En la madrugada del 28 de octubre de 2025, una operación conjunta de al menos 2,500 agentes policiales irrumpió en los complejos de favelas Complexo do Alemão y Complexo da Penha, en la zona norte de Río de Janeiro (Brasil), contra la organización criminal Comando Vermelho. Según la Defensoría Pública estatal se reportaron al menos 132 muertos, lo que convierte esta acción en la más letal de la historia del estado.
En medio del horror, un fotógrafo profesional, Bruno Itan, logró documentar escenas que retratan no sólo la violencia armada, sino también sus efectos sobre la población civil y el paisaje social de las favelas, y accedió a relatar su experiencia de primera mano.
El operativo contra el Comando?Vermelho realizado en las favelas de Penha y Alemão, con uso de helicópteros, blindados y drones dejó 132 cadáveres y decenas de cuerpos alineados en zonas públicas para identificación de familiares.
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Ante ello, se iniciaron denuncias de posibles ejecuciones extrajudiciales por parte de organizaciones de derechos humanos.
Para la BBC Mundo, el fotógrafo accedió a hablar del “momento cero” de la cámara, del oído al disparo, del rostro del morro y de la bala.
Esa madrugada todo estaba oscuro, salvo por los focos de los helicópteros y los fogones de barricadas en llamas. “Cuando llegué a la calle de acceso al morro”, recuerda el fotógrafo – que prefiere mantener su nombre en reserva por seguridad –, “vi cuerpos cubiertos con mantas, alineados como bultos. Supe que la cámara no bastaría”.
Las imágenes de la operación muestran un paisaje de horror: blindados, agentes, morros sitiados, civiles inmóviles. Es la silueta de una favela perforada por la violencia estatal y por la del crimen organizado.
“La bala no distingue”
El fotógrafo describe el momento clave: “Un disparo retumbó. No pude saber si era de la policía o de los traficantes. Pero vi a un niño que lloraba, un adulto que huía, mujeres que se abrazaban. El clic fue automático”.
Esta versión coincide con reportes de testigos civil que señalan que la población quedó atrapada durante más de 12?horas bajo fuego cruzado.
“Fotografié rostros con miedo; fotografié cuerpos sin rostro. Tuve que bajar la cámara un instante para contener las lágrimas”.
El desafío de documentar la muerte
El fotógrafo señala que hacer el trabajo no es sólo cuestión técnica: “En una favela muchas veces la muerte se normaliza. Pero lo que sucedió esta vez… 132 muertos… no es normal. Y saber que tu imagen podría servir para denunciar o para silenciar me puso bajo presión”.
El operativo, planificado y blindado, fue el más letal en la historia del estado de Río, superando incluso hechos como la masacre de la cárcel de Carandiru de 1992.
“Hay un momento en el que la cámara se convierte en testigo. Y yo me pregunté: ¿quién fue el fotógrafo de esas vidas truncadas? Hoy, soy yo”.
Entre la estética y la ética
La foto en la que aparece una fila de cadáveres en el suelo de la favela generó fuertes reacciones. “Al revelar la imagen sentí repulsión. ¿Estoy mostrando dignidad o estoy explotando el dolor? Esa pregunta me acompañará siempre”.
La prensa internacional reportó que algunos de los cuerpos hallados presentaban signos de tortura o decapitación; una ONG señaló posibles ejecuciones extrajudiciales.
“Decidí que la imagen sí se publicaría, pero con contexto. Porque una foto sin historia es un símbolo mudo”.
Para el fotógrafo esta cobertura marca un antes y un después: “Volveré a la favela, sí. Pero ya no con el mismo lente. Quiero retratar la vida, la reconstrucción, la memoria. Porque la muerte fue demasiada”.
El desafío es enorme: ¿Cómo se reconstruye una comunidad cuando ha sido sitiada, desangrada, fotografiada en su agonía? “La cámara se apagó. Pero la vida debe seguir”.
