POLONIA EN GUANAJUATO

Condecoran en León a Valentina Grycuk, la última niña de la Pequeña Polonia

La sobreviviente del exilio polaco en la Segunda Guerra Mundial recibe la Insignia de Honor enviada por el primer ministro de Polonia

 Valentina (Walentyna) Grycuk la ultima ciudadana de 'La Pequeña Polonia' con su medalla de honor
 Valentina (Walentyna) Grycuk la ultima ciudadana de "La Pequeña Polonia" con su medalla de honor. Valentina (Walentyna) Grycuk la ultima ciudadana de "La Pequeña Polonia" con su medalla de honorCréditos: Gustavo Carreón
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León, Guanajuato.- La tarde cayó suave sobre la Ex Hacienda Santa Rosa cuando el auditorio estalló en aplausos. En el centro del escenario, rodeada de familias que mezclan apellidos polacos y acento leonés, estaba sentada Valentina (Walentyna) Grycuk, la última niña sobreviviente de la comunidad polaca que llegó a México en 1943. Ocho décadas después de haber sido rescatada del horror de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Polonia la reconoció oficialmente con una de sus distinciones más altas: la Insignia de Honor por las Contribuciones a la Diáspora Polaca y a los Polacos en el Extranjero, otorgada en nombre del primer ministro Donald Tusk.

Valentina (Walentyna) Grycuk la ultima ciudadana de "La Pequeña Polonia" con su medalla de honor Foto: Gustavo Carreón

La ceremonia ocurrió en León, Guanajuato, durante la celebración del Día de la Independencia de Polonia, un evento que cada año reúne a los descendientes de los refugiados que encontraron en Santa Rosa un refugio seguro después de atravesar Siberia, Asia Central, Irán e India. Para muchos asistentes, la presencia de Valentina convertía la fecha en algo más que una festividad diplomática: era el encuentro directo con la historia viva.

Valentina (Walentyna) Grycuk la ultima ciudadana de "La Pequeña Polonia" con su medalla de honor Foto: Gustavo Carreón

La embajadora de Polonia en México, Agnieszka Frydrychowicz-Tekieli, entregó la condecoración y habló con una solemnidad que sostuvo la emoción en el aire. “Hoy Valentina Grycuk se ha convertido en un símbolo de la amistad polaco-mexicana”, declaró. “Su trayectoria encarna la fortaleza y la esperanza que caracterizan a nuestra nación, recordándonos que incluso en los momentos más oscuros la solidaridad y la amistad pueden salvar vidas y tender puentes que perduran por generaciones”.

Valentina (Walentyna) Grycuk junto a la embajadora de Polonia en México  Agnieszka Frydrychowicz Foto: Gustavo Carreón 

En las primeras filas, nietos y bisnietos de los refugiados escuchaban atentos. Muchos no vivieron aquella historia, pero la conocen como una herencia. Es la misma historia que marcó la vida de Valentina desde que era apenas una niña.

Valentina (Walentyna) Grycuk agradeciendo a sus amigos Foto: Gustavo Carreón

Nació en abril de 1937 en Grycówka, cerca de Nowogródek, en una familia acomodada dedicada a la silvicultura. Su infancia terminó abruptamente cuando, en 1939, las tropas soviéticas deportaron a cientos de miles de polacos hacia Siberia. Entre ellos iban Valentina, sus padres y sus abuelos. En esos campos helados murió su madre y su padre fue enviado al ejército ruso. La niña sobrevivió tres inviernos antes de ser liberada con su familia gracias al Acuerdo Sikorski–Majski, firmado entre el gobierno polaco en el exilio y la Unión Soviética.

Valentina (Walentyna) Grycuk

De Siberia viajó a Irán y después a la India. Finalmente, en 1943, abordó el transporte que la llevaría a México, un país que, bajo el acuerdo diplomático entre Wladyslaw Sikorski y el presidente Manuel Ávila Camacho, aceptó recibir a casi 1,500 polacos, en su mayoría mujeres y niños. Llegaron primero a León y luego fueron llevados a la Hacienda Santa Rosa, donde su abuelo —para asegurar que ella recibiera una mejor alimentación— modificó su año de nacimiento en los documentos. Ahí estudió, jugó y volvió a sentir lo que era vivir sin miedo.

Valentina (Walentyna) Grycuk Foto: Gustavo Carreón

Los años que siguieron no fueron menos duros. Sus abuelos murieron en México —su abuelo en un accidente automovilístico— y Valentina quedó a cargo de su tía, Jadwiga Grycuk. Se casó con un mexicano, hermano de una compañera de escuela, pero enviudó a los 34 años. Desde entonces sacó adelante sola a sus ocho hijos. Con el tiempo regresó a Polonia para reencontrarse con su padre, quien vivía en Gliwice, y mantuvo contacto con la familia que había dejado atrás siendo apenas una niña.

 

Hoy, a sus más de 80 años, vive en León. Habla polaco perfectamente, conserva la memoria de su infancia perdida y mantiene viva la identidad polaca que heredó por sangre y resistencia. Su historia no es una anécdota: es el último puente directo entre la tragedia europea y la ciudad mexicana que los acogió.

Valentina (Walentyna) Grycuk y la embajadora de Polonia en México Agnieszka Frydrychowicz-Tekieli Foto: Gustavo Carreón 

Durante el evento, la embajadora destacó el peso simbólico de su vida. “México abrió sus puertas y su corazón en la hora más oscura de nuestra nación… y Valentina es un testimonio conmovedor de esa solidaridad”, afirmó. Los asistentes, muchos descendientes de los primeros refugiados, escuchaban en silencio. Las familias lucían atuendos rojos y blancos, los colores de Polonia, mientras niños de cabello claro jugaban entre sí hablando español con acento leonés. Era la mezcla cultural más improbable y más natural al mismo tiempo.

 

La medalla entregada a Valentina no es solo un reconocimiento personal. Es el recordatorio de que la historia global también pasa por ciudades inesperadas como León; de que la guerra puede destruir países, pero la solidaridad puede reconstruir vidas; y de que una niña arrancada de su hogar en 1939 puede, ochenta años después, ser abrazada por dos patrias al mismo tiempo.

Valentina (Walentyna) Grycuk recibiendo su medalla de honor Foto: Gustavo Carreón

En Santa Rosa, donde alguna vez hubo salones de clases improvisados, periódicos comunitarios y filas de camas para niños que habían perdido casi todo, hoy se honra a una mujer que sobrevivió a la guerra, al exilio, a la distancia y al tiempo. Una mujer que encarna —sin artificios— la fuerza de quienes hicieron de México su hogar sin dejar de ser polacos.

 

La última niña de la Pequeña Polonia recibió su medalla en León. Pero la historia que carga la trae desde mucho más lejos.