Desde hace ocho años, Gael encontró en el organillo una forma de sustento para su familia. Cada mañana, a partir de las 9:00 horas, instala su instrumento, entre el Boulevard Toltecas y Mario Colín, en el centro de Tlalnepantla. Ahí, acompañado de sus hijas Naty y Mary, interpreta melodías clásicas como Cien años, que popularizaron Pedro Infante y Javier Solís.
Mientras él toca, cuando se pone la luz roja del semáforo, sus hijas caminan entre los autos y con una cachucha en mano reciben las monedas de los automovilistas que escuchan las melodías.
“Es una tradición que poco a poco se va perdiendo, pero buscamos conservarla. Yo la aprendí de mis primos y espero que, si mis hijas quieren, también tengan su organillo”, comenta Gael al señalar que es un oficio que les permite salir adelante. En promedio puede obtener entre mil dos mil pesos al día.
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Un oficio heredado
Aunque sus papás no lo practicaron, Gael aprendió de sus primos, quienes a su vez lo heredaron de sus padres. “En la zona metropolitana ya somos solo como unos 50, poco a poco se va perdiendo el oficio, pero seguimos de pie porque es una tradición”, reconoce.
El organillo, traído a México desde Alemania a finales del siglo XIX, se convirtió en parte del paisaje sonoro de las plazas y calles mexicanas. Sin embargo, con el paso de los años y la falta de nuevos aprendices, cada vez son menos los que sostienen esta tradición.
Don Alejandro, música en las fiestas patrias
A sus 68 años, don Alejandro toca su organillo en la Plaza Gustavo Baz, también en Tlalnepantla. Desde hace diez años mantiene esta actividad, incluso en fechas concurridas como el 15 y 16 de septiembre, cuando entre puestos de antojitos y juegos mecánicos, él no falta con las melodías de la época de oro del cine mexicano.
Jóvenes que resisten
Otros organilleros más jóvenes se instalan en puntos como la glorieta de Sor Juana Inés de la Cruz, frente a las oficinas de la Fiscalía General de Justicia del Estado de México. Ahí, forman parte del paisaje urbano, recordando a los transeúntes que este oficio sigue vivo, aunque en riesgo de desaparecer.
Quienes se dedican a esa actividad coinciden en señalar que es un oficio que les permite vivir y salir adelante, pero sobre mantener una tradición viva. Tanto don Alejandro como Gael tienen la intención de que las nuevas generaciones sigan esta tradición y perdure por años.
En contexto: el organillero es la persona que tiene por ocupación tocar el organillo, el cual es un instrumento musical portátil, de origen alemán que funciona con una manivela y un sistema mecánico similar al de los relojes para reproducir música y generalmente es de temas populares que se tocan en las plazas públicas y calles concurridas.
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Este oficio se ejerce en México desde la época del Porfirio Díaz, distinguiendo a los organilleros por su vestimenta, un característico uniforme beige con cachucha, lo que coadyuva a preservar esta tradición musical y que es ya parte de la cultura y de la imagen urbana de la metrópoli.
