¿El gobierno de Claudia Sheinbaum ganó con la elección del Poder Judicial? Sin duda. Con su reforma se deshizo de contrapesos y voces incómodas, ocupó cada posición importante con personas afines, y Morena tiene, al menos por la siguiente década, un claro control de la justicia en el país.
Sin embargo, el gobierno de Claudia Sheinbaum también perdió, pues la elección en su conjunto empezó mal y terminó peor. El nuevo Poder Judicial nació con un problema de legitimidad evidente. La culpa, claro, es de los medios. De esos que señalaron primero que a Morena no le alcanzaban los votos para aprobar la reforma y luego documentaron la compra de senadores para sacarla adelante.
Los mismos que después exhibieron los problemas de los comités de selección, las campañas adelantadas de algunas ministras ahora reelectas, los ridículos de las campañas tiktokeras y, por supuesto, la operación de los acordeones.
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Quizá por todo eso —entre otras cosas— la población dijo que no. Que, pese a su enorme vocación democrática, esta vez no acudiría a las urnas. Y otra vez, algunos medios tuvieron la mala leche de documentarlo. Medios que, en vez de celebrar la participación de 12 millones, pusieron el acento en el 88 por ciento de abstención; periodistas que consignaron que, oh sorpresa, el resultado final de la elección fue el mismo que el de los acordeones; diarios que señalaron que quienes llegaron, pues, son muchos de los que ya estaban.Find
Por todo eso, la reforma nació tocada de origen. Con mucho dinero y operación de por medio, pero con una bajísima legitimidad. Porque el proceso fue tramposo, enredado, sucio y desairado.
Frente a eso, el gobierno está en busca de una fuente de legitimidad de la cual echar mano. Las columnas que dicen que estuvo muy bien que votaran 12 millones —y no solo una persona, como antes— no alcanzaron a convencer. Quizá porque, bajo esa lógica, ninguna ley sería legítima, pues “solo” la aprueban los 628 legisladores federales.
De ahí que naciera una entusiasta corriente que propusiera como idea estelar —de la mano de algunos medios— la llegada de una persona indígena a la presidencia de la Suprema Corte. Se trata de cambiar el foco: de los (pocos) electores, a la virtud de los elegidos. Y en esa línea —ya está cantado— habrá amplias coberturas sobre las nuevas formas de los recién electos: de su nuevo estilo y hasta de su forma de vestir.
Porque hay que encontrar la manera de que las nuevas autoridades no solo sirvan para tener el control, sino que se les reconozca como actores legítimos para ejercer su poder.
Veremos si les resulta. Y si los medios, como hicieron durante todo el proceso, siguen de aguafiestas señalando inconsistencias y contradicciones, y se mantienen como esos actores capaces de exhibir todo lo que esté mal, aunque eso les valga críticas y presiones desde el gobierno federal.
