León, Guanajuato.- La escena parecía suspendida en el tiempo. Entre muros antiguos, árboles altos y un cielo que se abría sin prisa sobre la Ex Hacienda Santa Rosa, las familias comenzaron a llegar desde antes del mediodía, muchas de ellas vestidas de rojo y blanco. No era una casualidad. Era identidad. Era memoria. Era el Día de la Independencia de Polonia celebrado en León, Guanajuato, un capítulo poco conocido pero fundamental en la historia de ambos países.
Una misa que abre la puerta a la historia
A las 12:00, en la Ciudad del Niño Don Bosco, inició la misa que marcó el arranque de la jornada. Abuelos, hijos, nietos y bisnietos —muchos de rasgos polacos, otros de acento marcadamente leonés— llenaron el auditorio. Todos compartían el mismo hilo conductor: una historia que empezó hace más de 80 años, cuando casi 1,500 refugiados polacos llegaron a México huyendo de la devastación de la Segunda Guerra Mundial.
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Aquellos niños, mujeres y ancianos cruzaron Siberia, Irán y la India antes de encontrar refugio en Santa Rosa. Hoy sus descendientes volvieron a caminar los mismos patios donde se habían reconstruido: donde estudiaron, donde formaron comunidad, donde volvieron a sentir que existía un futuro.
La parte oficial: el pasado vuelve a tomar forma
A las 13:00 comenzó el acto protocolario. Primero sonaron los himnos de México y Polonia. Luego, entre aplausos y una solemnidad casi palpable, tomó la palabra la embajadora de Polonia en México, Agnieszka Frydrychowicz-Tekieli. Su discurso abrió de golpe las compuertas de la memoria colectiva.
“Nos reunimos para rendir homenaje no sólo a nuestra historia nacional, sino también a una historia compartida entre Polonia y México, la historia de Santa Rosa, un símbolo de solidaridad, esperanza y humanidad”, dijo ante la comunidad polaco-mexicana reunida.
Recordó que Polonia resurgió como país independiente el 11 de noviembre de 1918. Y que cinco décadas después, en 1943, México recibiría a cientos de polacos que habían sobrevivido a los campos de trabajo soviéticos. “Fue un gesto de solidaridad que Polonia nunca ha olvidado”, afirmó.
La embajadora añadió que, en la capital del país, días antes habían colocado flores en el monumento a Ignacy Jan Paderewski y entregado una bandera polaca para que vuelva al altar de la Virgen de Guadalupe. Actos que, para la comunidad, conectan la devoción mexicana con la resistencia polaca.
Valentina Grycuk: la historia viva
El momento más emotivo llegó cuando la embajadora habló de una mujer sentada entre los asistentes: Walentyna (Valentina) Grycuk, una de las últimas sobrevivientes del exilio polaco que vivió su infancia en Santa Rosa.
“Hoy Valentina Grycuk se ha convertido en un símbolo de la amistad polaco-mexicana”, declaró la embajadora.
“Su trayectoria encarna la fortaleza y la esperanza que caracterizan a nuestra nación… recordándonos que incluso en los momentos más oscuros, la solidaridad y la amistad pueden salvar vidas”.
Valentina nació en 1937, en el este de Polonia. Fue deportada a Siberia siendo apenas una niña y llegó a México tras un viaje que atravesó continentes. Su abuelo modificó su año de nacimiento en los documentos para que recibiera mejor alimentación en Santa Rosa. Creció, estudió y formó su vida en México; enviudó joven y sacó adelante a ocho hijos sola. Habla polaco perfecto. Y hoy, a sus más de 80 años, sigue viviendo en León.
Frente a ella, la embajadora anunció la imposición de la Insignia de Honor por las Contribuciones a la Diáspora Polaca, otorgada en nombre del primer ministro Donald Tusk. Los aplausos llegan distintos cuando la historia humana está frente a todos, respirando.
Luego tomó la palabra la cónsul de Polonia en México, Paulina Cichomska-Szpakowska, visiblemente conmovida.
“Cuando escuché por primera vez la historia de los niños de Santa Rosa, me conmoví profundamente”, dijo.
Contó que conocer a Valentina la hizo sentirse afortunada “de estar en el mismo espacio con una señora que tocó la historia tan dura para todos nosotros”.
Después anunció uno de los momentos más esperados: la concesión de la ciudadanía polaca a cuatro descendientes de Santa Rosa.
“Se trata de personas para las que Polonia y la identidad polaca forman parte de sí mismas y las llevan en sus corazones”, afirmó.
Una comunidad que vive entre dos patrias
Lo que siguió fue convivencia: mesas con comida, anécdotas, niños corriendo por los patios, familias mezcladas entre castellano, polaco y español con acento leonés. Los tonos rojos y blancos se repetían en vestidos, corbatas y listones. La escena, aunque festiva, tenía un aire íntimo, casi secreto: como si la ciudad ignorara que, en una de sus orillas, existe una comunidad que guarda una de las historias más sorprendentes del siglo XX.
Son mexicanos y son polacos. Son descendientes de guerra, pero también de renacimiento. Son la prueba viviente de que León fue refugio, hogar y segunda patria para quienes lo perdieron todo en Europa.
Al final, cuando el protocolo se disolvió y la tarde avanzó, quedó claro que este evento no fue solo una ceremonia diplomática. Fue el recordatorio de un vínculo sólido entre dos países que, sin planearlo, cruzaron sus destinos en medio de la tragedia global. Un vínculo que sigue vivo en cada apellido difícil de pronunciar, en cada acento adoptado, y en cada familia que todavía regresa a Santa Rosa para recordar de dónde vino y hacia dónde logró llegar.
