La llegada del secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, a Ecuador no ocurre en cualquier momento. Su visita se da en un país sumido en la violencia, donde la cifra de homicidios se ha disparado hasta alcanzar uno de los índices más altos de América Latina. En 2024, según datos de Insight Crime, Ecuador registró 39 homicidios por cada 100 mil habitantes, por encima de México y Colombia.
Para Washington, Ecuador representa un punto clave en la estrategia de seguridad hemisférica; es al mismo tiempo un corredor para el narcotráfico, un país en crisis por la inseguridad y un territorio donde se juegan alianzas políticas frente a la creciente influencia de China.
“El reto sigue siendo la inseguridad”, resume el periodista Gerardo Guerrero, con más de treinta años de experiencia cubriendo la política ecuatoriana. Su voz es contundente: “La violencia se duplicó en los últimos años, a pesar de que el presidente Daniel Noboa prometió un plan secreto, el llamado Fénix, que incluía recursos, tecnología y militares para devolver el orden. La realidad es que el crimen organizado ha ganado más terreno que nunca”.
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Cárteles mexicanos, socios y amos en tierras ecuatorianas
Guayaquil, la capital económica del país, se convirtió en el epicentro de la tormenta. Desde hace más de una década, asegura el periodista, las organizaciones criminales encontraron en la ciudad costera el puerto perfecto para enviar cocaína hacia Norteamérica y Europa. “Lo que comenzó como un tránsito discreto de mercancía, pronto derivó en un control territorial de los barrios, las cárceles y hasta de algunas instituciones públicas”, señala.
Gerardo Guerrero lo explica con crudeza. “El crimen organizado se ha desarrollado de manera muy rápida y lamentablemente ha tomado el control de muchas instituciones. No solo hablamos de calles dominadas por pandillas, sino de vínculos que alcanzan a la política y a la seguridad”.
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En este escenario, los cárteles mexicanos encontraron un terreno fértil. El Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) pasaron de ser proveedores y socios, a “actores directos en la disputa del territorio” y lo hicieron, de acuerdo con Guerrero, “a través de alianzas con bandas locales como Los Choneros y Los Lobos”.
Un informe de la Policía ecuatoriana al que La Silla Rota tuvo acceso, detalla la conexión entre cárteles mexicanos y bandas ecuatorianas. En él, se lee que Los Lobos mantienen nexos con el CJNG, mientras que Los Choneros se asociaron al Cártel de Sinaloa. Desde el 2019, estas alianzas no solo generaron disputas sangrientas, sino que introdujeron armas, entrenamiento y nuevas formas de operar en la delincuencia ecuatoriana.
El documento llamado: “Evaluación situacional del narcotráfico en Ecuador”, detalla que Los Lobos reciben entrenamiento y armas del CJNG. “La confrontación entre organizaciones ecuatorianas desde 2020 está directamente relacionada al posicionamiento y generación de alianzas de estas organizaciones con el CJNG, con el fin de brindar el servicio logístico recibiendo a cambio armas de fuego y drogas ilícitas”, indica el reporte.
La huella mexicana en la violencia ecuatoriana
La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), advirtió en su Informe Mundial sobre las Drogas 2023, que los cárteles mexicanos expandieron su influencia a más de 100 países. El CJNG cuenta con unos 18 mil operadores en el mundo; el Cártel de Sinaloa, con 26 mil y Ecuador es uno de los puntos estratégicos de esa expansión.
Los números, sin embargo, solo cuentan una parte de la historia. Detrás de las estadísticas, la violencia se expresa en asesinatos, secuestros, extorsiones y masacres carcelarias que aterran a la población. “Familias desplazadas dentro de la misma ciudad, comerciantes obligados a pagar `vacunas´ —extorsiones semanales— y jóvenes reclutados a la fuerza son parte del paisaje cotidiano”, cuenta Guerrero.
El periodista recuerda una escena que le confirmaron fuentes en Quito: fuegos artificiales a la medianoche. No se trataba de fiestas patronales ni celebraciones deportivas. Era el aviso de que un cargamento de droga había llegado a puerto. “Puede ser miércoles o domingo, no importa. A la una de la mañana estallan cohetes en los cielos de Quito o Guayaquil, y la gente sabe lo que significa, que llegó la mercancía o salió el envío”, narra Gerardo Guerrero.
Cancillería del Ecuador
Entre la política y la desconfianza
La visita de Marco Rubio, en ese contexto, despierta más dudas que esperanzas. Para la mayoría de los ecuatorianos, la política se ha convertido en un terreno de promesas incumplidas. La confianza en los líderes, tanto de izquierda como de derecha, se ha evaporado.
“Ya no creemos en nada ni en nadie”, dice Guerrero con resignación. El periodista sostiene que la visita del funcionario estadounidense obedece más a intereses geopolíticos que a una estrategia real de pacificación. Washington busca fortalecer alianzas con gobiernos de derecha como el de Noboa, sobre todo en momentos en que Donald Trump mantiene una relación rota con Gustavo Petro en Colombia y con otros gobiernos de la región.
“Se trata de alianzas, no de resultados”, insiste. Mientras tanto, la población sigue atrapada entre la violencia del crimen organizado y la fragilidad de las instituciones que deberían protegerla.
El otro juego: China
Además de la inseguridad, otro tema flota en la agenda, la expansión de China en Sudamérica. En Quito y Guayaquil no es raro ver construcciones financiadas con créditos chinos, carreteras levantadas por empresas asiáticas o proyectos energéticos bajo su supervisión.
“Los chinos no empezaron ayer”, advierte Guerrero. “Han trabajado durante veinte años para meterse en el continente, expandirse y acaparar mercados. Ecuador no es la excepción. Por eso Estados Unidos quiere reforzar su presencia política aquí, más allá de la violencia”.
Ecuador vive un tiempo oscuro, atrapado entre la violencia del narcotráfico, la debilidad institucional y los juegos de poder internacional. De acuerdo con Gerardo Guerrero, la llegada de Marco Rubio no cambia, al menos de inmediato, la realidad de las calles donde los fuegos artificiales anuncian cargamentos de cocaína y donde las familias duermen con miedo a la extorsión o la bala perdida.
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En el fondo, lo que está en disputa “es el futuro de un país que alguna vez fue visto como tranquilo y estable en comparación con sus vecinos”, subraya. Hoy, en cambio, se ha convertido en uno de los puntos más críticos del mapa regional de la violencia.
La pregunta que flota, mientras avanza la visita del funcionario estadounidense, es si Ecuador podrá recuperar su soberanía frente a los cárteles y frente a los intereses externos. O si, como teme Guerrero, la gente seguirá escuchando cada noche fuegos artificiales que no celebran la vida, sino que anuncian la droga y la muerte.
VGB
