Morena es sin duda el partido político más importante que ha surgido en décadas en México. Su fortaleza fue resultado de tres piezas: el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador, que construyó un liderazgo único; una estructura territorial efectiva para movilizar el voto; y una narrativa que vendió a la población que Morena era una fuerza política con una ética distinta. Pues bien, hoy dos de esas tres piezas ya no están en escena.
Si bien en el caso de AMLO es una sombra que está y no en la vida pública, su ausencia pública pesa, en especial, por el desfonde de la tercera. Hoy Morena se quedó sin narrativa. Y los ejemplos sobran.
En las últimas semanas, como quedó registrado en columnas previas, Morena vivió la peor crisis reputacional por el escándalo de Adán Augusto López que hoy sigue como coordinador parlamentario; a eso siguió el verano de lujo de los cuadros morenistas -como Mario Delgado, Ricardo Monreal, Andy López Beltrán- que se pasearon por Portugal, España y Japón, lo que detonó no solo miles de críticas de externos sino hasta llamados de atención de la presidenta de la República y de la dirigente de Morena, las cuales quedaron como llamados a misa a la que nadie acudió.
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Por si fuera poco, el verano trajo el brutal secuestro de una maestra jubilada en Veracruz, que no solo se sumó a la lista de crímenes impunes, sino que fue minimizada por Rocío Nahle, una gobernadora que mostró nula empatía frente a la tragedia.
En estas semanas Morena ha acumulado un desfile de casos que convirtieron en letra muerta aquello de no mentir, no robar y no traicionar. Por supuesto, no son los primeros casos. El final del sexenio pasado estuvo marcado por las denuncias periodísticas de corrupción en el entorno cercano de AMLO. Y capítulos como el de la exoneración de Cuauhtémoc Blanco -en la actual administración de Claudia Sheinbaum- ya habían puesto en duda la narrativa morenista.
Pero este desfile de escándalos, combinado con una -real o percibida- debilidad presidencial, muestran a un grupo de políticos que se sabe en la “plenitud del pinche poder” -citando a Fidel Herrera-, y que sabe que puede hacer lo que quiera sin pagar consecuencias, ni entre la opinión pública, ni entre la clase política, pues la presidenta no sólo no castiga a nadie sino que hasta termina por defenderlos, así sea de las acusaciones contra Adán Augusto o por las críticas ante el estilo de vida alejado de la austeridad y la “justa medianía”.
El fenómeno no es nuevo, solo que antes estaba la figura de López Obrador que cada mañana entregaba dos horas de propaganda, y establecía la agenda pública a su alrededor. Hoy, ese manto protector ya no existe, y las incongruencias entre el relato y la realidad están a la vista de todo mundo, como un antro visto con luz de día, al que se le ve la decadencia.
