Entre enero y julio de este año 660 árboles cayeron en la Ciudad de México (un promedio de 94 por mes o tres diarios), de acuerdo con cifras de la Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil entregadas a La Silla Rota. De acuerdo con especialistas, las raíces de esos ejemplares se pudrieron por las malas condiciones en que fueron plantados y los ventarrones causaron su caída.
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La Secretaría de Gestión Integral de Riesgos informó en una solicitud de información que de 2020 a junio de 2024, 4 mil 648 ejemplares cayeron en la ciudad, de acuerdo con cifras de la entregadas mediante una solicitud de información.
Si bien estas cifras son oficiales, Ivonne Olalde, bióloga de la UNAM, especializada en salud de árboles, aseguró en entrevista con La Silla Rota que los árboles caídos por múltiples factores podrían ser el doble; ya que las cifras de Protección Civil, el C5 y Bomberos solo refieren árboles que cayeron por fuertes vientos y lluvias torrenciales.
“No es culpa del árbol, es culpa de dónde lo ponemos y en qué condiciones está”.
No hay cifras reales: especialista
Cada autoridad encargada de atender las contingencias por la caída de árboles tiene su propia cifra de eventos. Algo similar pasa con el inventario de ejemplares arbóreos.
“La Ciudad de México no tiene un inventario general, lo hemos trabajado en inventarios parciales y da más de un millón… Hacerlo es complicado y tendrían que estarlo renovando, al menos anualmente”, dice Olalde.
La bióloga también advierte que no existe una cifra certera y real sobre la cantidad de árboles caídos.
La explicación de la especialista a la caída de los árboles es que no fueron plantados correctamente, por lo que sus raíces son débiles. Las causas que explican el colapso en la Ciudad de México son:
- Han sido plantados al azar y sin privilegiar especies nativas.
- Los trabajadores encargados de su protección no están bien capacitados.
- Tienen crecimientos no monitoreados.
- No tienen procesos de mantenimiento en calidad y cantidad.
- El suelo en el que están plantados es inadecuado y pudre sus raíces.
En este momento no hay un riesgo inmediato de que la CDMX se quede sin árboles, sin embargo, es probable que se pierda el balance natural del ecosistema de la ciudad y con éste las aves, insectos, hongos y bacterias que lo componen, dijo Ivonne Olalde.
El hule es un árbol originario de Centroamérica que en condiciones normales y óptimas necesita un espacio de mínimo de 1.5 metros para crecer.
El 5 de agosto de este año un ejemplar de éstos crecía a la orilla de la banqueta de la calle Alfredo Chavero, en la colonia Obrera, cuando sus raíces podridas cedieron y cayó sobre un poste de luz.
La caída empujó los cables y cortó la energía eléctrica de algunas casas de la zona. Los bomberos lo derribaron y del árbol solo quedó un tocón. Junto a este tocón hay tres ejemplares de la misma especie que comparten un destino similar. Aunado al espacio tan pequeño para crecer, el hecho de que este árbol no sea nativo de la región y la carencia de mantenimiento, favorecen la posibilidad de una caída.
La opción es plantar especies nativas de árboles
Olalde insiste en que plantar especies nativas, como la tronadora, el tepozán, el madroño, los tejocotes, encinos y el capulín, que llegan a medir de 5 a 10 metros de alto, es una solución viable y recomendable en colonias como la Obrera, donde el cableado está expuesto y se encuentra a 15 metros del piso.
Tanto autoridades como vecinos practican podas mediocres, colocan árboles que crecen hasta 25 metros en macetas pequeñas, talan ejemplares porque tapan al letrero de un comercio o llenan de cal los troncos para que no se suban las hormigas. Todo eso contribuye al deterioro ambiental que sufre la CDMX y con esto a reducir la cantidad de oxígeno que disponen los 9.2 millones de personas que viven aquí.
La existencia de árboles y áreas verdes es vital para una ciudad como esta, en la que siete de cada 10 días, los habitantes están expuestos a contaminantes ultra dañinos como monóxido de carbono (CO), dióxido de azufre (SO2) o el ozono (O3) que causa problemas respiratorios graves y minimiza la calidad de vida, esto según aproximaciones del World Resources Institute (WRI).