“Es muy fuerte enterarme que a tu primera hija le quitaron la vida de una manera tan cruel. ¿Cómo una persona de 14 años va a tener tanto odio, al grado de cortarle el cuello a mi hija?”, narra Ana, pues no entiende por qué el feminicida de Yaretzi sólo pasará dos años en el centro de internamiento para menores y a su hija nunca la volverá a ver. Siente que el castigo no es suficiente.
La cara de Ana se llena de tristeza al recordar la última imagen que vio del cuerpo de su hija Yaretzi, en una de las estrechas calles de San Rafael, su impotencia es más evidente mientras señala que el feminicida de su pequeña de 13 años saldrá de la cárcel en año y medio debido a su minoría de edad.
El domingo 9 de julio de 2023, a unos minutos de que la tarde se entregara a la noche, los vecinos de San Rafael, un pequeño pueblo enclavado en la Sierra Gorda dentro del municipio de Chapulhuacán, que se ubica a casi seis horas de la capital, ya habían realizado las llamadas a los números de emergencia desde una hora antes, pero aún no llegaban. Ana tuvo que esperar hasta las 2:00 de la mañana a que se llevaran el cuerpo para realizar la necropsia.
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Al confirmar que el cuerpo que yacía en el camino -a unos metros de su casa- era de su hija, Ana sólo quería cargarla y llevarla con ella, levantarla, salir corriendo y que alguien le dijera que todo iba a estar bien, pero apenas era el comienzo de la pesadilla que no ha terminado porque el sistema de justicia no logró el objetivo.
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Yaretzi fue a hacer un trabajo de fentanilo
Yare -como le dice su mamá- era la más grande de todos sus hermanos, tenía 13 años y le habría gustado estudiar estilismo o diseño de modas; le gustaba la música coreana de los BTS y Black Pink, repetía sus canciones mientras lavaba trastes... pronto cumpliría sus 15 años, pero en lugar de fiesta prefería un viaje a Corea del Sur.
Ana recuerda a su hija, quien ya entraba en la adolescencia, como una niña responsable, quien mejoró sus calificaciones al pasar de primaria a secundaria. No olvida como le gustaba decorar sus libretas y coleccionar peluches de los BTS.
Al ser la mayor de los hermanos, su mamá dice que se apoyaba en ella para los quehaceres del hogar, echaba tortillas a mano. Le gustaba comer con cubiertos y prepararse fruta con granola y miel. “Muy elegante”, dice Ana.
Ordenada y dedicada, en los últimos meses ya no le gustaba que su mamá la peinara de trenzas. Su habitación la decoró con posters de BTS y Black Pink. Su mamá recuerda que cualquier imagen que encontraba la recortaba y pegaba en cajas de cartón, en su cama, en el espejo, en su ropero, o donde consideraba que daba buena vista.
En la recta final del ciclo escolar, Yaretzi pidió permiso para ir a hacer una tarea, pues al siguiente día tenían que exponer su trabajo final del primer año de secundaria ante los padres de familia, el tema: Fentanilo.
La cita con sus compañeros era a las tres de la tarde, pero ella salió 40 minutos antes de su casa porque tenía que pasar a imprimir la información que había recabado para su exposición, pues también le gustaba ser puntual. El permiso venció a las cinco de la tarde de aquel 9 de julio de 2023, pero Yare ya no regresó.
Con su bebé en brazos -el más pequeño de sus hijos- la mujer salió de su casa en busca de Yaretzi; en el camino, que en realidad parece vereda, encontró a una vecina que le dijo que no pasara por ahí porque había una mujer muerta, pero ella jamás imaginó que se trataba de su hija.
Creyó que, si al pasar por ahí, la niña hubiera visto el cuerpo, se habría espantado y por eso, quizá, se fue por otro lado. Más adelante encontró a la delegada de la comunidad, quien le informó que el cuerpo era de una “muchachita” y no de una mujer adulta.
Sólo para descartar la idea, la vecina le pidió que le dijera cómo vestía la menor… así fue como se dio cuenta que la ropa coincidía con el pantalón azul y la blusa fucsia de Yaretzi. Asintió con la cabeza, era la niña.
¿Qué le pasó? ¿Quién fue? ¿Qué le hicieron? ¿Se espantó con algo y se cayó? Son las interrogantes que le llegaron a la cabeza. No la dejaron acercarse. Las dudas crecían, pues, a pesar de que muy cerca del lugar había casas, nadie vio ni escuchó nada.
Ana creyó que la muerte de su hija había sido accidental y fue hasta que recibió el cuerpo cuando se enteró de todo lo que le habían hecho, preguntó al forense por qué le habían cosido todo el cuello y fue ahí cuando supo que el motivo de la muerte fue anemia aguda, consecutivo a laceración de arteria carótida y vena yugular izquierda por instrumento punzocortante, es decir, un degollamiento.
