León, Guanajuato.- Por décadas, en la ciudad de León, los gritos de la afición aún resonaban en el aire cuando los luchadores salían de la antigua Arena Isabel. Con el sudor aún fresco en sus frentes y la adrenalina vibrando en sus venas, el siguiente destino era casi obligatorio: La Caminera. Esa cantina de paredes ocres y letras pintadas a mano ha sido testigo de innumerables noches de lucha, cerveza y bravura.
Si los cuadriláteros de la Arena Isabel eran el escenario de las batallas oficiales, La Caminera era donde se libraban las peleas más íntimas: aquellas contra el cansancio, la derrota y, a veces, hasta contra uno mismo.
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Desde su apertura en los años 30 o 40 —casi a la par de la inauguración de la Arena Isabel— La Caminera ha sido un punto de reunión para luchadores, aficionados y curiosos por igual. En sus mejores años, la cantina recibía a los gladiadores enmascarados que, tras una función, necesitaban bajar la intensidad del combate con un tarro de cerveza bien fría y una botana generosa. Ahí se les veía, con los rostros marcados por los golpes, la máscara medio desprendida o el torso descubierto, presumiendo moretones como si fueran medallas de honor.
Las mesas de madera oscura, testigos de incontables anécdotas, sostenían los codos de rudos y técnicos por igual. En un rincón, se hablaba del legendario duelo entre un local y un retador del D.F.; en otro, se negociaba un próximo enfrentamiento con promesas de llaves inéditas. En ocasiones, incluso la rivalidad del ring se mantenía en los brindis: un luchador brindando por su victoria mientras su contrincante bebía para olvidar la derrota.
Pero el tiempo nunca se detiene. La Arena Isabel, aquel templo de la lucha libre leonesa, dejó de recibir multitudes y, con el tiempo, fue derrumbada. Hoy, en su lugar, solo queda un estacionamiento con un letrero que recuerda vagamente su pasado. La Caminera, sin embargo, ha resistido. Aunque ha cambiado de dueños en varias ocasiones, el bar sigue de pie, con su fachada inconfundible y su promesa de “diario ricas botanas” pintada a un costado de la entrada.
El interior ya no es lo que solía ser. Si bien aún conserva esa esencia de cantina tradicional con cortinas de tela en la puerta y toldos gastados por el tiempo, el bullicio de los luchadores ha sido reemplazado por conversaciones más pausadas. Ahora, los clientes son vecinos del barrio, nostálgicos de otra época o simplemente quienes buscan una cerveza sin pretensiones en una cantina con historia.
Afuera, las calles han cambiado, pero la esquina de La Caminera sigue siendo un recordatorio de que hubo una época en la que León vibraba con la lucha libre. Los gritos de la afición, los golpes resonando en el ring y las ovaciones aún parecen susurrarse entre las mesas de la cantina. Quienes cruzan la puerta, quizás sin saberlo, pisan el mismo suelo que grandes leyendas de la lucha pisaron antes.
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