La confrontación entre los coordinadores de Morena en el Congreso no puede verse como “un simple mal entendido”. Las aristas que tiene son demasiadas y, tarde o temprano, lo más probable es que no se podrán controlar todas las variables que ha desatado.
La razón es obvia. No es el primer conflicto serio que se da al interior del movimiento ni será el último. Habrá vencedores y vencidos. Todo dependerá del poder real que tengan o acumulen conforme avance el sexenio y de la forma en que comuniquen y gestionen sus diferencias.
Las acusaciones que se hicieron Adán Augusto López y Ricardo Monreal —luego de su desacuerdo por el presupuesto asignado al Senado para 2025— tampoco parecen un “asunto menor”. La denuncia de delitos graves que ambos hicieron no debe pasar desapercibida para un gobierno que se propuso acabar con la corrupción.
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En política, la unidad no es más que una aspiración. Cierto es que se puede dar la percepción de que, cuando se logra, hay que preservarla y protegerla. Pero hay que entender que no es para siempre. En cualquier sistema democrático, el desacuerdo, la inconformidad y la ruptura favorecen la pluralidad, la libertad de expresión y la movilidad política.
Por el contrario, la ausencia de conflicto casi siempre deriva en estancamiento, apatía, indolencia o desinterés social en los asuntos públicos. Pero también incrementa el abuso de poder, la corrupción e impunidad de los liderazgos. De ahí la importancia que tienen los opositores en el marco de cualquier sistema político.
Aún más. Las grandes transformaciones pueden surgir también como resultado de los conflictos al interior de los partidos y gobiernos. En México ha sucedido en diversas ocasiones, pero desafortunadamente se sigue estigmatizando este tipo de situaciones.
Las escisiones al interior de los partidos políticos —ya sea por razones ideológicas o las que apuntan a la protección de algunos intereses específicos— casi siempre derivan en oposición. Y la existencia de una oposición fuerte favorece los modelos de diálogo, debate, diversidad, contrapesos y equilibrios que exige la democracia.
Morena es el ejemplo reciente más claro de la gestión exitosa del conflicto y la ruptura política al interior de los partidos. Lo mismo experimentó el PRI desde su creación, como PNR, el 4 de marzo de 1929. Desde entonces, la traición y la venganza fueron capaces de generar buenos dividendos políticos, para unos y otros.
De hecho, las divisiones y choques al interior del partido dominante tuvieron su origen en la dimensión interna de sus funciones democráticas. El cumplimiento de los procedimientos que se abrieron con la transición, más la obligación de las dirigencias a respetar los derechos fundamentales de sus militantes, crearon un nuevo paradigma político.
Hasta ahora, la forma de procesar los conflictos en Morena ha sido eficaz. Además, la presidenta Claudia Sheinbaum ha mantenido, más o menos, la percepción de un esquema de unidad en su movimiento. Si en verdad aspira a una transformación nacional alejada del autoritarismo, lo que no podrá detener es el conflicto como el motor más potente de la democracia.
En el mismo sentido, está claro que tiene la capacidad de administrar y controlar, en el corto plazo, las diferencias que hay entre sus coordinadores en el Congreso. Ya lo hizo otras veces, en circunstancias mucho más difíciles como las que enfrentó desde su precampaña. Por lo tanto, durante 2025 no se avizora ninguna tormenta política.
Sin embargo, desatender o ignorar aspectos tan delicados como las denuncias presentadas podrían reducir su margen de maniobra en los próximos años. Cuando se abren dos hoyos que obstaculizan la confianza ciudadana en sus autoridades, no es suficiente cerrar sólo uno. Tarde o temprano, la ciudadanía pasa factura en las encuestas y las urnas.
¿Y la oposición? Sin duda, este conflicto le abrió una nueva ventana de oportunidad, pero es evidente que aún no tiene la capacidad de aprovecharla.
Recomendación editorial: Wilhelm Hofmeister. Los partidos políticos y la democracia. Teoría y práctica en una visión global. Madrid, España: Editorial Marcial Pons, 2021.