León.- Muchachos encapuchados. Vecinos de las colonias populares de León, con el rostro cubierto por un paliacate. Con un cubrebocas. Con sudaderas negras de capucha. Con la cara cubierta. Así llegaron al centro de la ciudad durante la manifestación por el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo.
La mayoría de los asistentes a la marcha eran personas politizadas, leoneses que han estado en otras luchas y activistas sociales, caras conocidas, preparados y educados, empresarios y profesionistas que se saludaban mientras marchaban, pero había también manifestantes que se distinguían por ser distintos, como estos muchachos encapuchados.
¿Es necesario usar la capucha?
“Sí señor, no queremos ser vistos”.
¿Se puede hacer una manifestación sin violencia?
“No señor, debe ser a chingadazos. El cambio es chingadazos”, me dijo una jovencita de unos 18 años, casada, con un hijo, una joven con el rostro cubierto.
“Estamos hartos”, me dijo. “Carlos Manzo sólo quería hacer el bien”.
Depués de hacer su presentación en público, casi como un comando urbano, ella y sus amigos rayaron las paredes de la Presidencia Municipal, grafitearon la cantera y lanzaron consignas combativas en contra de Morena, del PAN y del PRI. “¡Renuncia Claudia!, ¡renuncia Alejandra!”, decía una pancarta que ellos llevaban.
“PAN, PRI y Morena, son la misma chingadera”, se leía en otra cartulina.
Un grupo así no se había visto por aquí.
Unis 20 o 25 muchachos, de entre 15 años y 25 años, dispuestos a grafitear, a denunciar, a alzar la voz y, de ser necesario, a pelear. “Nosotros venimos dispuestos a pelear, si es necesario, pero los señores nos dijeron que no. Esto no puede ser pacífico”, dijo uno de los muchachos cubierto con una capucha negra.
Estos jóvenes no se asumen como Generación Z. Tampoco se definen como anarquistas, aún cuando usan el símbolo del anarquismo en sus grafitis. Solo saben que hay muertos en sus colonias, hay sicarios por las calles, hay vendedores de droga, hay violencia, hay inseguridad y hay desempleo. Y no hay medicina en los hospitales.
“Estamos hartos los jóvenes”, dijo una jovencita. “Queremos un mundo mejor, eso es lo que queremos. Miren a los del campo, están pidiendo ayuda y no los ayudan. Las madres buscadoras, tuvieron que crear su grupito para buscar a sus hijos y ahí siguen buscándolos. Y Carlos Manzo veía por su pueblo. No hay palabras”, agregó.
No parecía un grupo de choque. No parecía un grupo de acarreados. Hablaban con acento leonés clásico. Se veían alterados y extasiados con su primera aparición pública, rayando paredes del Palacio Municipal. Ellos no saben exactamente a dónde van. Pero no están jugando a ser combativos o revolucionarios. Ellos hablan en serio: están hartos.
Un muchacho de gorro, con el rostro cubierto por un paliacate negro, levantó la mano, en puño, y lanzó un mensaje. “México es nuestro, del pueblo. Nosotros los que nos levantamos a luchar y que no nos quedamos callados”, dijo. “No sean agachones, no le tengan miedo a la policía, ni mucho menos al pu… gobierno”, agregó.
“Que viva México cabrones”, remató.
FN
