POLÍTICA

¿Para qué sirve la política?

La política democrática es una práctica de negociación de la diferencia y no un espacio de superación de los conflictos, ya que, forzosamente surgirán los disensos. | Leonardo Bastida

Escrito en OPINIÓN el

Es muy probable que la respuesta a la pregunta con la que titulamos esta columna sea que de nada o de muy poco. Lo anterior, debido al desgaste del concepto o al mal uso del mismo, al asumirse que las labores de las instituciones políticas son las únicas opciones de ejercicio político o que el voto es la única posibilidad de participación en una demostración de democracia. En ambos casos, las opciones son mucho más amplias que la visión reducida que se ha promovido sobre estos temas.  

Se han diluido las viejas fronteras políticas, las izquierdas han perdido su enfoque de atención a las demandas sociales, hay una irrupción sin parangón de populismos, los simpatizantes del modelo liberal democrático creen en un triunfo absoluto del mismo, apartándose de realidades como el surgimiento de los conflictos y de la reconfiguración de múltiples identidades en los distintos estratos sociales, bajo la premisa de la instauración de un universal de ideas o de parámetros democráticos

Esta es la lectura del contexto político actual de Chantal Mouffe, quien en “El retorno de lo político” (Paidós, 2024) explica la construcción del concepto de democracia a partir de una mirada crítica a las formas en que se le ha definido y asumido a lo largo de siglos, desde la antigüedad hasta nuestros días. 

Para comenzar, desde una visión menos clásica, y más contemporánea, acorde con una lectura más cercana a nuestros tiempos, la pensadora belga hace una subdivisión en lo que respecta a la política y a lo político. Sobre este último concepto, refiere que es una dimensión de antagonismo radical e insuperable en las relaciones sociales, es decir, aquello que es contrario e irreconciliable, y por ende, confrontativo

En cambio, la política es el conjunto de instituciones, prácticas y discursos que buscan mediar y organizar la convivencia humana, encargadas de organizar la coexistencia humana, pero en condiciones que son siempre conflictivas porque son atravesadas por la dimensión de lo político, un dejo de confrontación, pero no de incapacidad de reconciliación

Para la politóloga, el conflicto significa una producción del encuentro de la diferencia en contextos pluralistas, comprendiéndolo como un aspecto irremediable en la constitución de lo social, pero que su manifestación se da por una tensión que no implica la destrucción del otro, sino que se sustenta por medio de un diálogo continuo entre el nosotros y los otros. 

Por esa razón, ella no asume como pertinente la existencia de antagonismos,  sino de agonismos, que son formas de objetividad social que no se cimentan en una exclusión. Bajo esta perspectiva, no hay enemigos, sino únicamente adversarios, pues al enemigo se le busca erradicar, mientras que con el adversario se establecen ciertos límites de tolerancia.

Así, su propuesta está basada en el “agonismo” y “pluralismo agonístico”, con la posibilidad de desarrollar una concepción de democracia en que los conflictos puedan expresarse e, incluso, ser mantenidos a partir de un “consenso conflictivo” en torno a principios ético-políticos mínimos, pero con la desactivación de la noción de confrontación acérrima. La base de esto consiste en la posibilidad del cuestionamiento de las ideas y la total posibilidad de la defensa de las mismas, sumada al favorecimiento del pluralismo de ideas y de posiciones.

Entonces, la democracia es el establecimiento de consensos, pero sin la erradicación de la diferencia, por el contrario, esos consensos son siempre provisionales, ya que se exigirán canales permanentes de negociación con el “otro”.

Por eso, la democracia ha cambiado de significado, no es una armonía perfecta en el entorno social ni el estadio ideal ausente de polémica y de confrontación, sino que existe cuando ningún agente social se convierte en el dueño de los fundamentos de la sociedad ni representa la totalidad. Por el contrario, se deben reconocer los límites ante la posibilidad de existencia de otros puntos de vista. 

A partir de este planteamiento, la política democrática es una práctica de negociación de la diferencia y no un espacio de superación de los conflictos, ya que, forzosamente surgirán los disensos. En ella, forzosamente está inscrito el poder, el cual, no se puede erradicar, pero si se puede aspirar a la multiplicación de los espacios en los que las relaciones de poder estén abiertas a las contestaciones democráticas.

Es a partir de esta propuesta teórica, pero no ajena a parte de nuestras realidades, que debemos replantearnos lo que entendemos por política y por democracia. En definitiva, son conceptos que ya no se pueden asociar a una mirada “única y verdadera” sino que la divergencia de perspectivas y de opiniones es la base de su trascendencia actual. Sea por eso su relevancia en estos momentos en los que las propuestas políticas vigentes buscan más el antagonismo que el agonismo

De ahí que como sociedad abonemos a la democracia a partir del reconocimiento de la pluralidad y la exigencia del diálogo y no de la confrontación, así como la futura conformación de estructuras institucionales y gubernamentales en las que deben de prevalecer el diálogo y la discusión de ideas en aras del beneficio común. De ocurrir lo contrario, no hay un ejercicio democrático en ciernes.

Leonardo Bastida

@leonardobastida