TENANGO DE DORIA.- Entre leyendas de gigantes, invocación de espíritus, bailes de comparsas multicolores y música, así es como la sierra Otomí–Tepehua de Hidalgo se abre al mundo con su más emblemática tradición: los carnavales, que tendrán su apogeo a partir del 20 de febrero.
Ligado al calendario litúrgico, esta fiesta es la más esperada por los habitantes de esta región, que en su mayoría son indígenas otomíes y tepehuas, que se preparan con meses de anticipación.
“Aquí se manifestaba el espíritu bueno (Dios) y el espíritu malo Hla'ka'ti'ku'ru (diablo en la lengua tepehua) y ofrecía una ofrenda que depositaba en un altar y que consistía en refino, velas, flores, alimentos y la quema de incienso para pedir, dejar salir al carnaval, para que todo salga bien durante su celebración y que transcurra sin desgracias. Por eso, se dice que esta celebración está dedicada a Hla'ka'ti'ku'ru” y en agradecimiento ofrecen la ‘Danza de la lumbre’ al finalizar el carnaval”.
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Este recorrido comienza en la casa de Francisco Gallegos Solano, a quien le llaman Don Chico, un hombre indígena de 55 años de edad que nació en el municipio San Bartolo Tutotepec, un lugar místico, emblemático y lleno de grandiosos paisajes; es ahí, donde tiene su modesto taller para elaborar máscaras de madera, las cuales crea desde hace 38 años.
“Aprendí viendo de unas personas que ya no están. Eran amigos, vecinos. Cuando empecé, la verdad no me quedaba bien las máscaras, pero fue con la práctica y la tercera máscara que hice agarró más estilo”, dijo el artesano de la colonia Los Reyes en entrevista con La Silla Rota Hidalgo.
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Madera de árboles de cedro y aguacate son la materia prima. Aunque, prefiere este último material pues dice que “esa madera es la que más aguanta”. Estas artesanías las hace y vende “por pedido” para los carnavales.
“El precio depende mucho de los cuernos de chivo y la cola de caballo que le pongo. Más o menos las llego a vender en 7 mil pesos, es lo que valen… los cuernos son los que les dan el valor a las máscaras”, expresó.
La leyenda de los gigantes ‘sabios’
Para contar las siguientes líneas, Don Chico trajo a su memoria las leyendas que le contaban de niño sobre el origen de las máscaras que dieron paso a las costumbres y tradiciones actuales de la sierra Otomí–Tepehua.
“Hace muncho nos contaban que se encontraron árboles que tenían caras. Esas fueron hechas hace mil años por gigantes, a quienes les llamaban ‘Sabios’; incluso, hacían rodar grandes piedras en el monte y por ahí se veían los árboles que tenían caras”, narró.
Fueron estos seres mitológicos que, según la tradición, tallaban las máscaras en los árboles a las cuales, en lugar de cuernos de algún animal, les ponían orquetas (troncos de madera). Así dieron origen a las máscaras que hacen actualmente de forma artesanal.
“Nos cuentan que hubo un diluvio y esa gente grande (que estuvo asentada en donde ahora es la sierra Otomí-Tepehua) murió; pero, quedaron algunos rostros de las máscaras en algunos árboles que ellos hicieron”, agregó.
Sus ancestros, indica, hacían rituales entorno a esos árboles con rostros tallados. Incluso, ponían altares y bailaban alrededor… lo que ahora se hace, pero en las calles de las comunidades de estos tres municipios que integran la Otomí-Tepehua: Huehuetla, San Bartolo Tutotepec y Tenango de Doria.
De esos árboles, añadió don Chico, por el paso del tiempo se perdieron. Sin embargo, él y otras personas de la región, continúan preservando este arte, ahora mezclado con la cuaresma que les inculcaron con la religión católica.
¿Cómo hace las máscaras?
Se corta un tronco de árbol de cedro o aguacate de aproximadamente 20 centímetros, el cual es dividido a machetazos. Con una herramienta llamada gurbia (especie de garfios de metal) se comienza a escarbar para dar la forma hueca de la máscara.
Una vez que la capa de madera está lo suficientemente delgada, se voltea para comenzar a detallar el rostro dando matices a la nariz, los ojos y la boca, además de otros elementos. Luego, pasa por un proceso de pulido.
“Es aquí cuando podemos ponerle los cuernos. Los fijamos con clavos especiales, para que no se partan al momento de clavarlos; también, les hacemos un arco con listones y campanas, para que al final les incrustemos la barba, que es la cola de caballo… ya luego se pinta la máscara, ahora sí, como la pida la gente”, agregó don Chico.
