Mientras Washington endurece su discurso comercial, el campo mexicano se convierte en el nuevo frente de batalla. El pasado 15 de julio, la presidenta Claudia Sheinbaum respondió de forma directa a la amenaza arancelaria estadounidense sobre el jitomate y otros productos agrícolas mexicanos: “México no permitirá que se afecte a nuestros productores con medidas unilaterales”. La frase, pronunciada en Palacio Nacional, no es menor. Marca un giro en la estrategia nacional frente a un vecino que, bajo el argumento de defender a sus agricultores, está elevando el tono contra uno de los sectores más exitosos de la economía mexicana.
Las cifras lo explican. En 2024, las exportaciones agroalimentarias mexicanas a Estados Unidos superaron los 50 mil millones de dólares. Productos como el jitomate, el aguacate y las berries no solo abastecen supermercados estadounidenses, sino que sostienen miles de empleos a lo largo del territorio mexicano, pero este éxito ha encendido alarmas en el norte. El gobierno encabezado por Donald Trump analiza imponer un arancel del 17.09% al jitomate mexicano, argumentando prácticas desleales y competencia desmedida. No se trata de una cuestión sanitaria ni de seguridad alimentaria: es, simple y llanamente, proteccionismo.
La respuesta del gobierno mexicano, esta vez, ha sido más firme que en episodios anteriores. Sheinbaum dejó claro que el tema será llevado al capítulo de solución de controversias del T-MEC, exigiendo que cualquier medida se someta a las reglas pactadas en el acuerdo. Al mismo tiempo, la canciller Alicia Bárcena encabeza reuniones con el sector privado para preparar posibles contramedidas, sin caer en respuestas impulsivas que perjudiquen al consumidor nacional. Es una línea delicada: responder sin escalar, proteger sin aislarse.
Te podría interesar
Pero detrás del debate técnico y las mesas de negociación, late un problema más profundo. Estados Unidos enfrenta un proceso interno de repliegue económico. La política “Buy American” y la presión de los lobbies agrícolas están empujando a la administración de Trump a endurecer su postura frente a socios que antes eran considerados seguros. Y México, con su agroindustria en expansión, ha dejado de ser un socio menor para convertirse en un competidor real. Lo que está en juego no es solo el jitomate; es el modelo exportador mexicano y su papel dentro del bloque económico de América del Norte.
La verdadera cuestión es si México logrará consolidar su posición como potencia agroalimentaria sin ceder ante presiones externas ni desgastar su relación estratégica con Estados Unidos. Defender al campo nacional ya no es solo un asunto económico: es un acto de soberanía. Y en esta nueva etapa, lo que está en juego es mucho más que el jitomate.
José Luis Lima González, columnista de LSR Hidalgo. X: @pplimaa
