Son las cuatro de la tarde. Roberto Hernández termina su jornada laboral y baja en elevador al estacionamiento subterráneo de un edificio corporativo en Polanco. Ahí lo espera su coche, un auto adaptado con una palanca junto al volante que le permite frenar y acelerar con las manos. Enciende el motor, reproduce una playlist y arranca rumbo a casa, en la Del Valle Norte, una colonia arbolada con banquetas amplias.
La rutina de Roberto, de 37 años, parece la de muchos otros jóvenes profesionistas; sin embargo, al bajar de su auto y rodar hacia su casa, la ciudad le recuerda que tiene una discapacidad. “No sólo te lo recuerda, te hace vivirla”, dice en entrevista con La Silla Rota.
“La discapacidad no es el problema, el problema son los entornos poco accesibles. En cada bache, en cada barrera, en cada rampa bloqueada la ciudad te dice: ‘no se te olvide que tienes una discapacidad’”.
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De caminar a “rodar”: un cambio de percepción de la ciudad
A los 19 años, tras perder fuerza en las piernas y someterse a múltiples estudios, Roberto recibió un diagnóstico poco común: quistes de líquido cefalorraquídeo que presionaban su médula espinal. La cirugía lo salvó de un desenlace fatal, pero desde entonces, la silla de ruedas forma parte de su vida.
“Podía encerrarme en mi cuarto y deprimirme, que alguien se hiciera cargo de mí… o podía tener mi propia vida. Decidí lo segundo”, recuerda. Terminó sus estudios de Comunicación, trabajó, se casó, se divorció. “Lo mismo que cualquier persona”, recalca.
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No obstante, al caminar, apoyarse en muletas y, finalmente, rodar en silla su percepción de la ciudad cambió por completo. “Mientras caminaba, todo parecía accesible. Cuando empecé con los bastones noté algunas cosas. Con muletas fue más difícil. Pero en silla de ruedas entendí que la accesibilidad, en realidad, no existe”.
“En general, a la Ciudad de México yo le pondría un 4 en accesibilidad. Y eso que hablamos desde el privilegio. Imagínate las colonias que no lo son”, dice, con ironía.
Una batalla cuadra por cuadra
La Silla Rota acompañó a Roberto de su trabajo a su hogar. Durante el trayecto en auto, sufrió las complicaciones que todo chilango enfrenta: baches, inundaciones y caos vial.
Sin embargo, al llegar a su domicilio, en la colonia Del Valle Norte, comenzó el verdadero reto y lo que para muchas personas sería un simple trayecto del coche a la puerta, para él implica toda una estrategia logística.
Primero, “rezar” por encontrar un lugar de estacionamiento cerca de su casa. No por “flojera”, sino por necesidad. Estacionarse lejos puede ser la diferencia entre un regreso seguro o una caída peligrosa.
Luego, desmontar su silla del asiento del copiloto, armarla pieza por pieza, colocarse y comenzar a rodar. Sólo entonces puede comenzar a avanzar hacia su hogar, si el pavimento y las banquetas lo permiten.
El trayecto, de apenas unas cuadras, exige una coordinación milimétrica: esquivar baches, sortear autos estacionados en la banqueta, rampas bloqueadas y calles sin semáforo ni paso peatonal marcado. Además de evitar las heces de perro, el lodo, encharcamientos y calles oscuras.
En temporada de lluvias, el riesgo se multiplica. El agua oculta obstáculos que para alguien en silla pueden ser peligrosos. “Una coladera abierta, una piedra suelta, un desnivel de apenas unos centímetros y te atoras”.
Eso, sin mencionar la falta de luminarias en la ciudad. “Muchas calles están mal iluminadas. Si vas rodando de noche y no hay luz, no ves los baches, no ves el hoyo, no ves la piedra. Prácticamente vas a ciegas”, cuenta.
“Imagina eso, o sea, si esto es un privilegio (en referencia a su colonia), imagínate los lugares que no lo son”, reflexiona. “Son prácticamente zonas de guerra, llenas de agujeros, donde ni siquiera hay banquetas. El riesgo es enorme. Y alejarte o irte alejando del Centro de la ciudad lo va haciendo cada vez más complicado”.
“Yo tengo privilegios, pero eso no borra los riesgos. Cada desnivel, cada piedra, cada bache te expone. Y si no tienes fuerza en los brazos, si no tienes control de tronco, simplemente no pasas.”
El lujo de la movilidad
Para Roberto, el acceso a la movilidad es, paradójicamente, un privilegio que se ha convertido en un lujo. Su auto adaptado, una modificación que permite frenar y acelerar con una sola palanca al lado del volante, requirió una inversión cercana a los 40 mil pesos, además del costo del vehículo y de las placas especiales para personas con discapacidad.
“Prácticamente tener discapacidad es un lujo”, lamenta. “Si quieres un coche, primero tienes que ahorrar para el vehículo y después para la modificación. Entre más caro sea el auto, más te van a cobrar por adaptarlo”.
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No inspiración, solo dignidad
Esta realidad lo llevó a convertirse en un activista. A través de su canal de YouTube, "Rodandoando", Roberto busca visibilizar la situación de la comunidad con discapacidad, pero lo hace sin romanticismos y rechaza la idea de que la sociedad deba admirar a alguien por el simple hecho de vivir con una discapacidad.
“No necesitamos lástima ni admiración. Necesitamos derechos. Lo que buscamos es que el hecho de tener discapacidad no sea un privilegio, sino una condición que la ciudad contemple de manera natural”, explica.
"Lo que necesitamos son trabajos dignos, espacios accesibles... cosas que no tendríamos por qué estar pidiendo, son cosas que ya deberían estar porque son un derecho".
VGB