En cuanto a la elaboración de los arcos, el artesano dice que su hijo hace tejidos de Ojos de Dios (similares a los que hacen los Huicholes en Nayarit), que sirven para engalanar la máscara.
Significado de la máscara
Estos rostros son asociados a deidades llamadas “morteros”, guardianes del monte de la sierra Otomí-Tepehua, a quienes hacen altares. El significado de los cuernos, según don Chico, “es la fuerza y el poder que tiene una máscara”.
Mientras, el arco y los listones y campanas colgantes es la energía vital que fluye con la fuerza del aire. Finalmente, la barba es la sabiduría que representan estos seres mitológicos de la región de Hidalgo. Las máscaras que hace el artesano son de rostros humanos.
Actualmente, dijo que se ha estado comercializando cuernos de plástico para las máscaras. Sin embargo, el artesano aseguro que no es lo mismo y que se corre el riesgo que se quiebren al menor movimiento.
“Fácilmente se puede doblar el cuerno de plástico. Nada como unos originales de borrego”, comentó.
En el caso de San Bartolo Tutotepec, la cuna del carnaval se hace en la comunidad de Pie del Cerro, donde se venera al Señor de Chalma; dicho festejo comienza el 6 de febrero y finaliza el 1 de marzo.
Nadie quiere aprender a tallar máscaras
Pese a que la familia de don Chico está contenta con la elaboración de máscaras que hace, existe preocupación en él ya que nadie de sus sucesores quiere aprender el arte del tallado de máscaras de madera.
“Nadie quiere aprender, yo creo que no les gusta o no les interesa, quién sabe. Sin embargo, hay un chamaco que sí le interesa aprender, pero él está en Pachuca, pero casi no viene acá (a San Bartolo Tutotepec) por su trabajo”, dijo.
Pese a este panorama, don Chico ve “una esperanza” en sus “nietitos” que, cuando lo ven trabajando en su taller, se acercan y comienzan a ver cómo labra la madera: “luego agarran el martillo y están golpeando, yo creo que ellos les puede interesar”, agregó.
Recibió un premio en Los Pinos
En 2019, don Chico ganó el segundo lugar del Gran Premio Nacional de Arte Popular, su edición XLIV, entregado por las secretarías del Bienestar y de Cultura, así como los fondos Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart) y el Nacional para la Cultura y las Artes (Fonaca) y Citibanamex.
Por la fabricación de máscaras fue que le dieron este reconocimiento y un cheque por 20 mil pesos. La distinción se la entregaron el 20 de noviembre de 2019 en el Complejo Cultural Los Pinos, en la Ciudad de México por la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto Guerrero, así como Emma Yanes Rizo, directora general del Fonart.
“Me habían dicho que había ganado, pero no me dijeron qué lugar. Ya luego me dijeron que fue el segundo a nivel nacional… me sentí bien contento, pues nunca me habían invitado allá, a participar, y la primera vez que me invitaron gané”, narró.
El trabajo de don Chico, representando a Hidalgo, participó con otros artesanos que elaboraron en Jalisco y Michoacán, cuyos artistas se llevaron el primero y tercer lugar, respectivamente.
Pide apoyo del gobernador y secretaria de Cultura
A través de La Silla Rota Hidalgo, Don Chico pidió el apoyo del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, del gobernador de Hidalgo, Julio Menchaca Salazar, y de la secretaria de Cultura, Tania Meza Escorza ya que requiere recursos para comprar herramienta.
“Sabemos que el gobierno ha apoyado a otras gentes, pero a mí no lo han hecho. Incluso, si estas líneas las puede leer el presidente Obrador, pueda ayudarme. Ocupo herramienta para cortar un trozo de madera… yo no tengo cortadora, la tengo que cortar con machete”, dijo como ejemplo.
El origen del carnaval
La palabra carnaval proviene del latín ‘carnelevare’, que significa “abandonar la carne”, así como del italiano ‘carnevale’ que en un sentido literal significa “adiós carne”. Estas etimologías hacen referencia a la abstinencia de carne y sexo impuesta por la cuaresma y explican el desenfreno de la larga despedida de los placeres.
Por ello, antes de comenzar esta etapa del calendario litúrgico “la fiesta, la algarabía, la ironía, la magia y el color anteceden a un periodo de 40 días de ayuno de placeres corporales para enfocarse a la purificación del espíritu”, explicó Palemón Alberto Flores Aparicio, historiador e investigador de la región Otomí–Tepehua.
