Dos kilómetros antes de llegar, un hombre de gorra, que está parado al pie del monumento de Cristo Rey, describe la escena casi como del Apocalipsis: “Se abrió la tierra muy feo y nadie sabe por qué”, explica el hombre abriendo los ojos con asombro. “El hoyo está por allá”, dice el señor de la gorra, señalando con el dedo índice hacia las montañas.
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Todo mundo cuenta la historia del cataclismo varios kilómetros a la redonda. Un día de noviembre, de la noche a la mañana, se abrió un agujero gigante en la montaña que se tragó árboles y yerbas en un instante.
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Todavía no hay explicación científica.
Unos dicen que es consecuencia de la dinamita que diario truenan en la mina de oro que está por el rumbo y otros creen que así estaba escrito en el Nuevo Testamento.
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El camino está cubierto de piedras negras y redondas, desde Silao, hasta la montaña. Hay que subir por Cristo Rey, tomar la ruta minera de la época de la Colonia, pasar por un ranchito llamado Sangre de Cristo, y tres kilómetros adelante, está el pueblo minero y casi fantasma de Mineral de la Luz (fundado en 1548), donde ocurrió el fenómeno natural.
“El hoyo está más adelante”, dice un motociclista que se para para dar instrucciones. “Es muy grande. No sabemos qué pasó”. ¿Será cosa del Diablo?
“No sabemos nada”, contesta.
De cualquier forma, en el pueblo, la señora de la tienda, está algo asustada. “No creo que el hoyo llegue hasta acá. Todo por aquí son minas, hay túneles por debajo de las montañas. Si acaso la montaña se hundirá toda, pero nada más. No llegará a Mineral de la Luz”, dice, con cierta duda, como queriendo convencerse de que todo está bien. Ella se ríe de nervios. “Sí da un poco de miedo”, reconoce.
Los pobladores cuentan que la tierra se abrió de repente, tragándose todo por ahí, árboles, arbustos, cactus y animales pequeños. La gente siente temor de ser devorada por el cerro, así que ya nadie quiere caminar o pasear por ese territorio.
Más adelante, a la orilla de la carretera, hay un letrero que dice: Mina Bolañitos. Es una mina de oro y plata, pirita, adularia y acantita, operada por la empresa canadiense Endeavor Silver Corp., una compañía transnacional que trabaja en EU, Chile y Guanajuato. Bajo la montaña, la mina tiene agujeros y túneles por todos lados, como un hormiguero, cuentan los pobladores.
La minera Bolañitos otorga trabajo a 380 empleados y tiene 250 contratistas mexicanos. Los trabajos de exploración y explotación de los mineros se hacen a cientos de metros de profundidad.
“Dele por allá abajo. Ahí está el hoyo”, dice un trabajador de la mina que está en su hora de salida. “Yo no puedo hablar porque me meto en problemas”.
En el camino de piedras, todavía hay que bajar una pendiente de tierra blanca, con pequeñas piedras puntiagudas de cuarzo, y por ahí, al final, hay una malla que dice: Propiedad Privada. Se consignará a quien ingrese.
Al cruzar la malla, caminando, hay una brecha de tierra, por donde evidentemente nadie ha pasado en mucho tiempo. Sobre la tierra hay extrañas cuarteaduras, marcadas con tinta roja, por donde casi cabe un zapato, por lo que hay que tener cuidado en donde se pone el pie. Detrás de los arbustos, hay una cinta amarilla que dice: “Peligro”.
Tiene sentido: la tierra se siente algo suelta y floja. Y ahí, entre matorrales y yerbas, que deben abrirse como si fueran una cortina de una ventana, aparece el hoyo gigantesco, con una profundidad de casi 30 metros. Da miedo tan solo de verlo: es un hoyo profundo y oscuro, lleno de peligros. Ahí fácilmente cabe una casa. En ese agujero podrían ser sepultados dos autobuses de pasajeros, juntos.
Se trata de un hoyo inexplicable que rompe con la armonía del paisaje, a unos minutos de la montaña de Cristo Rey. De pronto comienza a escucharse un ruido extraño como ramas que chocan contra el viento. ¿De dónde viene ese ruido raro? El ruido incrementa su intensidad. De repente el cerro empieza a tambalearse poco a poco, bajo nuestros pies, como una montaña de arena que se desmorona, dejando caer pequeñas piedritas que hacen ruido, al bajar la montaña.
-¡¡Corre!! -grita mi compañero, sintiéndonos como esos personajes de leyendas apocalípticas que huyen del Cerro del Cubilete por temor a ser devorados por la tierra.
El suelo cae a pedacitos.