SOCIEDAD DE ODIO

El riesgo de una sociedad de odio

El reto de la actualidad consiste en el respeto a la pluralidad de ideas y opiniones, y de incentivar el diálogo entre ellas para abonar a una sociedad democrática. | Leonardo Bastida

Escrito en OPINIÓN el

Mensajes en contra de algo, de alguien o de alguienes con quienes no estás de acuerdo por sus formas de ser, su color de piel, su ideología, sus creencias, su cuerpo, su posición política, su condición de salud o su estatus socioeconómico, entre muchos otros factores que pueden definir o condicionar a una persona, pueden ser catalogados como incitaciones al odio o a la animadversión en aras de crear un ambiente de hostilidad en el que no hay posibilidad de diálogo ni de reflexión. 

Hasta la década de los 80, las emociones no eran consideradas como un aspecto a tomar en cuenta dentro de la vida social y política, sino más bien, se les asociaba con la falta de carácter y la debilidad. Sin embargo, a partir de múltiples investigaciones en el área de las ciencias sociales y las humanidades se comprobó que estás influyen en un alto grado en las esferas sociales y políticas.

Así lo refiere el antropólogo francés, David Le Breton, al asegurar que la emoción es a la vez interpretación, expresión, significación, relación, regulación de un intercambio; se modifica de acuerdo con el público, el contexto; se diferencia en su intensidad, e incluso en sus manifestaciones, de acuerdo a la singularidad de cada persona. Se cuela en el simbolismo social y los rituales vigentes.

Por lo tanto, abarca un sinfín de espacios culturales y sociales y está presente en prácticamente todos los ámbitos de la vida cotidiana. En sí, se debe reconocer que influyen en todos los espectros del devenir público y privado, creando atmósferas y entornos en los que las personas llegan a percibir cierta afinidad o cierta animadversión.

Sobre esto último, la realidad es que, si se puede crear un entorno de odio y de confrontación con base en ciertos elementos como el dar prioridad y ponderar a los prejuicios, que son intuiciones que ayudan a juzgar en la vida cotidiana, pero apelan con total naturalidad a un “se dice” “se opina”, sin que por supuesto dicha apelación deba constar explícitamente o esté comprobada. Más bien, no hay evidencias al respecto ni son fruto de la experiencia, ni producto de un proceso de raciocinio, e incluso, son excluyentes, ya que suelen señalar a un determinado grupo social, regularmente, sin conocerlo a profundidad.

Como argumenta el filósofo mexicano Jesús Rodríguez Zepeda, los prejuicios son un conjunto de creencias, sentimientos y motivaciones sobre un grupo o categoría de personas, suelen generar estigma alrededor de determinada población a raíz de las cualidades negativas que se les han atribuido y conllevan a la discriminación.

Aunque también pueden conducir al camino del odio, definido por la socióloga feminista Sarah Ahmed, como una emoción intensa, un sentimiento de ‘estar en contra de’ de manera intencional, un aborrecimiento de algo o de alguien, aunque ese algo o alguien no preexista necesariamente a la emoción” e incluso la percepción de una amenaza a la existencia y la necesidad de alejarse de los otros. 

Al respecto, Néstor García Canclini ha señalado que el odio no es un sentimiento individual sino que está socialmente organizado, es decir, su surgimiento responde a una serie de condicionantes sociales derivadas de las posturas de ciertos grupos sociales con respecto a otros. 

Por medio de un análisis filosófico, el pensador francés André Glucksman concluye que el odio es un elemento acusador sin saber las causas por las cuales acusa; una manera de juzgar sin escuchar y un mecanismo de condena que no es accidental ni producto de un error.

Una de sus peores consecuencias, advierte la pensadora española Adela Cortina, son las fobias, las cuales no son producto de una historia personal hacia una persona determinada con la que se han vivido malas experiencias sino que es una animadversión hacia determinadas personas a las que, en la mayoría de los casos, no se conoce, pero se les considera temibles o despreciables, o ambas. Producto directo de los prejuicios. 

Desde el Sur global, la filósofa y artista brasileña Marcia Tiburi adecua la definición del odio a nuestro tiempo y nuestro contexto, explicando que es un afecto expresado a través de la intolerancia, la violencia que se proyecta, o incluso, la declaración de muerte del otro, que llega a ser pensado como algo irracional, pero que está presente en las sociedades contemporáneas y deriva de experiencias compartidas, del murmuro y el acoso moral, pero también del miedo, convertido en paranoia, y cuya respuesta es el odio en múltiples direcciones.

Ante el panorama, y la recurrencia del odio en las diferentes sociedades contemporáneas, Cortina pregunta ¿Debemos considerar a la irrupción del odio como un problema ético? Algunas de sus respuestas son que se requiere un reconocimiento mutuo de la dignidad de las personas en cuanto a respeto y autoestima; se debe evitar el debilitamiento de la convivencia; no dejar de lado que la democracia requiere del respeto mutuo, y sobre todo, fomentar el empoderamiento moral de la ciudadanía.

Como se señaló en este espacio, el reto de la actualidad consiste en el respeto a la pluralidad de ideas y de opiniones y de incentivar el diálogo entre ellas para abonar a una sociedad democrática, en la que no hay buenos ni malos, sino una gama de posibilidades. En caso contrario, el descarrilamiento puede ser total y conllevar a un entorno social plagado de odio, de fobias y de sucesos lamentables. Construyamos una sociedad incluyente y no excluyente.

Leonardo Bastida

@leonardobastida