Un puente peatonal en la garita Tijuana San Ysidro se ha convertido discretamente en techo y punto de espera para familias migrantes que buscan una oportunidad para ingresar legalmente a Estados Unidos.
Desde una de sus esquinas en lo alto, un grupo observa la constante entrada de vehículos por las casetas de inspección y la espera de cientos de personas en la fila peatonal de un día cualquiera entre semana.
Dicen que están pasando las noches en el puente, pero nadie quiere hablar en entrevista.
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Una tímida guerrerense de 18 años de edad que recién se integra es la única que acepta, pero con la condición de no dar su nombre. No quieren llamar la atención, las autoridades no desean un nuevo campamento.
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Mucho menos en medio de la garita que procesa diariamente a decenas de miles de personas por asuntos de trabajo, escuela, diversión y retorno de norteamericanos que visitan Tijuana por turismo, familia o negocios.
La joven cuenta que viaja con cuatro menores de edad y otro adulto. Ese adulto, como ella, apenas parece rebasar la mayoría de edad.
De pie, a su derecha, guarda silencio y carga una niña de dos meses de nacida en brazos. La familia tiene tres días “viviendo” en el puente y salió hace una semana de Guerrero, pero antes llegaron a Ciudad de México.
No quieren ir a la red de albergues a cargo de la sociedad civil o grupos religiosos en la ciudad.
“Siento que aquí podemos estar observando si hay posibilidad de pasar y en el albergue vamos a estar más preocupados”, dice ella. Baja estatura, voz queda y ojos despiertos.
Dejaron su estado para buscar trabajo en Estados Unidos, pero desconocen si ese será un argumento válido para recibir protección de las autoridades norteamericanas.
“Somos campesinos (...) no teníamos propiedades, eran prestadas”, dice ella.
Cuenta que su madre vive en Estados Unidos, aunque no sabe bien en qué condición migratoria.
“Es que yo estaba en la escuela estudiando cuando ella se fue y no me di cuenta”, cuenta.
Para cuanto está contando eso, los migrantes que se habían quedado a escuchar se han ido. La ruidosa pero pacífica llegada de una manifestación de personal de enfermería del Hospital General de Tijuana para denunciar un retraso en el pago quincenal llamó su atención y fueron allá.
La joven madre entonces calcula que en el puente se reúnen diariamente hasta 30 personas para pasar la noche.
Al amanecer se ven obligados a desperdigarse en los alrededores, aunque es relativamente fácil identificarlos entre los cientos de viajeros, transeúntes, vendedores ambulantes y por supuesto, de esos sujetos que cobran en dólares a incautos visitantes por introducirlos al frente de la fila peatonal intimidando al resto de viajeros.
Mochilas, cobijas y otras pertenencias en las inmediaciones del puente, a veces solas pero relativamente bien resguardadas, también revelan su estadía.
Y aunque parece haber cierta tolerancia de autoridades migratorias y municipales que vigilan mayormente la zona, con frecuencia la Guardia Nacional les pide que se retiren.
“Nos tenemos que despegar del lugar porque si estamos aquí obviamente va a haber otras consecuencias (...) también nos pueden quitar a los niños. Para prevenir eso es mejor retirarnos”, dice la guerrerense.
Además del peligro en medio del intenso flujo transfronterizo, este invierno la temperatura ha descendido hasta los cinco grados centígrados o menos durante algunas madrugadas, y también ha habido días de lluvia.
El viento helado corre libremente debajo del puente en el que los migrantes se acurrucan, otros buscarán quizá el pasillo en lo alto para tratar de protegerse un poco más.
“Con la pura cobija, nos tapamos toda la cara, cuerpo completo. Le pongo tres cobijas a ella y con la que le tapo su carita”. Con la barbilla señala a la bebé en brazos de su pareja que sigue atento la conversación, pero no interviene.
Solo levanta las cejas y asiente cuando ella responde que de las autoridades mexicanas en estos días no han recibido una cobija o una bebida caliente.
“Por amabilidad sería muy bueno, pero si ellos no tienen tiempo, o porque están muy ocupados, tal vez no lo hacen”, dice.
UN MÓDULO DE APOYO
Al pie del mismo puente peatonal, hace ya un mes que la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA), instaló un módulo que la agencia de ayuda humanitaria llama “Punto de Protección”.
Francisco Argüello, el encargado, dice que comenzaron llevando el apoyo a los albergues de Tijuana pero cambiaron de estrategia para acercarse a migrantes que llegan directamente al cruce internacional.
En su nueva ubicación atendieron entre 150 y 200 personas, principalmente mexicanos, solo en las primeras tres semanas.
“Cómo solicitar asilo, esa es la duda”, comenta Francisco.
En la carpa los migrantes pueden ser canalizados a servicios gratuitos reconocidos por la Organización Nacional de la Naciones Unidas (ONU), tienen acceso gratuito a internet satelital y energía eléctrica para el celular.
También reciben asesoría acerca de la aplicación CBP One, la única vía legal para pedir cita ante las autoridades migratorias norteamericanas.
“Vienen, pero no traen conocimiento de esta aplicación. Entonces lo que hacemos es ayudarlos con su registro (...) Algunos sí la consiguen pronto, otros un poquito más tardado. Desconocemos cuál sea la razón de la variedad en tiempos”, comentó Francisco Argüello
La familia de Guerrero ya descargó la aplicación con ayuda del módulo de ADRA, pero todavía no la entienden del todo.
“La verdad siento que eso no funciona. Como dicen que a las 9 de la mañana nos van a dar a conocer las citas, no sé si de que no le entiendo, o no veo que me llegue o nos avisen que no estamos citados”
“Deben de avisarnos para que nosotros sepamos si sí o no”, comenta la madre de familia.
La directora del albergue Espacio Migrante, Paulina Olvera, cree que las familias prefieren esperar en la vía pública porque desde hace tiempo los refugios están rebasados ante los tiempos de espera de CBP One.
Por esa vía, que el pasado 12 de enero cumplió un año, Estados Unidos comenzó atendiendo 200 solicitudes diarias y cerró con 400, pero siguen siendo insuficientes para la presión migratoria.
“También el gobierno local no asigna suficientes recursos para apoyar a estas familias. Cosa que vimos muy distinta cuando vino la migración ucraniana. No solo Estados Unidos facilitó la entrada de 14 mil ucranianos en un mes, también los gobiernos local y estatal asignaron recursos para brindar un albergue seguro”, comparó Paulina.
Aun así, la familia de Guerrero afirma que se siente segura en el puente de la garita y sostiene su intención de seguir allí hasta saber si podrán o no entrar a Estados Unidos.
“Sí, porque siempre ponemos nuestra preocupación en las manos de Dios, por eso. Cuando uno cree en Dios y confía en Dios, siente un alivio por dentro”, dice ella.