Si hay algo en este mundo que mantiene su precio histórico es la ilusión. No se devalúa y a nadie le cobran peaje por el mero acto de ilusionarse. Esa es la razón principal por la que en los últimos días se observó una desmesurada esperanza en que la guerra de Ucrania fuese a entrar en una fase de definiciones. Un escenario que se construyó por dos razones muy disímiles. Por un lado, la crisis interna desatada, la semana pasada, en Rusia y las gestiones del enviado del papa Francisco, el cardenal Matteo Zuppi, en un intento por establecer una mediación entre Moscú y Kiev.
La sedición, que se quedó a mitad de camino, pareció demostrar que Vladimir Putin no era invulnerable como él y su gobierno se muestran desde hace décadas. El motín del grupo de mercenarios Wagner, con su jefe Evgeny Prigozhin al frente, apuró opiniones de observadores y expertos en cuanto a las posibilidades que se le abrían a Ucrania de definir la guerra a su favor. Por lo pronto, nada más alejado de la realidad. Los obuses escasean, pero la industria redobla los esfuerzos para cumplir con la demanda.
Esa es una ilusión que se desvanece con el correr del análisis. Putin viene de iniciar una purga en el seno de las fuerzas armadas, ante las evidencias concretas de que Prignozhi y sus paramilitares contaban con apoyo interno. La primera víctima apuntada es el general Serguéi Surovikin, comandante adjunto de las tropas en Ucrania. Según fuentes de inteligencia estadounidenses citadas por la prensa de ese país, el uniformado conocía de antemano los planes de los “Wagners boys”. Fue el primero apuntado por el propio Putin, pero en las próximas horas seguirán las firmas, ante la necesidad de reordenar la estructura de Defensa y la posibilidad de que tras el golpe, frenado a tiempo por apuradas negociaciones, hubiese quedado resentida.
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La misión de cardenal Zuppi también despierta ilusiones en lo que al conflicto bélico en Ucrania respecta. En este caso, fe es lo que sobra, pero los necesarios gestos de las partes no aparecen. El representante papal viene de visitar Moscú, en un primer intento de acercar a las partes. No logró que Putin lo sentara en su mesa a seis metros de distancia. En cambio, lo recibió el asesor para Asuntos Internacionales de la Presidencia rusa, Yuri Ushakov. Lo mínimo y suficiente para que la ilusión siga intacta.
En otros puntos del planisferio se van albergando ilusiones de todo tipo y color. En España, sin ir más lejos, el presidente de gobierno, Pedro Sánchez, le quita horas al sueño para trajinar en su campaña con vistas a las elecciones del próximo 23 de julio. De una emisora a otra de televisión, de una provincia en el oeste de la península al sureste, con el deseo (moderado) de remontar las esquivas encuestas y conservar el cargo. Cargo que se ve amenazado por su rival inmediato, el candidato del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, y su socio forzado Santiago Abascal, del ultraderechista VOX, envalentonados como están por las señales que reciben de elecciones en otros puertos.
Como en toda historia existen ilusiones rotas. Casi todas ellas destruidas por la mera realidad. Mucho más cuando la realidad viste uniforme policial y dispara sin meditar las consecuencias, Nahel N. un joven francés de origen magrebí acumulaba las ilusiones de un joven de su edad, cuando el pasado martes en Nanterre (13 km de París), no respetó un control de tránsito y un agente de policía disparó sin atenuantes. Ese fue el disparo de la ira que volvió a estallar en varias ciudades francesas, como hace varias semanas por la extensión de la edad jubilatoria o en el 2005, en la crisis de les Banlieue (los barrios) en las afueras de la capital francesa.
La tensión social es de tal magnitud en Francia, desde hace varias décadas, que una sola chispa, hace que arda el escarmiento. Las últimas noches, en Nanterre o en París, en Marsella o en Toulouse, se repitieron los disturbios, las protestas, las marchas pacíficas para recordar a la víctima, los cientos de detenidos y varias decenas de policías heridos, para que Francia vuelva a oler a quemado.
El grito de "justicia por Nahel", se multiplica, pero no aplaca la ira ni el hartazgo contra una ola de discriminación contra los inmigrantes que no baja y una policía que parece ensañarse con ese colectivo en particular.
El presidente, Emmanuel Macron, pide calma y no descarta, en el caso de que no cesen los disturbios, implementar el estado de excepción en lo que, a esta altura es, su peor año de los seis que lleva habitando el Palacio del Eliseo.
Ilusiones en grande son las que atesora China y su presidente, Xi Jinping. A pesar de los gestos de distensión en la relación bilateral, las pullas verbales entre Pekín y Washington no ceden. Así quedó demostrado el pasado miércoles cuando Joe Biden dijo que “China enfrenta problemas colosales” y recibió la correspondiente respuesta de la portavoz de la cancillería china, Mao Ning: “Esperemos que EE.UU. pueda concentrarse en resolver sus problemas internos y desempeñar un papel constructivo para garantizar la estabilidad y prosperidad del mundo”.
