Durante muchos años existió una enorme central de abasto en el mero centro histórico de México: La Merced. Era un lugar de vida activa desde la madrugada y hasta muy tarde todos los días del año. Así fue durante cuatro siglos, desde su origen en el siglo XVI hasta su reemplazo por la Central de Abasto en Iztapalapa en 1982.
Aquel bullicio matutino, feliz, de convivencia, de compra y venta de mercancías de todo tipo, para el hogar o para el comercio, era un ejemplo de cómo los mercados del país unen a la población y le dan sentido de unidad y pertenencia. Así era La Merced en donde se resumía toda la República mexicana, en la que se encontraba “de todo” para todos. En donde se podía regatear con las marchantas o marchantes y en donde los cargadores gritaban con estruendo “¡va el golpe!”.
Había aromas de todo tipo. Aunque predominaban los olores a frutas, a vegetales, a especias, a dulces… a los distintos productos que estaban ahí dispuestos para su venta “al mayoreo o al menudeo”. Esto era así porque sobre todo acudían comerciantes de mercados de barrio en la madrugada, para comprar lo que sería su venta.
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Se puede decir que La Merced era un lugar feliz; un enorme mercado con larguísimas calles en las que había puestos de venta, pero también había un enorme número de bodegas en los que se almacenaba y se vendían los productos más insospechados, pero sobre todo alimentos.
Pero lo dicho, en 1982 siendo regente del Distrito Federal Carlos Hank González, se decidió que gran parte de la distribución de productos para abastecer a la capital del país se trasladara a Iztapalapa. Un cambio radical y doloroso para muchos. Pero ahí están ambos: la nueva Central de Abasto, cuya inmensidad lo hace ser el mercado de abasto más grande de América Latina…
Y se quedó La Merced a merced de sí misma. Se quedó el recuerdo. Se quedó el sonido de quienes ya no estaban para pregonar sus productos o las ofertas a todo pulmón o los aromas ni los marchantes y las marchantas, los “diableros” se fueron de ahí porque ya no tenía sentido su esfuerzo cotidiano.
Y se quedaron durante mucho tiempo-años, los comerciantes que mantenían ahí sus bodegas, en aquel enorme espacio que estaba delimitado en torno a la intersección de la avenida Anillo de Circunvalación con la avenida San Pablo. Con calles como Alhóndiga, La Santísima, Roldan, Carretones y tantas más y en cuyas calles hay joyas de la arquitectura colonial, iglesias, templos, ex conventos… Una joya La Merced.
Si. Pero ya no. Resulta que de un tiempo a esta parte La Merced se ha transformado de aquella vivacidad que caracteriza a los mercados en México y de los que dijera el republicano español José Moreno Villa a su llegada al país que, si se quería conocer a México y a los mexicanos, habría que recorrer sus mercados, en particular el de La Merced. Ahí –dijo- están el resumen y la esencia mexicanos.
Por desgracia hoy sus calles y sus bodegas se han transformado, tienen nuevos habitantes y nuevos intereses, nada vinculado con la historia y la cultura de México. Nada qué ver con nuestro orgullo de origen y linaje. Nada con nuestros recuerdos y presencias: hoy sus calles, sus pasillos, sus rincones, sus lugares, sus bodegas están plagadas-inundadas-invadidas de productos chinos. Y de gente de aquel país. Que ahora, instalados en el lugar, llegan a pagar hasta 70 mil pesos al mes por bodegas que antes costaban a locatarios mexicanos entre 14 y diez y seis mil pesos mensuales. El desplazamiento es más que evidente. Gentrificación.
El centro mismo de la capital está atiborrado de comercios y calles llenas de productos chinos de toda especie. A un lado del Palacio Nacional de México, en la calle de La Moneda y en Corregidora están los productos chinos a diestra y siniestra. Hoy la clientela de estos productos acude a La Merced o a Izazaga 89 o a estas calles, para comprarlos baratos aunque la calidad no sea la mejor.
Y no, no se trata de xenofobia en contra de los habitantes chinos de estos lugares que ahora ya son multitudes (¿cómo llegaron a México? ¿Se tiene registro de cuántos son? ¿Pagan los impuestos correspondientes por su comercio?) y cómo es que entra tanta mercancía china a territorio nacional. ¿Por dónde? ¿Quién tiene el control de toda esta?
Porque el fenómeno de la venta de productos chinos está en todo el país: “Made in China” es una leyenda ya usual en la mayoría de los productos que se adquieren en calles, locales, mercados y hasta en los grandes almacenes exclusivos, muchos de sus productos son hechos en China.
Este desplazamiento de los productos mexicanos está a la vista. Y muchos los adquieren en las bodegas de mercancía oriental y los revenden en mercados, tianguis, puestos de comercio informal en cualquier calle.
Este comercio chino hace que lo mexicano prácticamente desaparezca, a pesar de la promesa del Secretario de Economía, Marcelo Ebrard, de presumir y estimular los productos “Made in México”.
La Jefa de Gobierno de CDMX, Clara Brugada, con una tibieza inaudita prometió y presentó algunos lineamientos para regular los precios de la vivienda en donde la gentrificación está asolando a los mexicanos que pagan en moneda nacional y en base a salarios establecidos en México.
Cuidar y defender a lo mexicano será una forma de garantizar la fortaleza económica del país, pues las ganancias, a diferencia de los chinos, sí se quedan en México. Fortalecer el predominio de lo mexicano y defender sus espacios de vida es tarea urgente. Salvar a La Merced es urgente.
Los chinos pueden convivir con tranquilidad con los mexicanos. No volverá a ocurrir la expulsión de chinos del territorio nacional que ordenó Plutarco Elías Calles durante su gobierno (1924-1928). No. Pero se tiene que regular la llegada de su mercancía por vías legales, su venta con el pago de los impuestos correspondientes y que la Secretaría de la Competencia haga lo suyo para que el comercio mexicano tenga preeminencia en su propio país.
