INE

INE: Los nuevos tiempos

El INE tendrá que demostrar su autonomía del poder político y de cualquier partido; su imparcialidad y libertad de gestión están en la ley, por lo que debe trabajar en favor de la democracia. | Joel Hernández Santiago

Escrito en OPINIÓN el

El Instituto Nacional Electoral (INE) -antes Instituto Federal Electoral (IFE)- nació por la desconfianza. Digamos que es una institución autónoma que fue creada para cuidarle las manos mañosas a políticos que hacían chanchullo en toda elección, de todo partido y de toda agrupación política u organización interesada, en el país y en los estados de la República.   

Aquellos tiempos del “ratón loco”, de “urnas rellenas”, de “acarreos inmedibles”, de “falsificación de boletas y actas de triunfos falsos” e incluso de violencia electoral durante los procesos electorales y el día de los comicios… Había tanto que cuidar y anular, por eso surgió esta instancia de seguridad electoral.

Y los mexicanos la recibimos con mucho gusto y confiados en que de entonces y en adelante podíamos tener la confianza de que alguien coordinaría los procesos electorales con sabiduría, justicia, pluralismo a toda ley, democracia-democracia-democracia, que era el grito nacional luego de una dictadura de un solo partido durante décadas en el siglo XX. 

Esto es: en 1990 se llevaron a cabo reformas a la Constitución en materia electoral. Por entonces, el Congreso de la Unión expidió el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) y ordenó la creación del Instituto Federal Electoral (IFE), “a fin de contar con una institución imparcial que dé certeza, transparencia y legalidad a las elecciones federales”. Se subrayaba entonces lo de la imparcialidad, la transparencia y la legalidad. Es la firma de su acta de nacimiento. 

En adelante se creó la figura de los Consejeros Electorales que garantizarían los trabajos electorales apegados a la ley electoral y apegados a la Constitución. Se reforzó la autonomía e independencia del IFE al desligar por completo al Poder Ejecutivo de su integración y se reservó el voto dentro de los órganos de dirección para los consejeros ciudadanos.

El 10 de febrero de 2014 se rediseñó el régimen electoral mexicano y transformó el Instituto Federal Electoral (IFE) en una autoridad de carácter nacional: el IFE se transforma en el Instituto Nacional Electoral (INE), a fin de “homologar los estándares con los que se organizan los procesos electorales federales y locales para garantizar altos niveles de calidad en nuestra democracia electoral”. Además el INE se coordina con los organismos electorales locales para la organización de los comicios en las entidades federativas, luego Organismos Públicos Locales Electorales (OPLES).

Y así. Todo muy bonito. Muy prometedor. Muy a tono con las necesidades de democracia en el país. Porque precisamente toda actividad del INE se resume en fortalecer y sostener firme a la democracia mexicana. O por lo menos esa es la intención, aunque nuestra democracia sigue siendo una aspiración mientras no se consolide… 

Y durante mucho tiempo el INE fue una institución confiable, en la cual descansaba nuestra convicción y la seguridad de que todo saldría bien y que nada ni nadie se atrevería a tocar nuestra boleta electoral y nuestra decisión… 

Por supuesto no faltaron intentos de chanchullo, impulsos electorales desde el poder político. Abusos. Traiciones. Gastos extremos en favor de tal o cual partido o candidato… Pero frente a esa manía histórica de querer ganar aunque no se gane, estaban consejeros electorales y presidentes de la institución sin tacha y a carta cabal. 

Pero resulta que de un tiempo a esta parte mucho parece haber cambiado. De pronto ocurren cosas inauditas y antipopulares. Decisiones que los mexicanos de a pie observamos a pesar de que se nos diga que la ley es la ley … (o acaso habrá que repetir el apotegma del sexenio pasado: “¡No me salgan con que la ley es la ley!”).

Aprobar, por ejemplo que en la elección para renovar el Poder Judicial fue transparente y sin mácula es a ojos visto una traición a la democracia y a la voluntad de la enorme mayoría de mexicanos que mostraron su rechazo al no acudir a las urnas, lo que también tiene un significado político. 

¿Y los acordeones inductivos? ¿Qué pasó ahí? ¿Y las campañas subrepticias desde el poder político? ¿Y la tómbola electoral? ¿Y los apoyos desde Palenque para conseguir posiciones supremas en el Judicial? Resultado: sí es válida la elección.

¿Y qué tal lo de Pío López Obrador? El de los sobres-vivientes… Pues nada, dice el INE que después de cinco años “de investigación” no encontraron evidencias de delito electoral. Que ahí no pasó nada. Que no recibieron información de la autoridad fiscal y por lo mismo se quedaron con lo que tienen… ¿Y qué no pudieron declararse improcedentes en vista de las puertas cerradas? ¡Vaya pues! 

Y tanto más que ha ocurrido en los años muy recientes en los que la confianza en esta institución se va perdiendo lenta pero inexorable a la vista de lo que parece ser una parcialización de sus decisiones, incluso consejeros defendiendo la posición de sus familiares en el gobierno y votan en este sentido… ¿Qué hacer?

¿No se decía que el INE sería autónomo en su gestión y en sus decisiones? ¿No se decía que la imparcialidad sería el sello de distinción de un organismo creado por los mexicanos, pagado por los mexicanos y construido a partir de la sabiduría de los mexicanos?

¿Tiene el INE espacio y tiempo para recuperar la confianza nacional? Si, sí la tiene. Pero para ello el INE tendrá que demostrar su verdadera autonomía del poder político y de partidos en particular. Su imparcialidad. Su libertad de gestión está en la ley. Y trabajar en favor de la democracia y no en favor del momento político bajo presión o interés. 

Ya se sabe que la historia no es esa tía buena que todo lo ve y todo lo perdona. Todo estará a la vista, al portador un día. La Institución y su gente habrán de rendir cuentas en algún momento.

Joel Hernández Santiago

#JoelHernándezSantiago