Precisamente, en ese punto es donde se sustenta la ilusión de Xi. De ahí que la diplomacia china venga poniendo buena parte de su energía. Después de haber jugado, recientemente, un papel preponderante en la paz entre Arabia Saudita e Irán, ahora parece trabajar con la paciencia de un orfebre para acercar posiciones entre Israel y Palestina.
Días pasados Xi recibió en Pekín a su par de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, y ahora le cursó una invitación a visitar la capital china al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, según lo confirmó el propio “Bibi”, como lo apodan, a la prensa de su país. Algo que el Departamento de Estado no dejará pasar por alto.
Si hay un aliado estadounidense de excepción en el
mundo, ese es el estado de Israel. Cada premier que asume es invitado de inmediato a visitar la Casa Blanca. Hasta el momento, Netanyahu es la excepción. La administración Biden tomó distancia de este, su nuevo gobierno, por haber arropado a una coalición de extrema derecha. Ese espacio es el que aprovecha China, para mostrarse como una potencia confiable, en el marco de esta competencia cada vez más marcada con Washington. No obstante, y a pesar de distintos tipos de ilusiones, la paz en la región sigue siendo una quimera.
Y como la ilusión no conoce de ofertas ni de escaseces, en Centroamérica no son pocos los que se ilusionan con copiar “el modelo Bukele”. En Guatemala, la exprimera dama Sandra Torres —quien se medirá en la segunda vuelta con Bernardo Arévalo— juró, desde cuanta tribuna tuvo acceso, que no ahorrará esfuerzo para repetir la política de seguridad de El Salvador. En lo mismo anda el gobierno de Xiomara Castro, en Honduras, quien ya puso a funcionar la copia del esquema en la materia del presidente salvadoreño, convertido como está en una suerte de pop star del universo populista en Latinoamérica.
Para poder intentarlo, Torres deberá superar un difícil escollo, el de Arévalo, un sorpresivo candidato que ocupaba un lugar bien abajo en las encuestas preelectorales, en una primera vuelta en la que la gran ganadora fue esta alianza __tan propia de los tiempos que corren__, que tejen el ausentismo y el voto en blanco.
Será un segundo turno en las urnas con espacio para recuperar ciertos símbolos de la historia guatemalteca. Arévalo es el hijo del primer presidente democrático de ese país, Juan José Arévalo (1945-1951), un apellido que reaparece en los primeros planos, cuando la democracia más necesita de cuidados paliativos. No solo en Guatemala sino en otras partes de la región.
Y, en materia de ilusiones, hasta el propio Nayib Bukele las colecciona; aunque para cumplirlas no escatima en tomar atajos o en hacer zurcir trampas institucionales. Busca la reelección cuando la Constitución se lo prohíbe taxativamente.
En ello viene trabajando desde el 2021, inmediatamente después de lograr un triunfo arrollador en las elecciones legislativas. Sin perder tiempo alguno se ocupó en reemplazar a los jueces de la Sala Constitucional y buena parte de los magistrados del poder judicial. Fueron los nuevos integrantes de aquel alto tribunal (que se le cuadran cuando el presidente lo necesita) los que interpretaron a su antojo el artículo 152 de la Carta Magna para que ahora el aspirante a presidente sui generis vaya a por la reelección.
Poco le importa la opinión de los constitucionalistas y de la oposición. Fiel a su estilo, Bukele avanza en su permanente transformación, esa que inició en 2012 cuando fue elegido alcalde de Nuevo Cuscatlán, por el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN). Lo que digan los expertos o los Organismos Internacionales en la materia, le importa igual —o menos— que las críticas que recibe a diario por su poca aprehensión a los derechos humanos, o por los casos de corrupción que aparecen en su gestión y que no se investigan.
Nada parece detenerlo. Mucho menos, cuando en sus más de cuatro años de gobierno ha logrado dos cosas que para el común de los salvadoreños parecían imposibles: bajar los índices de criminalidad y provocar que la Alianza Renovadora Nacional (ARENA) y el FMLN se unan en un frente con vistas a los comicios de febrero próximo. Hay que revisar la historia reciente del país más poblado de Centroamérica para entender, la dimensión de esa unión que solo puede tener lugar por el “efecto Bukele”.
Seguramente a esas dos facciones, resultado del conflicto armado que vivió el país entre 1979 y 1992, no los una el amor sino el espanto.
El jefe de Estado no ahorrará esfuerzos en conseguir lo que se propone. Muchas ilusiones de Bukele se convirtieron en objetivos alcanzados y su meta más importante es la próxima por arribar. Lo dijo alguna vez ante los periodistas, cuando lo acusaban de autoritario. Aquella vez narró con lujo de detalles cómo se percibía él como un hombre del poder. Verlo en acción es corroborar que no deja ni un instante de trabajar con ahínco para, en los próximos comicios, poder concretarla. Allí, en las urnas, espera conseguir la habilitación para intentar luego la perpetuidad en el cargo y de una vez poder llegar a ser eso en lo que se autopercibe: el “dictador más cool del mundo…”.
En ese caso, y para ese entonces, y para cuando el modelo Bukele se vaya expandiendo por otras latitudes, ya estaremos hablando de puras ilusiones perdidas.
CAO