En entrevista con La Silla Rota Hidalgo, indicó que el carnaval se rige por el “calendario litúrgico católico de la semana santa” y se celebra en la primera semana que cae el miércoles de ceniza, es decir, en este año será en la semana del 20 al 26 de febrero.
“Este carnaval se toma en dos etapas de cuatro días cada una, tomando los días domingo, lunes, martes y miércoles y la segunda etapa es la de mayor importancia, llamada ‘la octava’, porque se celebra la ‘Danza de la lumbre’, en el municipio Huehuetla”, explicó.
Esta danza es considera “una fiesta pagana” donde el pueblo celebra los placeres de la vida, una manera en que la gente recuerda su efímero pasó por el mundo, pues el carnaval no es otra casa que aquella de la visita de los muertos patógenos.
“Es decir, los muertos en desgracia y la idea del carnaval, parte de la tradición oral que dice que Jesucristo tuvo que disfrazarse para huir de sus captores, y se adopta esta tradición de manera devota, confeccionando trajes innovadores de popelina, y otros hechos con material de rehusó”, agregó.
Ritual en cueva de piedra
Palemón Flores contó que el finado ciudadano de Huehuetla, Francisco, don Panchito García Vigueras, celebraba un ritual en una cueva de piedra ubicada a más de cinco vados del río Pantepec (que atraviesa por el municipio), para comunicarse con las deidades para que le concedieran el permiso para la celebración del carnaval.
“Aquí se manifestaba el espíritu bueno (Dios) y el espíritu malo Hla'ka'ti'ku'ru (diablo en la lengua tepehua) y se ofrece una ofrenda que depositaba en un altar y que consistía en refino, velas, flores, alimentos y la quema de incienso, para pedir, dejar salir al carnaval y que todo salga bien durante su celebración y que transcurra sin desgracias. Por eso, se dice que esta celebración está dedicada a Hla'ka'ti'ku'ru” y en agradecimiento ofrecer la ‘Danza de la lumbre’. al finalizar el carnaval”, explicó.
De acuerdo a esta costumbre, el primer grupo de huehues (viejos sabios) que salía a bailar, utilizaba el cuerno, acompañado de la música con instrumentos prehispánicos, como tambores de madera de cedro ahuecado de forma cilíndrica y taponeado con cuero de temazate (venado pequeño).
Actualmente, esta celebración en el municipio de Huehuetla, se acompaña con música de tríos huapangueros, a diferencia del carnaval entre los otomíes de la zona norte del municipio, que se acompaña con banda de música de viento.
El historiador refirió que don Panchito fue el encargado de la organización del carnaval desde 1942 hasta 1969. Además, era el costurero pues se encargaba de confeccionar los disfraces, principalmente de diablos y coludos que elaboraba con tela de popelina, en un solo diseño y de color rojo o blanco, además confeccionaba la máscara de trapo para los huehues.
Los disfraces: los huehues o viejos del carnaval
El origen de la Danza de los huehues proviene de las tradiciones que tenían de la cultura azteca. Comenzó con la costumbre en el día de muertos en la huasteca en el lugar de Xantolo, donde estos “viejos sabios” ayudaban a las viudas a encontrar cobijo luego que sus esposos morían en batalla durante la época prehispánica.
También se dice que la tradición del baile de los huehues es originaria del estado de Tlaxcala; después, fue llevada a Puebla por algunas personas que ayudaron a fundar esta ciudad.
Catolicismo: el carnaval para evangelizar
Palemón Flores refirió que, en el siglo XVII, los colonizadores españoles comenzaron a impartirles a los indígenas tlaxcaltecas la tradición del carnaval, como un método para evangelizarlos.
“Los tlaxcaltecas tomaron esta tradición, creando el baile de los huehues, el cual tiene un significado tanto religioso como satírico, ya que los danzantes se vestían de manera que se hiciera burla de los propios españoles y demás personas de clase alta que los dominaban”, indicó.
El atuendo de los huehues es una vestimenta que no ha evolucionado con el tiempo y representa a los ancestros tepehuas, a través de dos personajes: el viejo y la vieja. El vestuario del viejo es con camisa y calzón de manta y las viejas (personajes caracterizados de mujer) con la vestimenta tradicional femenina tepehua.
