Vox populi, Vox Dei…! Viene de perlas, esa homérica expresión extraída de la Odisea. Precisamente es una verdadera odisea la que deberán experimentar los argentinos en el futuro inmediato. El triunfo del libertario Javier Milei sacudió a la clase política y, como era de esperar, disparó una devaluación del 22?% de la moneda en un solo día. Potenciando así la inflación, el aumento de los alimentos básicos y los niveles de pobreza. Todo en tiempo récord. Consecuencia de un resultado electoral adverso para un gobierno a la deriva y por decisión de un ministro de Economía y candidato, Sergio Massa, que dice poder revertirlo todo.
Podría sonar disparatado lo que Massa verbaliza en cada aparición pública tras quedar en tercer lugar en las elecciones primarias. Pero él es uno de los principales exponentes de esa clase política que vive en una realidad paralela a la de la sociedad. Por esos caminos empieza a explicarse el triunfo (sorpresivo para algunos) del economista Javier Milei, un libertario (sin el permiso de Mijaíl Bakunin), catalizador de toda la frustración y la bronca que se vislumbra en todos los sectores sociales contra esos dirigentes ubicados a un lado o al otro del espinel político.
Milei quedó ahora en una posición expectante de cara a las elecciones generales. Sus chances de hacerse con la presidencia son ahora mayores. Su discurso disruptivo penetró tanto en las capas medias como bajas de una sociedad agobiada y cansada de escuchar discursos en una dirección y acciones que van en otra totalmente opuesta. La merma de votos tanto en el perokirchnerismo como del macrismo se convirtió en sangría y, por ahora, solo sirvió para profundizar la crisis. Una crisis que hasta aquí era social y económica y a la que ahora se le sumó la política. Al menos hasta diciembre, cuando expire la administración de los Fernández. La radiografía de ese enfermo llamado Argentina es precisa. Sufre, sin duda, de un tumor, resultado de esa construcción colectiva del fracaso, que se forjó con un ahínco autodestructivo, pocas veces imaginado. Tal vez la única política de Estado que tuvo lugar en ese país. Al menos, en el último medio siglo.
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Economista especializado en econometría, exportero de fútbol y vocalista en una banda de rock, outsiders, polemista eficaz y devenido en un ariete contra todo lo que huela a Estado, Milei suele refugiarse en el mismo burladero que los españoles de Vox o la jefa de gobierno italiana, Giorgia Meloni. Los mismos que corrieron a apadrinarlo y parecieron tomarle alternativa. Hacen honor a su estirpe de estar siempre dispuesto a torear a todo lo que huela a asistencialismo.
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No faltan los colegas que lo comparan con Donald Trump o Boris Johnson —no solo por sus ideas de cuño ultraconservador, sino también por la extravagancia de sus respectivos peinados— y se le recuerda a menudo su amistad con la familia Bolsonaro. Nombres y apellidos que orientan, tal vez mejor que sus propuestas extremas y las advertencias altisonantes contra “la casta política”, sobre cómo sería un hipotético gobierno suyo.
Este presente no es mérito suyo, exclusivamente. Los Fernández y su crédito neoliberal con franquicia de peronista, Massa, al igual que la oposición macrista, hicieron todo lo necesario y mucho más para que haya un alto porcentaje de jóvenes que bailen al compás del rock de Milei y, de paso, reivindiquen al dictador Jorge Rafael Videla (1976-1981).
Por ahí puede comenzar a explicarse las razones por las que el electorado se dejó seducir por sus propuestas, que van desde autorizar la venta de órganos a arancelar la Universidad pública o entregar la aerolínea de bandera (Aerolíneas Argentinas), “para que la hagan eficiente…”.
El porqué está a la vista. Veinte años de un falso progresismo, de un endeudamiento sistemático y con la corrupción tomando todas las instituciones, acompasada por el macrismo, que también sufrió un duro revés en las urnas y con una sociedad que ahora es víctima, pero durante décadas fue cómplice, creyendo lo increíble y esperando lo que nunca iría a llegar.
Con otras palabras lo explicó Álvaro García Linera, el exvicepresidente boliviano, cuando analizó el resultado electoral en Argentina. “Las promesas de justicia e igualdad no se están cumpliendo, entonces si desde el progresismo nosotros no somos capaces de entender eso y de dar respuestas concretas y rápidas que resuelvan la angustia e incertidumbre que corroe el alma colectiva, lo va a hacer alguien. Y en este caso, ese alguien fue la derecha más cavernaria, el neoliberalismo salvaje que tiene respuestas a problemas complejos”, sintetizó el sociólogo boliviano, insospechado de ser “un aliado del imperio”.
