Dos noticias confirman el gran poder que tiene la Dra. Claudia Sheinbaum. El diario británico Financial Times la consideró una de las 25 mujeres más influyentes del mundo. Y la revista estadounidense Time la colocó como una de las 10 personalidades finalistas a la Persona del Año.
Estos reconocimientos no son todos ni serán los únicos. La primera presidenta de México ya se aseguró un lugar en la historia. El poder que ha acumulado desde que su movimiento ganó las elecciones, fortaleció la capacidad para imponer su proyecto de transformación nacional sin grandes dificultades.
Si bien un porcentaje importante de la población la cuestiona y tiene dudas sobre algunas de las decisiones que está tomando, también es cierto que su base de simpatizantes confía mucho en ella. El liderazgo se le reconoce, a pesar de “la sombra” que su predecesor aún mantiene sobre ella.
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El enorme poder que está ejerciendo sobre todo el sistema político es real. La atención que ha generado en el mundo, además del control que tiene sobre las instituciones y reformas que se están aprobando en el Congreso, dista mucho del ejercicio de un poder con humildad.
Por si no lo leíste: Revista Time nomina a Sheinbaum persona del año.
La respuesta que en conferencia matutina dio la presidenta Sheinbaum sobre la nominación del Financial Times, en el sentido de que “el poder es humildad”, tal vez fue políticamente conveniente si quería alejarse de una imagen de soberbia o prepotencia que algunos le han querido etiquetar, pero no son las palabras que un militante o simpatizante espera de su lideresa.
De acuerdo con la definición de la Real Academia Española, la humildad es “la virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento”. Además, la considera como un acto de “sumisión” o “rendimiento”. Por lo tanto, la frase que expresó no aplica ni es recomendable para que la utilice nuestra presidenta.
En los hechos, los grandes líderes y lideresas ya no se van a los extremos retóricos cuando proyectan sus atributos. Evitan mostrarse como personas sometidas, dóciles o frágiles, pero también esquivan conceptos como la arrogancia, altanería, ostentación, altivez o vanidad.
Durante mucho tiempo se pensó que la humildad de los líderes era un valor muy apreciado por la sociedad. Sin embargo, el concepto se manipuló y malinterpretó tanto que, frente a la opinión de muchos ciudadanos y ciudadanas, resultó contraproducente. Las contradicciones que ha habido derivaron en la construcción equivocada del Perfil de Imagen.
La vestimenta sencilla, el uso de transportes austeros, habitar en viviendas pequeñas y el recorte de privilegios —incluidos los de colaboradores cercanos— favorecieron el respeto y la valoración de los líderes. Sin embargo, estos recursos poco o nada tienen que ver con el cumplimento de las expectativas que tiene la población en sus gobernantes.
Una de las críticas recurrentes en las redes sociales se sintetiza con el siguiente comentario: “No se necesita humildad de los políticos; se necesitan políticos que hagan bien su trabajo, para que más personas puedan salir de la pobreza y dejar de vivir humildemente”.
Derivado de lo anterior, asistimos a la conformación de un nuevo paradigma en el significado del liderazgo político. La ciudadanía está dispuesta a ignorar ciertos aspectos negativos de la reputación de los personajes políticos, o a pasar por alto el incumplimiento de algunas de sus promesas o compromisos, siempre y cuando reciba beneficios directos.
Los resultados electorales de los últimos años, en varios países, así lo refleja. Años atrás era muy difícil que un partido oficial ganara contundentemente una elección si se responsabilizaba a sus líderes de problemas graves en la economía, inseguridad o combate a la pobreza.
Hoy, la situación es muy distinta. Aún con equivocaciones en lo que se consideraba una buena reputación —o a pesar del incumplimiento de grandes promesas— el ejercicio firme, audaz y con determinación del poder se aprecia demasiado.
Personajes como Kamala Harris, Elon Musk, Yulia Navalnaya, Benjamín Netanyahu, Taylor Swift, Christine Lagarde, Ursula von Der Leyen o Donald Trump pueden ser todo, menos humildes. Podría parecer una provocación, pero tampoco Mahatma Gandhi ni la Madre Teresa de Calcuta habrían cambiado la historia si hubiese predominado en su comportamiento la humildad o la sumisión en sus acciones.
¿Por qué, entonces, se habría incorporado a la presidenta Sheinbaum en las listas referidas, si la humildad fuera uno de sus atributos principales? ¿Acaso quienes llegaron a esta conclusión decidieron reconocer en forma indirecta al pueblo de México, porque su modestia no le permitía recibir tales reconocimientos?
Por supuesto que no. Las nominaciones de la Dra. Sheinbaum se hicieron por ser un personaje de poder, una lideresa que ha demostrado potencial y que tiene futuro. El problema principal de la mala interpretación surgió por la confusión que aún prevalece entre humildad y sencillez.