León, Guanajuato.- En la ciudad, hay un queso que no es queso… pero nadie se atrevería a dejarlo fuera. Lo conocen como “queso de plástico”. Es blanco, rallado y brilla un poco como si fuera celofán. No huele a lácteo. No se derrite. Su sabor es neutro pero adictivo. Y sí, aunque no lo creas, se ha convertido en parte esencial de la botana leonesa.
La historia comienza cerca del Mercado Descargue Estrella, en la Colonia Obrera. Ahí se encuentran las queserías más populares de la ciudad: Quesos Ventura y Quesos Yair. Si uno observa con atención, cada mañana desfilan fruteros, botaneros, paleteros y hasta repartidores de snacks. Todos llegan por el mismo producto: el rallado más económico del lugar. Cuesta 44 pesos el kilo. Nadie pregunta si es queso real. Tampoco hace falta.
El producto se vende en barras gigantes o ya rallado, en bolsas que parecen montañas de viruta blanca. Su composición, sin embargo, dista de ser la de un queso tradicional. Está hecho de grasas vegetales, almidones modificados, sal, colorantes y, en ocasiones, proteínas vegetales como soya o pequeñas cantidades de caseína. No se derrite al calor y no necesita refrigeración estricta. Esa es parte de su encanto.
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En León, no se trata solo de economía. Se trata de costumbre. Este “queso” se ha vuelto sinónimo de frescura, de calle y de sabor. En puestos como Jicamas Gus, uno de los más populares de la ciudad, el queso de plástico corona los vasos de fruta con una capa generosa y esponjosa. Lo rallan finísimo para que se funda con el chamoy, el chilito y el limón.
Y hay quienes lo aman tanto que ya ni piden fruta. Solo queso. Un vasito entero. Preparado con limón, sal y salsa. Como si fuera una botana en sí misma.
—“Es que sabe bien rico, es un manjar, no te podria decir exactamente a que sabe, pero para mi es uno de los mejores quesos que he probado, yo ya vivo en Estados Unidos, pero siempre que vengo, me pido mi vasito”— dice una clienta habitual, mientras revuelve su vaso lleno solo de queso con limón.
Este fenómeno no es nuevo. Desde hace décadas, los puestos de fruta y botanas de León han apostado por este ingrediente. No hay una marca específica. El queso se compra por kilos, y ya te lo venden listo para servir. Y aunque su sabor no remite a ningún queso europeo ni artesanal, tiene un lugar muy bien ganado en el corazón del bajío.
A simple vista, podría parecer un invento industrial sin alma. Pero en León se ha convertido en un símbolo de identidad urbana. Un sabor que no se discute. Un ingrediente que, sin ser queso, se volvió indispensable.
Quizá en otra ciudad lo mirarían con recelo. Pero aquí, en los barrios ricos y pobres de León, en las calles llenas de puestos, y en la palma de los niños con uniforme y chilito en la lengua, el queso de plástico es sagrado.
Y mientras siga costando 44 pesos el kilo y siga sabiendo a infancia con salsa, tendrá asegurado su trono.
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