudieron en puntos estratégicos como el convento de Churubusco. Fue en esa batalla donde se destacó el heroísmo del Batallón de San Patricio, compuesto por inmigrantes irlandeses que se unieron a la lucha de México contra Estados Unidos.
La defensa de Churubusco, encabezada por el general Pedro María Anaya, fue particularmente notable. Al ser cuestionado por las fuerzas estadounidenses sobre la falta de municiones, Anaya respondió con una frase que pasó a la historia: “Si hubiera balas, ustedes no estarían aquí”.
El avance hacia Chapultepec
Los estadounidenses continuaron su avance hacia Chapultepec, enfrentando una dura resistencia en la Batalla de Molino del Rey el 8 de septiembre de 1847. Este enfrentamiento, una de las más sangrientas de la guerra, terminó con la derrota de las tropas mexicanas, lo que dejó el camino libre para el asalto final al Castillo de Chapultepec el 13 de septiembre.
La caída de Chapultepec marcó el final de la resistencia mexicana en la Ciudad de México. Las tropas estadounidenses ocuparon la capital, y Santa Anna, nuevamente derrotado, renunció a la presidencia. La guerra había terminado, y México se encontraba devastado. Las divisiones internas, la falta de un liderazgo fuerte y la mala conducción militar resultaron en la pérdida de más de la mitad del territorio nacional, dejando al país en una crisis económica, política y moral de la que tardaría décadas en recuperarse.
Consecuencias para ambos países
Para Estados Unidos, la guerra con México significó la adquisición de vastos territorios ricos en recursos naturales, como el petróleo y el gas en Texas. Esta expansión consolidó a Estados Unidos como una potencia en ascenso, marcando el inicio de su camino hacia convertirse en una superpotencia mundial.
Para México, la intervención estadounidense dejó cicatrices profundas que aún resuenan en la memoria colectiva. La pérdida del territorio no solo afectó su geografía, sino que también alteró su destino como nación, sumiéndola en un largo proceso de reconstrucción económica y social.
La guerra entre México y Estados Unidos sigue siendo uno de los capítulos más trágicos y dolorosos de la historia nacional, recordándonos los peligros de la inestabilidad interna y la importancia de la soberanía frente a las ambiciones extranjeras.