Tarecuato.- Eran 10 adolescentes y un adulto los que ese 31 de octubre salieron desde temprana hora a trabajar a los jornales de su tierra, Tarecuato, municipio de Tangamandapio, Michoacán, pero que ya no regresaron vivos. Las 11 víctimas formaban parte de una cuadrilla de corte de aguacate en ese lugar, ubicado sobre el llamado corredor de la muerte, en los límites de Michoacán y Jalisco.
A 2 años de la masacre, los habitantes de esa localidad indígena recuerdan el multihomicidio como si acabara de ocurrir y dicen que sus difuntos son “los otros muertos de Michoacán”.
“A nosotros no se nos olvida. Al gobierno sí y presumen los Días de Muertos como si en Michoacán hubiera algo que celebrar. No ven o no quieren ver a nuestros muertos”, recrimina Hortensia Vidal, habitante de ese pueblo.
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La ama de casa reprocha, incluso, al gobernador de Michoacán, Alfredo Ramírez Bedolla, que mientras el mandatario se la pasa en fiestas, los pueblos siempre están de luto.
“Lo vemos (al gobernador) en las redes sociales en fiestas lujosas, con artistas, en bailes y hasta en las competencias de autos, pero no acompañando a las víctimas o los deudos. Que no se le olvide que también son sus muertos, sus paisanos”, enfatiza Hortensia.
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La masacre
Lo que hace un año empezó como parte de un ritual de la celebración de Día de Muertos terminó con el asesinato de 10 adolescentes y un adulto, quienes fueron torturados y en su mayoría recibieron el tiro de gracia. El multihomicidio ocurrió en la orilla de la comunidad de Tarecuato, Tangamandapio, donde los pobladores esperan las almas de las víctimas.
Los cuerpos de los 10 adolescentes y el adulto quedaron esparcidos en un llano conocido como Los Lavaderos, lugar en el que ya fue construido un memorial. Lo único que querían era llevar a sus hogares panales de abejas como ofrendas para adornar los altares con los que año tras año reciben a sus fieles difuntos.
La Fiscalía estatal informó, 11 días después de la masacre, que ya tenía identificados a dos de los presuntos responsables. Después tuvo en el abandono a las familias, acusan.
Los torturaron antes del tiro de gracia
Rodrigo Govea Melchor era un jefe de cuadrillas de cortadores de aguacate en esa zona, de las más peligrosas para autoridades, automovilistas y habitantes. Adriana, esposa de Rodrigo, señala que siempre estará de luto, en memoria de su compañero de vida, quien salió a trabajar y ya nunca regresó.
El llanto interrumpe el relato de la joven madre de familia, quien tiene que hacer una pausa, respirar profundo, limpiar sus lágrimas y continuar:
“Después nos comunican que había 11 personas muertas, una de esas era mi esposo. Ha sido muy triste la forma en que los mataron”.
Recuerda que ese día, el 31 de octubre de 2021, su esposo salió a las 7:30 de la mañana para ir a trabajar en el corte de aguacate, junto con 10 jóvenes adolescentes más.
Menciona que al salir de trabajar, los 10 menores y su esposo van a recolectar panales de abejas, para cumplir con la tradición de adornar los altares de Día de Muertos.
“Los muchachos salen a cortar panales al cerro. Mi esposo va junto con los muchachos en busca de los panales y ya no regresa”, reitera Adriana.
Narra que ya le habían comentado que su esposo estaba entre las víctimas de esa masacre y fue hasta las 12 de la noche que le confirman la identidad y la forma en que los asesinaron. “Los torturan, después los balacean y los dejan tirados en Los Lavaderos. Tenían huellas de tortura, todos. Tenían también el tiro de gracia”, sostiene la mujer.
Olvidados por las autoridades
Rodrigo Govea Melchor era un apasionado del dibujo, lo cual lo llevó también a ser un experto en el oficio de los tatuajes, actividades que realizaba en sus ratos libres. El reconocido tatuador dejó huérfanos a su hija, de 10 años de edad, y a un bebé que acaba de cumplir 30 meses de nacido, los cuales eran su adoración, cuenta Adriana.
Platica que la ilusión de su esposo era juntar dinero para poner su propio estudio de dibujo y su negocio de tatuajes para, con eso, asegurar el patrimonio de la familia.
“Sacar a sus hijos adelante y a mí como familia y le truncaron sus sueños. Ese día todavía me dijo que nos quería mucho: ‘Los quiero y los voy a sacar adelante con mi trabajo’”.
Enfatiza que Rodrigo era una persona alegre. No le hacía mal a nadie y gustaba de la comida tradicional de la región, destaca la esposa del cortador de aguacate.
Adriana lamenta que “hasta hoy, no nos han dado una respuesta del por qué lo hicieron, los de la fiscalía no nos han comunicado de alguna persona detenida, ni nada”.
Expuso que han acudido a la Fiscalía Regional de Zamora, donde no les informan sobre los avances de las investigaciones y que, incluso, ya no los han querido recibir.
No eran criminales, eran unos niños
Ese mismo reclamo de Adriana es el de Ana, hermana mayor de Carlos y Brayan Custodio Navarro. “Yo vi la foto cuando estaban tirados los cuerpos, entre ellos mis hermanos, y ver como estaban maltratados. Fueron torturados. Algunos quedaron irreconocibles”, recuerda.
“Y después de torturarlos los balearon. En ese momento pasaba por mi mente que apenas un día antes veníamos en la camioneta jugando, platicando y riéndonos”, cuenta.
Platica que su hermano Carlos tenía un hijo de 2 años de edad y otra más de 15 días de nacida, cuando fue asesinado, por lo que apenas la conoció.
Brayan, por el contrario, era un adolescente soltero al que le gustaba jugar fútbol en la calle, como a los demás menores y adolescentes del pueblo. Ambos eran también cortadores de aguacate en esa zona controlada por el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
Informes de las áreas de seguridad indican que las víctimas ingresaron a buscar los panales a un predio en el que el CJNG había instalado un campamento de adiestramiento y operatividad.
La célula delincuencia les disparó desde las laderas de los cerros y, una vez heridas, las víctimas fueron torturadas y después asesinadas a balazos. Muchos de los cuerpos, como lo confirman sus familiares, traían varios huesos rotos y el tiro de gracia, lo que calificaron como una crueldad y un salvajismo criminal.
Ana, en ese sentido, exige al igual que el resto de deudos, justicia para las 11 víctimas, a quienes les hicieron un altar para recibir sus almas este miércoles 1 de noviembre. Además de ser recordados en sus casas, los familiares de los adolescentes y el adulto construyeron un memorial en el sitio donde fueron asesinados.
En esa localidad purépecha de la región Zamora -una de las más violentas del estado y del país-, desde lo ocurrido, el Ejército Mexicano instaló una base de operaciones.
Los militares y la ronda comunitaria son quienes –con apoyo de la Guardia Civil-, han mantenido a Tarecuato libre de nuevos ataques criminales.
Los pobladores regresaron a sus actividades cotidianas, pero siempre con la reserva de que en algún momento pueden ser embestidos nuevamente por el yugo delincuencial del CJNG.
“Aquí andamos haciéndole la lucha. Aunque el luto no se va a terminar nunca, tenemos que seguir adelante por nosotros y nuestras familias”, remata un vendedor ambulante.