Guanajuato.- La ciudad de Guanajuato tiene entre sus atractivos turísticos sus más de 3 mil callejones, cada uno nombrado bajo diversas circunstancias y leyendas, donde resalta uno que al nombrarlo suele provocar mucha curiosidad y hasta temor: El Callejón del Infierno.
Todos los habitantes de esta Ciudad Patrimonio de la Humanidad, en especial los adultos mayores, saben que el nombre nació de una leyenda, mito, realidad o fantasía, por lo que sólo con escuchar el de Florentino Montenegro, de inmediato lo relaciones con dicho callejón.
El relato que se han transmitido de generación desde la época virreinal, cuando la minería estuvo en auge en esta ciudad capital, hacen referencia a un minero, Florentino, que frecuentemente se le veía caminar tambaleante por los callejones cercanos o en estado de ebriedad frente a su casa en el callejón de Terremoto, además de tener fama de mujeriego.
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Según cuentas los “cuevanenses”, una noche, al punto ebrio, se encontró a su paso a una bella joven, quien le sonrió de manera coqueta y empezaron a caminar juntos hasta una casa en donde se encontraba un personaje infernal y en otro de los cuartos se escuchaban gritos y lamentos.
Y al día siguiente, Florentino fue localizado por empleados municipales tirado en la calle; posteriormente fue con un sacerdote a quien le contó lo sucedido y éste le mencionó que 30 años atrás en esa casa le dio los santos óleos a una mujer muy guapa, la cual falleció al poco tiempo.
¿Qué había en esa casa endemoniada?
Se dice que Florentino Montenegro, ya de avanzada edad, se sentaba al atardecer en la puerta de su casa y contaba a quien se le acercaba lo que le ocurrió en su juventud.
Quien fuera un gambusino de la mina de San Juan de Rayas, en el siglo XVIII, cuando junto con las riquezas aparecieron los centros de vicio, con tabernas donde se bebía hasta perder la conciencia, se jugaba, se apostaba y donde los clientes eran precisamente los mineros.
Y el relato continúa: Entre esos sitios de diversión se instaló en el Callejón de Robles un bodegón que atendía un andaluz maldiciente y dicharachero.
Al toque de queda, las puertas del establecimiento se cerraban para dar principio a la jugada de las cartas y al baile.
En ese ambiente, uno de los clientes más asiduos y gastadores era Florentino Montenegro, un galán atrevido que despilfarraba su dinero en el vino y en el amor. Salía siempre a las tres de la mañana del bodegón, dando traspiés y sin acordarse de nada.
En una de esas noches de parranda, Florentino se marchó más temprano que de costumbre, aunque ya pasaban de las doce de la noche.
Al llegar a la esquina distinguió entre las sombras, el contorno de una figura humana abrazada a una puerta, como si esperara a alguien. Florentino se acercó para cerciorarse de quien se trataba. Era una mujer joven y bonita. La oscuridad de la noche y los vapores del alcohol no le permitían apreciar aquel hallazgo, él se le declaró y le hizo proposiciones para que lo acompañara.
La mujer de cuerpo esbelto vestía toda de negro. Al acercársele, ella quiso huir, pero él la sujetó con fuerza y le preguntó dónde vivía; ella con un ademán le indicó la dirección que debían tomar y caminaron juntos.
Llegaron al callejón de Perros Muertos, doblaron a la izquierda y entraron a un callejón estrecho y misterioso donde las sombras de la noche eran más densas. Al llegar al fondo, la jpven abrió una puerta por la que pasaron hasta el interior que se encontraba iluminado por un resplandor rojizo.
Florentino sintió una corazonada, ya que él no conocía nada de lo que veía a su alrededor, pero atribuyó su desconfianza a su estado de embriaguez. Bajaron por una escalera en forma de espiral. Al momento, Florentino se percató que la bella joven, quien lo tomaba de la mano, había cambiado de apariencia y que se asemejaba a una mariposa negra que aleteaba apresuradamente.
Al levantar la vista, observó un pequeño punto negro, las piernas le comenzaron a temblar y perdió el equilibrio, resbalando hacia esa especie de hoyo en donde cayó hasta el fondo.
Lo primero que vio fueron unas figuras grotescas que bailaban en torno de una gran antorcha que lo iluminaba todo. A los lados había espaciosas galerías, en unas se encontraba una multitud de hombres y mujeres encadenados, cuyos pesados grillos los volvían inmóviles; en otras había montones de oro y plata, ahí unos hombrecillos de estatura diminuta se entretenían en inyectar en la roca la plata y el oro que extraían otros hombrecillos de la enorme antorcha, para formar las vetas que se convertirían en fuentes de riqueza.
En otra galería pudo apreciar un macabro espectáculo, ya que había cadáveres de pie petrificados formando larga filas. La leyenda narra que eran los cuerpos de quienes murieron afanosos de riquezas, que no pudieron disfrutar en vida. Y Florentino, impactado por tanta crueldad comenzó a gritar enloquecido por y dos figuras gigantes lo sujetaron y le colocaron una pesada cadena. Así, prisionero, quedó en este antro infernal para que ingresara al grupo de condenados a esos trabajos. Su desesperación no conocía límites y fueron inútiles las peticiones de la clemencia que solicitaba.
La mujer que lo había llevado hasta ahí, nuevamente se le apreció y para calmarlo y le convidó un brebaje. Apenas alcanzó a tomar dos sorbos cuando quedo profundamente dormido.
Al despertar
A las seis de la mañana, la campana mayor de la parroquia anunció el Ave María. La ciudad de Guanajuato se despertó para iniciar sus labores diarias. La aurora de ese amanecer aún no disipaba del todo las sombras de la noche, cuando la ronda municipal, en el último recorrido, se encontró un hombre dormido y tiritando de frío en el estrecho callejón que desembocaba en la calle del Hinojo.
Era Florentino y uno de los vigilantes lo despertó. Todavía bajo los efectos del alcohol se levantó tembloroso y somnoliento y les dijo: “Acabo de llegar del infierno. He pasado una noche en aquellas horrorosas profundidades… ¡Allí está la puerta de entrada!”, y les señaló un cuartucho todo ruinoso.
La puerta que daba acceso al cuartucho deshabitado se encontraba cerrada. Al abrirla se dieron cuenta de que no había indicios de haber sido habitado en años. Tampoco había agujero alguno, como para que los de la guardia le creyeran que había venido del infierno.
Envejecido por los años y achacoso por las enfermedades, Florentino solía sentarse en una silla afuera de su casa, en el barrio de Terremoto, para contarles a los muchachos la extraña experiencia que vivió aquella noche.
De eso trata la leyenda, la cual recuerdan los capitalinos cada vez que algún turista les pregunta: “¿Dónde está el Callejón del Infierno?”.
Un mural
En la actualidad hay mural titulado "La antesala del infierno", obra de un joven estudiante de Artes Plásticas, Jorge Sandoval Mujica, el cual se encuentra en el Callejón del Infierno, donde el joven estudiante de Artes Plásticas plasmó su visión inspirada en La Divina Comedia y la interpretación del artista sobre el inframundo.
Hoy, el mural no sólo embellece el lugar, sino que también revive la leyenda local sobre este callejón.
| Con datos y fotos de: Estado de Guanajuato, México
