“‘Il Cavaliere’ e morto” y con él una época de la política italiana. Silvio Berlusconi imprimió a fuego ese apodo entre los italianos que, desde finales del siglo XX hasta principios del XXI, lo idolatraron y lo repudiaron en proporciones similares y oscilantes, acorde al ánimo social y al derrotero de la economía, aun cuando los efectos culturales de su populismo extremo lo terminaran sufriendo unos y otros, si se analiza detenidamente su legado. Fiel a su idiosincrasia, millones le celebraban su sprint en la carrera social ascendente de este hombre que en su tierna adolescencia vendía puerta a puerta y terminó convirtiéndose en uno de los principales magnates del país y de Europa, de la misma manera que le festejaban sus desmesuras, tanto si las cometía en el llano o desde las alturas del poder, sus ocurrencias, sus fiestas con menores y hasta su aceitado esquema de corrupción, que lo tuvo más de una vez en la mira de la justicia. La multitud que lo despidió el pasado miércoles no es más que la mejor demostración de ello.
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No en vano, en tanto empresario, carismático como el que más y hombre de los medios de comunicación (nada menos que de un gigante del sector como Mediaset), saltó a la política bajo el padrinazgo de su amigo Bettino Craxi, el histórico líder del Partido Socialista Italiano (PSI), quien junto a un grupo de políticos de su partido y de la Democracia Cristiana fueron acusados por corrupción en el recordado proceso denominado “Mani puliti” (Manos limpias) o “Tangentopoli”, a comienzos de los años 90, que acabó con una dinastía política en el país de la bota.
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La crisis política suscitada por aquel proceso fue la que le abrió las puertas en aquel convulso 1994 al presidente del Milán A.C. de fútbol y monarca de la televisión, “Il Cavaliere” al fin, a la presidencia del Consejo de Ministros. Desde entonces, al frente de su partido Forza Italia, el hombre iba a ser crucial en la vida política del país, alternando su estadía en el gobierno en dos oportunidades, hasta el 2011. A partir de allí, con su capital político en retroceso, supo administrarlo con sagacidad para seguir tallando, incluso, hasta participar de la llegada al gobierno de Georgia Meloni, en octubre último, la que más de una vez supo ponerle límites a su intención de avasallamiento. Nada menos que una mujer fue quien levantó un muro donde fueron a chocar las ínfulas de machista empedernido que caracterizaban a semejante personaje.
Ahora que Berlusconi es pasado, su figura queda instaurada como el símbolo de una época en la que la política comenzaba ya a replegarse al ritmo de una globalización en medio de la posguerra fría. Una suerte de cambio climático constante y feroz para los esquemas preestablecidos de poder. En aquel escenario, “Il Cavaliere” hizo de las suyas en todos los órdenes. Incluso hasta dejar cierta descendencia en la materia.
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Era dueño de esa desfachatez que solía poner de manifiesto en sus actos de gobierno o en algunos pasajes de las peores crisis que le tocó afrontar; similar a la de presidentes como el peruano Alberto Fujimori (1990- 2000) o el argentino Carlos Menem (1989-1999), si bien sus respectivos orígenes distaban mucho de los de Berlusconi, compartían el ideario neoliberal a rajatabla y esa adrenalina por los escándalos.
Años después, como si se tratara de un calco o de una franquicia berlusconiana, Mauricio Macri, acaudalado empresario, cuya fortuna había comenzado a amasar su padre, Franco, desde su llegada a la Argentina, proveniente de Italia __ “la verdadera madre patria de los argentinos”__, solo tuvo que decir “quiero…” para convertirse en presidente del Boca Juniors. En aquellos años de menemismo y hegemonía neoliberal, los deseos del hijo del “Patrón” Franco eran una orden y de ahí a los hechos distaba solo un trámite. Luego vino lo demás: conquistar campeonatos por repetición —casi de la misma forma y al mismo ritmo con lo que se hacían de los contratos con el Estado— y utilizar esos palmarés y al club como plataforma para su lanzamiento a la política. “Lo stesso di il Cavaliere…” (“Lo mismo que Berlusconi”). No en vano, algunos periodistas no podían resistir la tentación de referirse a Macri como “Il nostro Berlusconi” (“Nuestro Berlusconi”), cuando, en aquel primer lustro del siglo, fundara el PRO, su partido, para convertirse en la oposición a la medida del matrimonio Kirchner primero, alcanzar la jefatura de Gobierno de Buenos Aires (2007), como un descanso en la escalera hacia la presidencia (2015-2019).
Macri fue, a la hora del balance, una versión devaluada (no hay que olvidarse que es argentino, al fin) de Berlusconi. Ahí, sigue, al igual que su enemiga íntima Cristina Kirchner, tratando de maniobrar su poder partidario impedido como está(n) por las encuestas y por la coyuntura económica-política de intentar nuevamente la aventura presidencial. Pero, un poco después que Macri, apareció otro surgido de la usina filosófica Berlusconi que ganaría los primeros planos internacionales. Hablamos de un viejo amigo de los Macri en Nueva York, con quien supieron hacer buenos negocios desde fines de los años 70, en el sector privado. Nada más y nada menos que Donald Trump, el magnate que continúa esmerándose en seguir la huella berlusconiana y, de ser posible, superar al padre putativo de la especie. Y no solo en cuestiones de Estado, sino también en su derrotero judicial.
