La noche del 15 de septiembre de 2025 no fue una ceremonia más. Por primera vez en la historia de México, una mujer apareció sola en el balcón principal de Palacio Nacional para dar el Grito de Independencia. Claudia Sheinbaum, presidenta constitucional, ondeó la bandera, coreó los nombres de los héroes patrios y pronunció el clásico “¡Viva México!” ante una multitud que sabía que, esta vez, el ritual tenía un eco distinto. No cambió el protocolo, pero sí cambió el símbolo. Porque cuando una mujer ocupa ese espacio, también lo resignifica.
Durante dos siglos, ese balcón ha sido territorio exclusivo de hombres. Presidentes de todas las épocas —militares, abogados, tecnócratas— han alzado la voz desde ese punto de poder. Lo han hecho en momentos de guerra, crisis, reformas y populismos. Pero siempre bajo un mismo guion de género: el del mando masculino. Que una mujer haya llegado ahí no es un logro aislado, es una fractura histórica. Una grieta en la narrativa oficial que por décadas excluyó, silenció o relegó a las mujeres a papeles secundarios en los relatos del poder.
Los símbolos
El gesto, por más ceremonial que parezca, tiene una carga política profunda. No porque Sheinbaum haya improvisado un discurso feminista —no lo hizo— sino porque su sola presencia en el lugar que antes parecía vetado ya dice algo. Dice que los símbolos importan. Que el poder no solo se ejerce: también se encarna. Y que un país con profundas deudas de género puede, al menos por una noche, verse reflejado en una imagen inédita.
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No se trata de idealizar. El México que gritó ese viernes por la noche sigue arrastrando feminicidios, desigualdad laboral, brechas en salud, educación y participación política. La presencia de una mujer en la presidencia no borra esas realidades, pero sí obliga a replantearlas. Porque si el techo más alto fue roto, entonces ya no hay excusas para no romper los de abajo. El simbolismo no es suficiente, pero puede ser catalizador. Y en política, los gestos también pesan.
El ritual
Hay quienes minimizarán la escena. Dirán que el país necesita resultados, no rituales. Pero se equivocan si creen que los rituales no configuran imaginarios. Lo que vemos también moldea lo que creemos posible. Y la imagen de una mujer gobernando desde el centro del poder nacional, en uno de los actos más cargados de historia y emoción del calendario político, marcará a una generación entera.
El balcón es el mismo, la campana también. Pero la voz fue distinta. ¿Estamos listos para que no sea la última?
José Luis Lima González, columnista de LSR Hidalgo. X: @pplimaa
