Salvatierra, Guanajuato.- Entre las lomas bajas de Salvatierra, se asienta Urireo, una comunidad que combina el aire tranquilo del Bajío con el peso de las historias que no se olvidan. Sus calles estrechas, sus fachadas pintadas de azul, verde y amarillo, y el sonido constante de motocicletas hacen sentir que todo sucede a la vista de todos, aunque a veces nadie quiera mirar.
Ahí nació y vivió José Guadalupe, mejor conocido como Don Nico, el hombre de los “Helados Nico”, quien, con un teléfono, se convirtió en símbolo de resistencia ciudadana antes de ser asesinado mientras transmitía en vivo su intento por tapar los baches que el gobierno había ignorado.
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Un pueblo entre cerros y calles de concreto
Urireo es un pueblo compacto, de casas modernas entremezcladas con muros de ladrillo sin enjarre. En sus calles, como Vasco de Quiroga, Niños Héroes o Cristóbal Colón, se alternan viviendas nuevas con portones de herrería y pequeños talleres.
En las esquinas se ven árboles recortados en forma de cubo y canchas de cemento con tableros metálicos, donde los niños juegan al atardecer mientras los adultos conversan apoyados en la barda.
El centro de la comunidad tiene un kiosco de cantera rojiza y un atrio amplio frente al Templo de la Virgen de la Asunción, una iglesia de cúpula blanca y campanario visible desde las colinas. Alrededor, los locales venden antojitos, aguas, pan y productos básicos: el “Señor de la Salud”, una purificadora, una tienda de regalos llamada “JAKO” y varias fondas familiares.
La vida transcurre en ese cuadro central, donde los puestos de comida y los bancos de hierro dibujan la rutina de la gente que se conoce por nombre.
Las orillas y el campo
Fuera del centro, Urireo cambia de ritmo.
En los bordes del pueblo corre un arroyo delgado que atraviesa los barrios más antiguos; sus orillas, con pasto alto y basura arrastrada por las lluvias, son testimonio del abandono urbano que Don Nico denunciaba.
Las familias se reúnen ahí cuando hay obras o promesas de pavimentación, como muestra una de las imágenes: un grupo de vecinos, niños y adultos, formados frente al cauce, escuchando al delegado o al regidor.
Más allá del caserío se levanta una nave industrial metálica, vieja estructura de techos de lámina y ladrillo, testigo del paso del ferrocarril y del auge agrícola de la zona.
Desde los cerros que rodean al pueblo se observa una panorámica amplia: techos planos, muros de concreto, la iglesia sobresaliendo al centro, y al fondo el monte que hace de frontera natural. El aire huele a tierra, a leña, a pan recién horneado.
Entre la calma y la indignación
Urireo pertenece a Salvatierra, pero sus habitantes suelen decir “voy a la ciudad” cuando viajan al centro del municipio. Aquí todos se conocen, y los conflictos se discuten en voz alta, frente al edificio de la Delegación Municipal, donde un mural con el escudo de Urireo acompaña las peticiones de agua, luz o drenaje.
Fue en ese mismo entorno donde Don Nico comenzó a transmitir en Facebook Live, señalando los baches y pidiendo materiales para repararlos. Su tono no era de confrontación sino de cansancio: “si no lo hace el gobierno, lo hacemos nosotros”.
El 7 de octubre, mientras grababa, fue atacado a balazos. Tres días después murió en el hospital. Su caso sacudió no solo a Salvatierra, sino a todo el país, que lo reconoció como ejemplo de activismo ciudadano.
La vida que sigue
Hoy Urireo conserva su ritmo. En la cancha se escucha el rebote del balón, en la plaza los niños corren alrededor del kiosco y en las panaderías se hornean piezas dulces para la merienda.
Pero algo cambió: el nombre de Don Nico aparece en las conversaciones, en los muros y en los recuerdos de quienes lo visitaron en su heladería.
Urireo sigue siendo el mismo pueblo de calles empinadas, casas coloridas y vida tranquila, pero ahora es también el lugar donde la voz de un vecino común se convirtió en eco nacional.