Todo favoreció al acusado
La forma en cómo el asesino salió del pueblo y el mal manejo de las autoridades en el proceso, aunado a que los testigos participaron en el intento de linchamiento contra el alcalde de Chapulhuacán y otras acciones, favorecieron al acusado, puesto que hubo violación a los derechos humanos durante su captura y se corría el riesgo de perder en caso de llegar a juicio.
Entre las acciones no protocolarias se narró cómo, enardecidos por el asesinato, los habitantes de San Rafael retuvieron al presidente municipal y obligaron a los policías a ir por el asesino, pero en vez de resguardarlo, lo sacan de la comunidad en un vehículo particular dentro de la cajuela, hecho que fue considerados a favor del asesino.
Otro hecho es que la madre no pudo iniciar la denuncia sino hasta el siguiente día, a las 8:00 de la mañana, pero al arribar el sujeto a la agencia del Ministerio Público, resulta que no había denuncia y no lo podían retener, pero nadie le explicó qué era lo que tenía que hacer, además de que la agencia más cercana estaba cerrada.
“Uno no conoce de leyes, uno piensa que está haciendo lo correcto, uno piensa que al hacer más escándalo, al exigir justicia, se hace lo correcto y, al contrario, están favoreciendo a los asesinos”.
Ana habla del caso en el que, con un procedimiento abreviado, terminó en una sentencia de dos años de internamiento para el adolescente.
"Dos años no es justicia"
El feminicida -un adolescente de 15 años- ya fue sentenciado, pero para Ana, dos años de internamiento “no es justicia”; sin embargo, la ley lo ubica en el grupo etario II, adolescentes entre 14 y 16 años, lo que establece que la pena máxima para ellos es de tres años de internamiento.
Ana tampoco puede creer que dentro de unos meses el asesino de su hija saldrá libre, podrá convivir con su familia, regresar a su casa, hacer su vida, incluso, si es posible, cometer más delitos, mientras que a su hija la fue a dejar al panteón y nunca más la podrá volver a ver.
“Ni la voy a poder sacar de su tumba y decirle vente ya pasó la pesadilla, mucho menos ver que sus sueños se hicieron realidad”.
Sin poder controlar el llanto, Ana sabe que siguió al pie de la letra los procedimientos, pero no fue suficiente para alcanzar la aclamada justicia. “Me doy cuenta de que, a pesar de haber hecho todo, no logré gran cosa y le digo a mi hija que me disculpe, lo que estaba en mis manos lo hice, pero desgraciadamente las leyes no nos ayudan en mucho y no nos favorecen”.
¿Dos años de internamiento? -cuestiona Orlando- el padre de Yaretzi aún no lo puede creer, pues pareciera que los delincuentes tienen más derechos que las víctimas. Ser menor de edad no le da derecho a arrebatarle la vida a otra persona.
“Ahora resulta que una persona que maltrata animales tiene más castigo que un asesino”, expresa.
Él considera que el asesino debe de ser juzgado por la magnitud de sus actos y le hubiera gustado que por lo menos le dijera ¿por qué lo hizo? ¿qué lo motivó?, pero no fue posible, pues preguntarle o acercarse a él es violarle sus derechos.
La exjueza especializada en Sistema de Justicia para Adolescentes, Ivón Ruiz Cerón, considera que en el tema del procesamiento y análisis de delitos cometidos por adolescentes son un mito e inconformidad social, porque no se comprende la diferencia entre justicia adolescente o derecho penal. Explica que hay tres grupos etarios: de 12 y 13 años, 14 y 15 años y 16 a 17 años, ello tiene que ver con la madurez biológica, concretamente con el desarrollo del cerebro.
El encarcelamiento de un adolescente -de acuerdo con la abogada- debe ser el menor tiempo posible y el tipo de delito sólo será necesario para determinar el tiempo de internamiento.
La sentencia emitida por la Jueza de control especializada en Justicia para Adolescentes, Martha Leticia Hernández Amador, para el asesino de Yaretzi, también lo obliga a tomar terapias psicológicas y actividades recreativas que, en caso de no cumplirlas, podrían aumentar cinco meses más el internamiento, pero en caso de cumplirlas lo disminuiría dos meses.
Para Ana “personas así no cambian, ni con terapias psicológicas”, por eso, ella considera que habría alcanzado la justicia si ese muchachito se quedara toda su vida encerrado y así evitar que salga y represente un peligro para la sociedad. “Eso no lo van a erradicar con terapias porque su mente ya está enferma ellos necesitan estar en un lugar lejos de personas inocentes”.
La madre de Yare se negó a recibir dinero como reparación de daño, lo veía como un pago por la muerte de su hija, además que sabe bien que el muchacho y su familia no habrían cumplido.
