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El Premio Nobel de la Paz 2025 es para…

En un mundo marcado por crisis y polarización, el Premio Nobel de la Paz continúa recordándonos que la cooperación, la empatía y el compromiso ético son herramientas imprescindibles para transformar nuestras sociedades. | Cristopher Ballinas

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En las últimas semanas, distintos medios escritos y digitales circularon nombres y argumentos sobre posibles candidaturas al Premio Nobel de la Paz, provocando un amplio debate público. Muchas de estas propuestas se centraron en acciones recientes de alcance internacional, atribuyéndoles méritos que, para algunos sectores, justificaban su postulación. Sin embargo, más allá de los nombres, lo que se desató fue una ola de escepticismo y suspicacia sobre los verdaderos criterios del premio, su funcionamiento, sus objetivos, y, sobre todo, su prestigio como reconocimiento global. Este tipo de controversias evidencian lo fácil que es trivializar una distinción concebida como símbolo de ideales profundamente éticos y universales.

El Nobel de la Paz, formalmente The Nobel Peace Prize, es uno de los reconocimientos más importantes del mundo, creado por el inventor y filántropo sueco Alfred Nobel en su testamento de 1895. A diferencia de los demás premios Nobel, que se entregan en Estocolmo bajo el mandato de academias suecas, el de la Paz se otorga cada 10 de diciembre en Oslo, Noruega, por un comité designado por el Parlamento noruego. La decisión de Nobel de establecer este premio tiene un fuerte peso simbólico: al haber amasado su fortuna gracias a la invención de la dinamita, consideró fundamental dejar un legado que promoviera justo lo contrario a la destrucción: la paz, el diálogo y la hermandad entre las naciones. Desde su primera edición en 1901, el Nobel de la Paz no solo reconoce logros concretos, sino que también actúa como termómetro moral de la humanidad, reflejando las esperanzas, tensiones y contradicciones de cada época.

El primer galardón fue compartido por dos figuras que marcaron una época: Jean Henri Dunant, fundador del Comité Internacional de la Cruz Roja, y Frédéric Passy, economista francés y ferviente pacifista. Desde entonces, han sido reconocidas personalidades como Martin Luther King Jr., Malala Yousafzai, y Nelson Mandela, todos ellos figuras que, con distintos enfoques, impulsaron procesos transformadores desde la no violencia y la justicia social. El proceso de elección es riguroso y reservado: expertos, parlamentarios y organizaciones acreditadas presentan candidaturas antes del 31 de enero; el Comité Nobel Noruego estudia cada postulación a lo largo del año, y anuncia su decisión en octubre. 

Pero, como todo símbolo global, el Nobel de la Paz no ha estado exento de controversias. Desde el cuestionado premio a Barack Obama en 2009, hasta las críticas a galardonados como Henry Kissinger o Aung San Suu Kyi, el debate sobre los méritos reales, los tiempos políticos y el verdadero significado de “paz” ha sido constante. 

El Premio Nobel de la Paz no debe ser entonces una distinción circunstancial ni debe ser utilizado como moneda de cambio en juegos de poder o intereses particulares. Representa una responsabilidad colectiva que trasciende cualquier uso oportunista, ya sea como gesto de adulación, acto de complacencia política o estrategia de legitimación simbólica. No es un reconocimiento para halagar egos ni para adornar discursos, sino un llamado profundo y ético a construir un mundo más justo. Su verdadera esencia radica en promover un ideal de paz que no se limite a la mera ausencia de conflicto, sino que se fundamente en la justicia social, la equidad, la inclusión y la dignidad humana.

Hoy, más de un siglo después, recordar este origen del Nobel de la Paz es también una invitación a preguntarnos si seguimos defendiendo esos valores o si los hemos relegado en un mundo cada vez más polarizado. Hay que asumir que construir la paz es una tarea cotidiana que empieza en nuestras decisiones más pequeñas y que nunca puede darse por sentada. En un mundo marcado por crisis y polarización, este galardón continúa recordándonos que la cooperación, la empatía y el compromiso ético son herramientas imprescindibles para transformar nuestras sociedades.

Cristopher Ballinas

@crisballinas