Las viejas, en su mayoría, son hombres disfrazados con vestimenta femenina, que se cubren el rostro y la cabeza con una máscara de trapo, elaboradas artesanalmente y pintadas con facciones de tipo europeo, con una nariz recta y afilada, cejas, bigote, patillas, pelo y ojos con una abertura, sujeta alrededor del cuello con dos tirantes, con el fin de afianzar la máscara, que representa una expresión o gesto de buen humor o tal vez la representación ritual de un anciano.
“Se complementaba el vestuario con un machete a la cintura, su morral, su cotorina o el cotón, su tancolote en la espalda, su guaje, su paliacate al cuello y su sombrero huasteco, una representación del viejo campesino o en un viejo mayordomo con sahumador y velas, con su collar de rosquetes y rosario ceremonial, con flores de cempasúchil intercaladas con hojas de lima, un pedazo de vela y un detonante conocido como bomba, y el vestuario de la vieja con su indumentaria completa (liado, blusa, quexquemetl y faja), rebozo, mandil y su canasta del mandado. Ambos bailaban descalzos o con huaraches de garbancillo al ritmo de los sones de costumbre”, detalló.
Bailan en las calles por diversión
Con estas indumentarias, caracterizadas por las y los habitantes de estos tres municipios tepehuas (Huehuetla, San Bartolo Tutotepec y Tenango de Doria), al ritmo de la música del carnaval hacen sus bailes por las calles, uniéndose y animando a otros disfrazados a bailar para ir de casa en casa a divertir a los lugareños y visitantes.
“También piden dinero para sufragar los gastos, como la música, los disfraces, los alimentos y las bebidas; mientras el público los observa con entusiasmo tomando fotos y videos, bailan y bailan… expresa sentimientos de alegría y una danza es una expresión ritual y artística”, indicó.
Disfraz del comanche, el más emblemático
El disfraz del Comanche pucumanchi, en la lengua tepehua, es el personaje central del carnaval, pues está cargado de simbolismo y su diseño es con el propósito de atraer la atención de los curiosos y causar sensación por donde pasa.
“Los antecedentes indígenas prehispánicos de este disfraz, es que está vinculado a los chichimecas por diversos autores. Don Panchito decía que los comanches despegan los pies del piso para girar y danzar para que no gane el que vive debajo de la tierra (el malo), razón por la cual, se les considera que son defensores del mal y el guardián que protege el flanco de la danza de la lumbre (en Huehuetla)”, dijo.
El disfraz de pucumanchi, agregó el historiador, lo estilizaron de acuerdo con el gusto de los disfrazados, que reflejan los cambios que imponen los nuevos tiempos y se convirtió en el disfraz local por excelencia.
“En su confección artesanal, se realiza bajo la mirada atenta y gran dedicación de un artesano, que con sus manos llenas de experiencia le imprimen la imaginación y la creatividad para así lograr el resultado deseado planeando los costos de su elaboración”, añadió.
Disfraz lo elaboran con corcholatas, pesa 20 kilos
Palemón Flores detalló que, las características especiales en su elaboración responden a una fuente de inspiración cuyo objetivo es “acercar a las nuevas generaciones al arte popular”, ayudándoles a descubrir sus propias posibilidades y generar en la población un sentido de pertenencia.
“Es un vestido de tela de manta con más de 4 mil corcholatas con un peso de hasta 20 kilos, que antes de ser montadas son calentadas en un comal para extraerles el plástico interior y posteriormente se aplanan y se perforan para cocerlas al vestido que se complementa con una lanza de madera decorada, hilos multicolores”.
También, agregó, “usa una máscara de trapo confeccionada y pintada con diseños geométricos, un gran penacho con plumas de guajolote, un cinturón-carcaj de cartón, ambos sujetos a una cuerda de hilo sintético y decorados con pintura acrílica y colas de pelo de caballo, un arco con estructura de madera curva decorada con hilos sintéticos multicolores y un cinto de cascabeles metálicos de cobre, que van sonando en su recorrido”.
Disfraz del diablo
El disfraz del diablo Lakatuk'uru (en la lengua tepehua), se diseña según la representación que se tiene este personaje: una camisola de manga larga y calzón de tela de satín, con una máscara grotesca y pintada con facciones terroríficas, con una nariz prominente curvada, con dos cuernos de cabra en la cabeza.
La espalda de este personaje está cubierta por una capa romboidal en sustitución de sus dos pares de alas de águila, adheridas a los hombros y espalda, adornada con un dibujo de la representación del diablo, con zapatos tipo botines que representan sus garras en vez de pies y una cola pequeña de escorpión.
