“Nunca habíamos visto tanto sufrimiento concentrado en un solo lugar”: Martin Griffiths, jefe humanitario de la ONU.
Desde el ataque del 7 de octubre de 2023, cuando Hamás irrumpió en Israel matando a más de 1,200 personas y tomando rehenes en la región, en la actualidad se vive su episodio más sangriento en décadas. Israel respondió con una ofensiva militar a gran escala sobre Gaza, que hasta hoy ha dejado 38,295 palestinos muertos, según datos del Ministerio de Salud de Gaza. De ellos, más de 9,750 son mujeres y al menos 15,840 son niños. Israel justifica los ataques bajo el argumento de que el grupo islamista se esconde entre la población civil, y aunque afirma haber eliminado a cientos de combatientes, el costo humano es abrumador.
Desde su declaración de independencia en 1988, Palestina ha buscado el reconocimiento de la comunidad internacional como Estado, y aunque 147 países de los 193 miembros de la Organización de las Naciones Unidas ya lo hacen, potencias como Estados Unidos y varios de sus aliados, aún no. Sin embargo, los ataques masivos de Israel sobre Gaza pueden derivar en un cambio geopolítico si Canadá, Francia y el Reino Unido reconocen al Estado Palestino, como lo han anunciado. Ello dependerá de si Israel establece un cese al fuego antes de septiembre, cuando se celebrará la próxima asamblea general de la ONU.
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Las consecuencias de ello serían significativas porque el respaldo incondicional y unánime de las potencias occidentales a Israel, terminaría. El reconocimiento a Palestina de miembros del G7 y del Consejo de Seguridad de la ONU, aumentaría el aislamiento internacional de Israel al mismo tiempo que reforzaría la legitimidad del reclamo palestino e incluso, facilitando el avance de procesos legales por crímenes de guerra o violaciones del derecho internacional humanitario. Además, otros países, ahora han sido cautelosos, como Alemania, Australia o Nueva Zelanda, pero podrían sentirse alentados a seguir el mismo camino, ampliando el respaldo global al reconocimiento de Palestina.
En el campo israelí, Benjamin Netanyahu tampoco lo tiene fácil, ya que enfrenta una creciente presión interna por su manejo del conflicto y por la falta de un plan claro para el “día después”. Familiares de los rehenes exigen un alto al fuego y miles protestan cada semana en Tel Aviv y Jerusalén, no necesariamente por empatía hacia Palestina, sino por agotamiento social, inseguridad y rechazo a su coalición ultraderechista, y aunque su base más radical lo sostiene, el desgaste político es evidente.
Ante el cúmulo de imágenes de las víctimas gazatíes: bebés, niños, mujeres, ancianos y hombres, muchos queremos ayudar. El canal regular son las organizaciones humanitarias como UNICEF, Cruz Roja, Médicos Sin Fronteras o el Programa Mundial de Alimentos. El problema es que la ayuda está siendo bloqueada sistemáticamente por las fuerzas de Israel restringiendo el paso de camiones, combustible y suministros. La ONU ha denunciado que sólo una fracción mínima de la ayuda solicitada logra entrar, y que los convoyes han sido incluso blanco de ataques. En este contexto, lo que queda es ejercer presión a nuestros gobiernos para que exijan que Israel abra corredores humanitarios permanentes.
Es difícil y quizás injusto tomar partido por unos u otros. El conflicto israelí-palestino es añejo y complejo, y hay parte de responsabilidad en cada uno de los involucrados, pero en lo que no podemos dudar es en estar del lado de las poblaciones civiles y en contra del exterminio de cualquier Nación. Lo que estamos viendo en Gaza es un exceso ante el cual no podemos dejar de alzar la voz y aunque, frente al poder de fuego, las exigencias de resolución de controversias por la vía pacífica y en el marco del derecho internacional, puedan parecer ingenuas, son más necesarias que nunca.
