HISTORIAS CALLEJERAS

Leonardo convirtió su silla de ruedas en una tiendita móvil

Leonardo Cardona, un vendedor en silla de ruedas, recorre la Zona Piel de León vendiendo dulces, bolis y cigarros, demostrando que la voluntad puede más que cualquier adversidad

Vendedor de Cigarros
Vendedor de CigarrosCréditos: Gustavo Carreón
Escrito en GUANAJUATO el

León, Guanajuato.- Por las calles calientes y bulliciosas de la Zona Piel en León, entre vendedores de zapato, chamarra, maletas y sombreros, se desplaza silencioso un personaje que ya forma parte de la vida cotidiana de los trabajadores: Leonardo Cardona, un vendedor de cigarros, bolis, papas y dulces, montado en su silla de ruedas verde y empujado por su propia voluntad de hierro.

 

Leonardo, de 43 años, es un rostro conocido para quienes trabajan entre la calle Monte Carlo y Hilario Medina. Su carrito, decorado  que anuncia “Cigarros”, es imposible de ignorar. Lo mueve arriba y abajo de la banqueta, de puesto en puesto, como un barco que nunca se detiene, surtiendo de energía a los comerciantes con una bolsita de papas, una paleta, un puñado de semillas o un bolis de limón derretido por el sol.

Vendedor de Cigarros Foto: Gustavo Carreón

Hace apenas un año y medio, Leonardo enfrentó una de las pruebas más duras de su vida: le amputaron el pie. Pero en lugar de detenerse, al tercer día después de la cirugía, volvió a las calles. “Yo digo que hay que trabajar, como andes. En la casa no van a llegar las cosas solas”, dice con una sonrisa franca, mientras acomoda con agilidad los productos en su silla adaptada.

 

La vida de Leonardo no ha sido sencilla. Vivió once años en Guanajuato capital, pero hace tres regresó a León, a su barrio, con la decisión de no dejarse vencer. Su filosofía de vida se refleja en cada palabra: “He conocido personas que dicen ‘no puedo caminar’, pero tienen un pie. Yo también tengo uno y aquí ando, porque no hay de otra”.

 

Entre los objetos más curiosos que lleva consigo, destaca un cuchillo cebollero largo y filoso que guarda como una extensión de su cuerpo. No es para vender ni para pelear: es, según él, su compañero silencioso, su amuleto de protección ante los peligros que pueden surgir en la madrugada, cuando la ciudad se transforma y los riesgos aumentan.

 

Leonardo trabaja de noche y madrugada, desde las primeras luces hasta las 2 o 3 de la tarde, a veces hasta que haya baile o fiesta que le permita extender la jornada. No depende de nadie más que de su fuerza y su carrito verde. Su jornada se rige más por el cansancio de sus brazos que por el reloj.

 

Entre bromas, venta de cigarros y dulces, Leonardo se ha convertido en parte del tejido invisible que mantiene viva a la Zona Piel, ese corazón palpitante de la ciudad que pocas veces descansa. Su paso lento, pero constante, es un recordatorio silencioso de que el espíritu humano no conoce límites físicos cuando hay voluntad.

 

Mientras muchos apenas se adaptan a las adversidades, Leonardo ya va tres pasos adelante —o más bien, tres ruedas adelante— demostrando que a veces, quien tiene menos herramientas, termina enseñando las lecciones más profundas.

 

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