“En ocasiones usaban en la mano una riata, un lazo o una lanza de madera con puntas. En la actualidad es elaborado con tela popelina o manta en varios colores y diseños multicolores, con una capa con dibujos terroríficos, como serpientes, alas, garras…”, dijo el historiador.
la danza del fuego tradicional de Huehuetla
La danza del fuego, llamada xa'at'in jip'i en la lengua tepehua, “poco se puede tener conocimiento que no sea a través de los transmitidos por la tradición oral, dejando grandes vacíos sobre su origen, que sigue siendo un misterio y de la cual existen diferentes versiones”.
A un así, la xa'at'in jip'i se ha popularizado pues su rareza es “única y mística” que muchas personas asisten para presenciarla en el municipio de Huehuetla, y se ejecuta el último día de la “octava del carnaval”.
“Existió una ‘Danza sobre las brasas’ haya por el año de 1942 y su creador fue nada más y nada menos que ‘Don Panchito García, quien se inspiró en las tradiciones de los Indios Navajos de Estados Unidos, que celebran una danza parecida, donde los danzantes se pintaban sus cuerpos desnudos con arcilla para evitar el intenso calor y bailan en círculos concéntricos acercándose cada vez más a las llamas, saltando y acelerando su velocidad. A medida que corrían golpeaban al que lo antecede con una antorcha encendida”, contó.
La danza del fuego se admiró, por primera vez, en el Carnaval del mes de febrero de 1942. Ese día, Don Panchito, como las diez de la noche y con la ayuda de la gente empezó apilar varias tareas de leña de encino y, alrededor de estas, le ofrendo incienso y refino.
“Después de quemar toda la leña hasta obtener brasas al rojo vivo las mando extender sobre la calle de tierra Felipe Ángeles, sobre la calle Berriozábal hasta la esquina de la calle Ignacio Zaragoza de la cabecera municipal. Aproximadamente como cuarenta metros. Llegando las once de la noche se presentó Don Panchito ataviado con un taparrabo de color rojo, corriendo y saltando, acelerando la velocidad con los pies desnudos sin protección sobre las brasas ardientes”, dijo Palemón Flores.
Dijo el historiador, esta danza es considerada un acto de invocación del espíritu de Don Xiku' Xa'xo'la' (Francisco Guajolote, en la lengua tepehua) para que ayude a los danzantes a ejecutar bien esta danza, a través de una ceremonia tradicional que se escenifica sobre un altar de fuego, donde el fuego tiene un significado espiritual, pero se dice que simboliza el regreso del "Lakatuk'uru" (deidad nefasta o señor del mal) para apaciguarlo y evitar que envíe la desgracia.
La danza inicia cuando un grupo de 10 danzantes llamados “indios barbaros” se pintan en el rostro y la canilla (parte delantera de la pierna que está bajo la rodilla), unas rayas negras y rojas con pintura vinci para aumentar la apariencia y el poder.
“Recorren las calles del pueblo, antes de celebrar la danza del fuego. Vestidos con atuendos de color negro y color rojo, con cintos de cascabeles de bronce en la cintura y usando un penacho con un tocado de plumas de guajolote. Se dice que el color rojo de los indios barbaros es para los principiantes, los que por primera vez participan y el color negro para los más experimentados. También se dice que color rojo simboliza la sangre y negro simboliza la muerte”, concluyó.
¿Quién es Palemón Alberto Flores Aparicio?
Es un historiador e investigador de la región Otomí–Tepehua. Ha escrito cuatro libros: “Los saberes ancestrales del Calendario ritual de los Tepehuas de Hidalgo”; “Flora y Fauna Silvestre. Región Otomí-Tepehua”; “Antología de Cuentos indígenas. Tepehuas de Hidalgo” e “Historiografía. Huehuetla, Hidalgo”.
Además, es promotor cultural indígena, embajador de la cultura lhima’alh’ama' (tepehuas del sur) e investigador asociado de la Sociedad Académica de Historiadores Iberoamericanos y divulgación cultural e histórica de los municipios Huehuetla, San Bartolo Tutotepec y Tenango de Doria.
También, es miembro de la Academia Mundial de Literatura, Historia, Arte y Cultura (AMLHAC) e investigador Certificado por la Sociedad Académica de Historiadores Iberoamericanos, la Red Académica Internacional Historia a debate, la Unión Hispano Mundial de Escritores y el Centro de Actualización Universitaria y Miembro de la Red de Investigadores y Gestores Culturales de la Huasteca y el Totonacapan.
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