Dolores Hidalgo, Guanajuato, 16 de septiembre de 2025 — La Casa del Diezmo, antigua y noble casona de 1779, es hoy símbolo vivo de la independencia de México. Entre sus muros no solo se fraguó el inicio de la lucha por la libertad, sino que también se tejieron rumores de amores prohibidos y secretos familiares que humanizan al llamado “Padre de la Patria”.
Era un revolucionario hasta con las reglas de la iglesia
Más que un edificio, esta casa parece haberse encariñado con Miguel Hidalgo y Costilla. El sacerdote que cambió la historia también vivió aquí su vida más íntima, un espacio donde el ideal de libertad convivió con lo cotidiano, con lo terrenal, con la pasión.
La historia oficial dice que la Casa del Diezmo fue construida por encargo del cura José Salvador Fajardo en 1779. Su propósito original era almacenar los diezmos, los tributos que la población entregaba a la Iglesia. Desde entonces, fue el centro administrativo de la Parroquia de Dolores.
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En 1804, Miguel Hidalgo llegó a vivir a esta casa, acompañado por dos hermanas y un tío. El lugar pronto se convirtió en más que una vivienda: escuela nocturna, taller de alfarería, salón de música, espacio para tertulias y, sobre todo, cuna de las ideas insurgentes. Fue aquí donde Hidalgo y sus compañeros comenzaron a planear el movimiento que estallaría la madrugada del 16 de septiembre de 1810.
Pero los muros de esta casona también guardan un secreto incómodo, uno que mezcla historia con mito
Se dice que Hidalgo mantuvo una relación con Josefa Quintana, vecina de San Felipe. La tradición popular asegura que de ese vínculo nacieron dos niñas: Josefa y Micaela. Sin embargo, en una sociedad profundamente religiosa y vigilada, el cura las presentó ante la comunidad como sus “sobrinas”.
Era una estrategia para evitar el escándalo y proteger tanto a las niñas como a su madre. En aquellos tiempos, un sacerdote con descendencia era una figura que podía ser destruida por la opinión pública y por las autoridades eclesiásticas.
Estas versiones, transmitidas por generaciones, pintan a Hidalgo como un hombre que no solo desafió a la Corona española, sino también las estrictas reglas de su propio estado clerical. Sin embargo, historiadores serios señalan que no existen documentos —ni partidas de bautismo ni cartas— que confirmen de manera definitiva esta historia. Son solo versiones que han ido comunicando la familia que aún queda del cura Hidalgo.
Aun así, el rumor se mantiene vivo. Hablar de esas niñas como sobrinas habría sido la coartada perfecta para ocultar su verdadera identidad. Hoy, este relato persiste como una leyenda que humaniza a Hidalgo, recordándonos que los héroes también tienen secretos, y que la independencia nació no solo de discursos y batallas, sino de pasiones humanas.
Con el estallido de la insurgencia, la Casa del Diezmo se convirtió en objetivo militar. Fue saqueada y ocupada por insurgentes y realistas a lo largo de la guerra. Tras la independencia, el inmueble pasó por diversas manos y funciones, hasta que en 1863 Benito Juárez lo declaró Monumento Nacional. En 1946 fue transformado oficialmente en museo.
Hoy, el Museo Casa de Hidalgo conserva objetos personales del cura: vestimentas sacerdotales, anteojos, libros, documentos conspiratorios, e incluso una urna con restos que se le atribuyen. Cada pieza cuenta la historia de un hombre complejo: sacerdote, conspirador, líder, quizá amante y padre oculto.
La ironía final es inevitable. En esta casa, Hidalgo formó una “familia”, aunque no necesariamente la de la sangre. Hermanas, discípulos, vecinos, insurgentes… todos tejieron con él una red íntima que dio origen a una nueva nación.
Cada 16 de septiembre, la Casa del Diezmo recuerda que la patria nació en un rincón doméstico, entre mesas de madera, canciones ensayadas y secretos murmurados. Aquí vivió el cura que se enamoró de un futuro libre y que, tal vez, también se enamoró de algo mucho más terrenal.
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