“Le dije al juez: ‘no quiero dinero, quiero justicia’”, pero el juez le explicó que era la ley la que no le permitía ir más allá. El sujeto también le ofreció una disculpa por lo que hizo, pero no dijo por qué lo hizo.
El gobernador de Hidalgo, Julio Menchaca Salazar, recuerda bien este caso, dice que le tocó atender a una madre desgarrada y la sanción no fue la esperada, coincide en que es necesario revisar las leyes de justicia para adolescentes, pero sabe que es un tema de carácter legislativo.
“Yo le diría que coincido con una revisión para atender la exigencia de justicia de la sociedad y que no se quede simplemente en los esquemas de la minoría de edad (...) se debe de abrir una discusión a la que yo me sumaría”, expresó.
La doctora Feggy Ostrosky, directora del Laboratorio de Neuropsicología y Psicofisiología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), coincide en que la Ley Nacional del Sistema Integral de Justicia Penal para Adolescentes tiene que ser analizada, pues no tiene un buen manejo en el caso de delitos de alto impacto como el feminicidio, ya que la edad no puede delimitar el nivel de peligrosidad que representa un individuo para la sociedad o para sí mismo.
“El cerebro sigue madurando, sobre todo en las áreas de autorregulación emocional hasta los 20 años y por eso dicen: ‘hay que darles oportunidad’, pero hay veces que ya tienen problemas tan serios que la maduración no ayuda, porque ya está alterado ese cerebro”.
De acuerdo con la experta, quien ha liderado estudios sobre psicopatía en niños y ayuda a realizar análisis en reclusorios federales para saber quién puede ser liberado y quién no, de acuerdo a sus rasgos de violencia y contextos de vida, los adolescentes que cometen delitos como el de Fidel requieren un esfuerzo más grande y detallado.
“No estoy de acuerdo, creo que (la sentencia delimitada por la edad) es una simplificación y habría que hacer un estudio para saber los rasgos de psicopatía, a la historia previa, al contexto de vida de cada niño o adolescente, y no sólo tener penas de meterlos a la cárcel, porque cuando salgan van a salir igual, tu cerebro no cambia porque estés en la cárcel”, explica.
Fidel, el adolescente feminicida
Ana supo que Fidel, su vecino, mató a su hija y no asimilaba que ese muchacho, que vivía a escasos metros de su casa, hubiera acabado con la vida de Yare de una forma tan brutal.
Fidel siempre vestía con una sudadera y subía el gorro a su cabeza, tenía 15 años y una novia que estaba embarazada. Ana nunca supo que el muchacho pretendiera a su hija, ni que se le hubiera acercado en otro plan, pues sólo eran vecinos e iban a la misma secundaria.
El adolescente provenía de un hogar desintegrado, fue testigo de la violencia que sufría su madre durante muchos años, lo que derivó en la separación de sus padres; vivía con su padre, a su madre la veía de manera ocasional, pero el día de los hechos estaba de visita con su madre en San Rafael.
De acuerdo con el examen psicológico que le aplicaron, tiende al aislamiento, la fantasía, evade conflictos, se le dificulta tomar decisiones, refleja actos infantiles que van desde berrinches hasta rabietas y con poco control de impulsos cuando no obtiene lo que desea. Alto grado de ansiedad, nerviosismo y miedo.
El día del asesinato, Fidel encontró a una persona a la que le pidió ayuda para escapar y le comentó que había peleado con alguien y que lo había matado con un cuchillo. Fidel está en internamiento y su familia se autoexilió de San Rafael.
“Se fueron de aquí, pero el daño me lo dejaron y también me dejaron este vacío que jamás se va a poder volver a llenar”, menciona Ana.
Un vacío que no se llena
La sentencia del feminicida de Yaretzi no pudo ser más elevada porque así lo establece la ley de justicia para adolescentes, la madre está consciente, por eso pide a los diputados que modifiquen la ley, que no dejen que, por el simple hecho de ser adolescentes, caigan en la impunidad.
No hay consuelo para el dolor, no hay nada que llene el vacío de Ana, le han roto su familia y nunca volverá a ser igual, intenta hacer sus cosas y atender a sus hijos y su casa, pero le falta una: Yare, de quien guarda sus fotos, sus recuerdos y mantiene su habitación como ella la tenía. Le consuela saber que la educó bien, que era una niña amada.
En el lugar donde la encontraron, su abuelo y su padre, que tuvo que regresar de Estados Unidos ante el suceso, construyeron una capillita en su memoria.
Ana comenta que a veces trata de reír, de salir a distraerse, pero no es lo mismo porque los recuerdos de su hija están en todos lados: por donde sea que camina, en los lugares que frecuentaban juntas, ahora sólo se cuestiona ¿dónde está su hija? ¿por qué no va con ella? y recuerda que le falta una, le falta Yare y que sus sueños se vieron apagados cuando un adolescente de nombre Fidel le arrebató la vida de la manera más atroz y brutal que alguien puede actuar.
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