Enrique Krauze, historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío, relata la angustia y dolor que rodeaban a Luis Donaldo Colosio, candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) asesinado en marzo de 1994, durante los meses que pasó en campaña desde noviembre de 1993 hasta el día de su homicidio en Lomas Taurinas.
Todo empezó con un encuentro con el entonces presidente de México Carlos Salinas de Gortari, en el que se discutió sobre el proceso sucesorio y los posibles candidatos para las elecciones presidenciales de 1994. Durante la conversación, Krauze expresó su preferencia por Manuel Camacho, destacando su voluntad para abordar la reforma política, mientras que Pedro Aspe era visto principalmente como un economista que podría continuar en el equipo de Camacho o de Luis Donaldo Colosio. Sin embargo, Krauze tenía dudas sobre Colosio, señalando preocupaciones políticas y psicológicas, especialmente en relación con su estrecha relación con el presidente Salinas.
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Krauze mencionó una paradoja al presidente Salinas: "Para permanecer hay que irse; el riesgo de irse está en permanecer". A pesar de que Salinas de Gortari negaba cualquier intención de permanecer en el poder, Krauze expresó sus inquietudes sobre la personalidad de Colosio, describiéndolo como un hombre limpio e inteligente, pero con una posible fractura de carácter.
La conversación continuó con Krauze brindando opiniones sobre los precandidatos y presentando apuntes biográficos para fundamentar sus razonamientos. Sin embargo, Krauze notó un lapsus en Colosio durante su destape como candidato presidencial, lo que sugirió una posible reticencia o conflicto interno por parte del priista.
"Escuché sus primeras palabras. No sé si fue en ese momento o al día siguiente, cuando advertí un lapsus: dijo algo así como 'viva el Partido de la Revolu… Revolucionario Institucional'", escribe Krauze.
¿Cómo conoció Enrique Krauze a Colosio?
Krauze relata su primer encuentro con Luis Donaldo Colosio alrededor de 1991, cuando el político era presidente del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Durante la conversación, Colosio lamentó la derrota del PRI en Baja California y expresó su crítica hacia los usos patrimonialistas y corporativistas del antiguo PRI, mostrándose como un político en la cima del partido pero con una visión crítica hacia su propia institución.
En mayo de 1993, Colosio convocó a un Congreso Internacional sobre libertad, democracia y justicia, y solicitó la ayuda de Krauze para sugerir nombres y diseñar el formato. A pesar de su posición de liderazgo, Krauze percibió una marcada inseguridad en Colosio, especialmente en detalles nimios y protocolares. Krauze observó que Colosio tomaba nota de todo y parecía obedecer más que mandar, lo que revelaba una angustia subyacente en su liderazgo. Durante la ceremonia final del congreso, Colosio leyó un discurso con una voz impostada, lo que reflejaba su falta de desenvoltura en situaciones formales.
A pesar de las observaciones de Krauze sobre la inseguridad y la falta de desenvoltura de Colosio, su aprecio personal por el político crecía, aunque también crecía su preocupación. Krauze reflexiona sobre la dicotomía entre la ternura y el poder, sugiriendo que quizás Colosio no estaba hecho para enfrentar los rigores del liderazgo político.
En los duros días de campaña
Luis Donaldo Colosio enfrentaba una serie de desafíos personales y políticos que lo llevaban al límite de sus capacidades. Su relación con los Salinas era complicada, y en ocasiones comparaba a la familia presidencial con los Corleone, consciente de las implicaciones de su deuda con el clan. A pesar de su compromiso con la democracia, Colosio se encontraba en una posición incómoda, atrapado entre sus convicciones y el papel que Salinas le asignaba, expone el historiador.
En una conversación en su nueva casa, Colosio expresó a Krauze su deseo de no obtener votos mediante el fraude, mostrando su preocupación por mantener una campaña honesta. Sin embargo, tras esa afirmación, su rostro reflejaba una sombría preocupación, revelando el peso de la responsabilidad histórica que había asumido en medio de una situación personal frágil, con su esposa gravemente enferma y niños pequeños a su cargo.
Colosio también enfrentaba desafíos políticos, como la situación en Chiapas, que él percibía como un "polvorín". Aunque lamentaba el olvido del estado por parte del gobierno federal, no anticipó el estallido de la guerrilla, lo que lo llevó a cuestionarse su propia capacidad y su estrella política. Además, se vio afectado por la designación de Manuel Camacho para negociar la paz en Chiapas, interpretando el hecho como un golpe directo a su campaña y una fractura en su alma atribulada.
A medida que avanzaba la campaña, Colosio enfrentaba dificultades para levantar su candidatura y se veía afectado por los abucheos en los mítines y la creciente popularidad de Camacho. Rumores sobre su salud y su posible retiro lo rodeaban, y él mismo reconocía que su campaña no despegaba como esperaba. Su esperanza se centraba en el discurso del 6 de marzo, donde buscaba dar un giro a su candidatura.
En medio de estas adversidades, Colosio recibió el apoyo y la preocupación de su amigo, quien le recordó la importancia de su familia y su bienestar personal por encima de la presidencia
Sus últimos días
Los idus de marzo marcaron un giro trágico en la vida de Luis Donaldo Colosio. En los días previos a su fatídico destino, Enrique Krauze tuvo un encuentro con él, durante el cual discutieron y revisaron el discurso que Colosio planeaba dar el 6 de marzo. A pesar de las correcciones y las esperanzas renovadas, el discurso no logró revitalizar su campaña, y el día siguiente trajo nuevas adversidades cuando se publicaron declaraciones polémicas en la revista Newsweek.
La noche del 15 de marzo, Krauze se encontró con Colosio nuevamente, en una cena con amigos. Durante la velada, Krauze notó la preocupante descomposición en el semblante de Colosio, agravada por un incidente en su alma mater, el Tecnológico de Monterrey, donde fue increpado. Esta situación dejó claro a Krauze y a otros que Colosio estaba atravesando un momento de profunda desorientación y vulnerabilidad.
De vuelta en España, Krauze y Scherer idearon un plan para persuadir a Colosio de retirar su candidatura, liberándolo de un destino injusto y peligroso. Sin embargo, antes de poder llevar a cabo su intento de ayuda, recibieron la terrible noticia: Colosio había sido baleado, y las esperanzas de un cambio se desvanecieron con su muerte. Para Krauze, el destino de Colosio y su negativa a asumir un poder corrupto y abusivo encarnaban una dolorosa verdad sobre la naturaleza del poder en México: no solo destruye a quienes lo abusan, sino también a quienes lo rechazan.
En medio de la tragedia, la esposa de Colosio, Diana Laura, aferrada a la idea del poder como redentor, expresó su esperanza de ver a uno de sus hijos convertido en presidente. Estas palabras, impregnadas de dolor y deseo, resonaron en Krauze, quien reflexionó sobre el drama humano que acababa de presenciar, confirmado por Octavio Paz como una tragedia digna de Shakespeare.