OPINIÓN

La tauromaquia en México: el ocaso de una tradición

No se trata de negar la historia ni de borrar de un plumazo una tradición que ha formado parte del tejido cultural de México. Se trata de reconocer que los tiempos cambian y que la evolución de los valores es inevitable | JOSÉ LUIS LIMA GONZÁLEZ

Plaza de Toros México.Créditos: Archivo LSR Hidalgo
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Desde hace siglos, la tauromaquia ha sido vista como una manifestación de arte, valentía y tradición. En plazas abarrotadas, toreros han desafiado a la muerte con una estética rigurosa y una coreografía precisa, mientras el público ovaciona cada lance. Sin embargo, la historia ha demostrado que las tradiciones no son inamovibles. Como sociedad, hemos aprendido a dejar atrás prácticas que, aunque arraigadas en la cultura, han perdido justificación en tiempos modernos.

Hoy, en pleno siglo XXI, la pregunta es inevitable: ¿puede un espectáculo basado en el sufrimiento animal seguir considerándose un símbolo de identidad y orgullo? Cada vez más países y regiones han respondido con un rotundo “no”. México, con una de las aficiones taurinas más grandes del mundo, se encuentra en una encrucijada.

La prohibición de las corridas de toros con violencia en la Ciudad de México marcó un hito. No se trata de un hecho aislado, sino de una tendencia global. En España, cuna de la tauromaquia, las corridas han sido prohibidas en Cataluña y han perdido apoyo en comunidades que antes las protegían con fervor. En América Latina, países como Argentina, Chile y Brasil han puesto un alto definitivo a este tipo de espectáculos.

México, sin embargo, ha tardado en dar el paso. Aquí, la tauromaquia sigue siendo una industria que genera miles de millones de pesos al año y emplea a decenas de miles de personas. Pero la viabilidad económica no puede ser la única vara con la que se mida la pertinencia de una práctica. Si así fuera, aún justificaríamos otras formas de explotación y violencia en nombre del empleo.

La realidad es que el rechazo a las corridas de toros ha crecido en los últimos años. Encuestas recientes indican que más del 70% de los mexicanos apoya su prohibición. Cada vez hay menos espacio para el entretenimiento basado en el sufrimiento de seres vivos.

En este contexto, el Partido Verde Ecologista de México ha sido el principal impulsor de iniciativas para prohibir la tauromaquia en varias entidades del país. Desde hace años, esta fuerza política ha abogado por reformas en favor del bienestar animal, enfrentándose a grupos empresariales y culturales que defienden la fiesta brava como un patrimonio inalterable.

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En Hidalgo, uno de los estados con mayor arraigo taurino, la discusión ha llegado al Congreso. Avelino Tovar Iglesias, diputado local, ha presentado una iniciativa para prohibir las corridas de toros en la entidad, argumentando que “una sociedad justa no puede seguir normalizando la violencia contra los animales”. Su postura ha encontrado respaldo en la mayoría de la población, pero también resistencia entre empresarios y aficionados.

La Plaza de Toros Vicente Segura, en Pachuca, ha sido testigo de tardes de gloria y drama. Sin embargo, también es testigo de una transformación social que avanza con fuerza. La discusión no es solo legal o económica, sino moral. ¿Qué dice de nosotros como sociedad el hecho de justificar la muerte de un ser vivo como espectáculo?

No se trata de negar la historia ni de borrar de un plumazo una tradición que ha formado parte del tejido cultural de México. Se trata de reconocer que los tiempos cambian y que la evolución de los valores es inevitable.

Hubo un tiempo en que las peleas de gladiadores eran vistas como la máxima expresión del heroísmo. Hoy, nadie dudaría en condenarlas. En su momento, los circos romanos justificaban la violencia en nombre del entretenimiento. Hoy, la humanidad ha avanzado lo suficiente como para rechazar esas prácticas.

Lo que está en juego no es la memoria ni el arte, sino la esencia misma de lo que significa ser humanos. La verdadera grandeza no está en imponerse sobre la vida, sino en respetarla. No es la muerte la que engrandece al hombre, sino su capacidad de compasión.

En su poema La muerte del toro, el aficionado a la tauromaquia Manuel Benítez Carrasco escribió:

“El toro cayó de lado,

como caen los cipreses,

y se le quedó en el ojo

una luz de amanecer.”

Es un verso hermoso, pero detrás de su lirismo hay una verdad ineludible: el amanecer que queda en los ojos del toro es el último. No habrá otra oportunidad para correr, para sentir la brisa, para existir. Ese es el precio del espectáculo.

La tauromaquia nos ha dado poesía, música, arquitectura y relatos que perdurarán en la historia. Pero quizás ha llegado el momento de encontrar la belleza en otros rincones, de celebrar la vida en lugar de aplaudir su fin.

Porque al final, la verdadera estocada es la que el tiempo da sobre las costumbres. Y esa, tarde o temprano, siempre es definitiva.

#CuartoDeGuerra | José Luis Lima González, columnista de LSR Hidalgo. X: @pplimaa