Y es que para pertenecer a ese selecto club, se necesita ser magnate, crecer a la sombra del Estado y tener —o haber tenido— aceitadas relaciones con la mafia o con las letrinas de la corrupción política. Y los tres, en mayor o menor medida, cumplieron esos requisitos. Al menos eso se desprende de los archivos o de los pormenorizados trabajos de investigación sobre cada uno de los integrantes de este trío. Los contactos de Berlusconi con Craxi y los políticos envueltos en la Tangentopolis, como su relación con Licio Gelli, el líder de la logia P-2, representó materia prima en cantidad y calidad para la justicia italiana en su momento.
Gelli había tejido sólidos contactos en la Argentina desde tiempos pretéritos. Tanto con el general Juan Perón (1946-1955 y 1973-1974) como con varios miembros de la última dictadura militar (1976-1983) argentina, principalmente con el comandante en jefe de la Armada, Almirante Emilio Eduardo Massera y con los grupos empresarios entre los que se encontraba Socma, el conglomerado propiedad de la familia Macri, tal como se lo confirmó a este cronista, en 2002, Mario Rotundo, un hombre tan cercano a Perón como al propio “don Licio”, cuyas influencias en el Banco Ambrosiano (Vaticano) o en la Fiat de Gianni Agnelli (cuya representante en argentina no era otra que Sevel, del grupo Socma) eran inmejorables.
No fueron pocas las veces que Berlusconi fue relacionado con la Mafia. De hecho, una investigación en su contra seguía abierta en Palermo (Sicilia) para determinar la veracidad de la confesión de un sicario de la Cosa Nostra, en cuanto a que su jefe, Guiseppe Graviano, mantenía relaciones con el expresidente del Consejo de Ministros, en los años 90.
Contactos similares a los que fue tejiendo un joven Trump, heredero de un emporio económico y con tan solo 22 años, cuando por orden paterna se convirtió en empresario de la construcción, levantando míticos rascacielos neoyorquinos y contribuyendo a campañas políticas, como la del alcalde de Nueva York, Edward Koch, o asociándose a sindicatos controlados por la mafia de la Gran Manzana, según se desprende de artículos publicados en su momento por The Washington Post o en el libro Trump Revealed, de Michael Kranish y Marc Fisher (Simon and Schuster, 2016).
Fue también por aquellos años en que, gracias a amigos italianos en común, papá Macri entabló contacto con Trump, relación que luego continuó su hijo, Mauricio, quien supo cerrar varios negocios, entre otros la venta al futuro presidente de Estados Unidos de un edificio, según los biógrafos más concienzudos de esa familia.
Y como en todo club que se precie, el andar de sus socios se cruza más de una vez. Pero como ocurre siempre después de las exequias, la vida sigue y hay que retomar la actividad. Y en eso está, por estos días, Trump. Duplicando esfuerzos tanto en su campaña para regresar a la Casa Blanca como en los estrados judiciales, para defenderse de todas las causas abiertas en su contra. Aunque no lo confiese, pone de manifiesto su desvelo por superar a su mentor, el jefe máximo de ese movimiento sin nombre, que es Silvio Berlusconi.
El expresidente se declaró inocente en este nuevo proceso por apropiación de documentos oficiales, en una extensa colección en la que conviven cargos por abuso sexual, sobornos, presunta interferencia en las elecciones del estado de Georgia, en el 2020 y su papel en el asalto al Capitolio, que tuvo en vilo a las instituciones el 6 de enero de 2021, el día que asumía su sucesor, Joe Biden.
Mientras la Justicia trabaja, los rótulos de esos cargos, las acusaciones o las condenas que comienzan a caer en su contra parecen no hacer mella entre sus seguidores, que lo siguen colocando en un lugar expectante en las encuestas de cara a las primarias del Partido Republicano. Aunque para su celebración todavía falte un buen trecho y mucha actividad judicial con Trump en el centro de la escena.
Una demostración palmaria de la calidad del blindaje con la que salen a la política los miembros de esa elite en cuestión. Pero también, una muestra de los tiempos que corren, donde los rótulos ideológicos cuentan cada vez menos y la inflación, el retroceso de la economía y el repliegue en su condición de potencia hegemónica en la que está sumido Estados Unidos, sin olvidar su rol en la guerra de Ucrania, parecen jugar en favor de los planes de Trump.
Sería un atrevimiento o poco menos que un intento de vaticinio arriesgar cuál será el futuro del que fue el cuadragésimo quinto presidente estadounidense en esta historia. Mucho más cuando la compleja trama geopolítica está en constante erupción. Pero lo cierto es que, a modo de homenaje, por estos días de duelo en Italia y procesos judiciales en Miami, solo hay una sola certeza: ahora que don Silvio ha muerto, su herencia, en manos hoy de su mejor alumno, gozará, sin duda, de buena salud.
VGB