Mientras los intelectuales se demoran en redefinir qué es ser progresista hoy —por lo menos, en la Argentina—, las primarias dejaron un muestreo fidedigno del estado de ánimo del electorado. Casi un 58 % votó contra el Gobierno, sin olvidar el alto nivel de abstencionismo. Son esos que ya no quieren saber nada con la política. Todavía casi 28 % votó al oficialismo; buena parte de ese porcentual está compuesto por votantes intolerantes a todo lo que no sea peronismo, aun cuando muchos solo tengan el recuerdo oral de Juan Perón. Es un sector al que le importa poco o nada que ni Alberto Fernández ni su jefa, la vicepresidenta, aparezcan aún para dar testimonio de la derrota. Y es que ambos, presidente y vice, encabezan esa legión que transita, ya lo dijimos, otra órbita.
Como si no tuvieran nada que explicar después de que la cotización del dólar pasara de los 590 a los 780 pesos por unidad, en un solo día y sin que ningún analista de mercado se anime a pronosticar dónde encontrará su techo. Algo lógico en un país que carece de moneda, con reservas negativas por más de 10 000 millones de dólares y con las impresoras de la Casa de la Moneda trabajando sin descanso.
Escenas que se creían históricas, que remontan a 1989 o al 2001, imágenes de góndolas vacías, remarcación de precios de los productos básicos al ritmo frenético, resurgieron por doquier esta semana. Todo en un país, en el que la pobreza se disparará en agosto a más del 55 % para seguir alimentando la espiral de inseguridad que azota a las grandes ciudades.
No obstante, la elección en sí sigue abierta. Máxime cuando comienzan a aflorar pruebas de algunos acuerdos de Milei, tanto con el expresidente Mauricio Macri como con Massa, el mero candidato del establishment bancario y financiero, que podrían enrarecer el clima preelectoral.
Desde el gobierno no son pocos los funcionarios que lanzan predicciones temerarias. Ministros, voceros, y diputados vaticinan “un baño de sangre”, “peronismo o disolución nacional”, “la calle llena de muertos”. Un intento de reemplazar propuestas por el miedo, que habrá que ver si cala en la población.
Ese es el contexto, en el que el presidente sigue tocando la guitarra puertas adentro de la residencia presidencial, el macrismo, a través de su candidata Patricia Bullrich, sueña con volver a celebrar bailando en un escenario como en 2015 y el rock pesado que entona Milei comienza a hacer furor y retumba en todo el país. Meros instrumentistas de una decadencia que no encuentra límites.
Otro capítulo, tan complicado y urgente, pero con matices, es el que se dirimirá el domingo en Ecuador, cuando se lleve a cabo la primera vuelta electoral. Allí la versión kirchnerista la representan los herederos del autoexiliado expresidente Rafael Correa, quien en un grito de desesperación para que su candidata Luisa González no pierda terreno en el sprint final de la campaña, dijo que el asesinado candidato Fernando Villavicencio “era un agente encubierto de la CIA”.
Había sido Villavicencio el que con sus investigaciones colaboró con la investigación judicial que derivó en una condena de prisión de 8 años contra Correa, de la que se escapó exiliándose en Bruselas, allí donde hace varias semanas lo visitó el expresidente colombiano Ernesto Samper.
El crimen de Villavicencio lo alteró todo. Incluso las encuestas. Allí comenzó a cobrar fuerza otra figura mileinesca que animó la campaña. Se trata del empresario Jan Topic, más conocido como “el Bukele ecuatoriano”, quien amenaza con acabar con el narco y la inseguridad, pero nadie le preguntó qué haría si se desatara nuevamente un escándalo como el de Odebrecht que lo tuvo a él y a su padre, un poderoso empresario de las telecomunicaciones, entre los investigados.
Como es de notar, la debilidad de la democracia, la contaminación de la acción política, la decadencia en todas sus formas no son solo Argentinas. Hay un mundo cayendo en las mismas. Pero allí alcanza ribetes propios, momentos inverosímiles. Con mandatarios o aspirantes a hacerlo que tocan la guitarra, bailan y cantan, interpretando géneros variados, obviando siempre el meticuloso arte de gobernar. No en vano, ese y no otro, el país que alumbró y, todo parece indicar que sigue alumbrando a Los Auténticos Decadentes.