FEMINISMO Y TRANSFEMINISMO

Fanfarrias para el encuentro de dos afluentes: feminismo y transfeminismo

El movimiento transfeminista abona a los propósitos del feminismo histórico. | Teresa Incháustegui

Escrito en OPINIÓN el

Desde que comencé la lucha en las primeras organizaciones del movimiento LBTQ+ a fines de los años setenta, tenía claro que las identidades heteronormativas de hombres y mujeres y  la rigidez de los estereotipos y de la sexualidad, eran algo que ocultaba realmente un fluido más amplio en la sexualidad y que la homosexualidad es algo natural, latente y presente en todos los seres humanos. Las investigaciones e informes de A. Kinsey (1940-1950) apuntaban en esa dirección. Hoy sabemos que 40% de las especies de mamíferos tienen relaciones homosexuales de manera regular y moderada, aunque incrementa su frecuencia en temporadas de apareamiento.

En aquel momento también estaba convencida que la rigidez de las identidades y sexualidades binarias heteronormativas entrañaba además un sistema de opresión de las mujeres. En ese momento creí, creímos muchex, que el trabajo que teníamos que hacer en las organizaciones del movimiento LGBTQ+, para superar la opresión, la negación y patologización de la homosexualidad pasaba por la liberación del deseo y que un mundo libre sería un mundo de personas plenas, realizadas, sin hombres, sin mujeres, sin etiquetas ni identidades fijas. Un mundo de personas sin ninguna identidad sexo genérica, donde el amor no estaría encasillado, ni los cuerpos y el deseo enjaulados; un mundo donde se pudiera amar a las flores, a los animales, a les vecinex, sin distinción ni apegos. Nuestra brújula era Wilhem Reich y nuestro mantra el orgasmo. Nuestros lemas:  que el cuerpo era espacio de lucha política y que no había libertad política sin libertad sexual.

Esta convicción de la fluidez de lo femenino y lo masculino presente en todes, todas, todos, estuvo en el origen de mi decisión de ingresar al FHAR, con la idea de deconstruir colectivamente mi sexualidad y mi homosexualidad con los-les demás integrantes del Colectivo, en su mayoría hombres gay y travestis, que desde esa perspectiva tenían que descubrirse también femeninos. Pero no solo por la asunción de vestimenta, modales y deseos, sino también en su sensu-sexualidad, su corpo-emotividad. Pero el momento no estaba para eso, las razias y la represión social apuntaban a la defensa y el deseo falo céntrico, ocupaban todo el espacio de la reflexión y prácticas colectivas. Salí del FHAR e ingresé a OIKABETH organización exclusiva de mujeres lesbianas, con la misma idea de desmontar la represión interna, las culpas y el miedo que nos invadían, pero el momento de Big-Bang, de destape, de salidas masivas del closet, de encuentro con otras, ocupaba todo nuestro deseo y energía. Con el paso del tiempo, a diferencia de este proceso de romper las etiquetas y arrancarse la Letra Escarlata de la frente, asistí a la formación de una diversidad de identidades sexuales, pero también de diferencias políticas. El movimiento se pulverizó en un conjunto de grupos, cada uno un gueto en sí mismo. 

Hoy el panorama es potencialmente distinto. La liberalización de las sexualidades diversas y homoeróticas, una vez pasados los quince años del pico la epidemia rosa (1980-1996) que dispersó, pero también hizo madurar a las organizaciones del movimiento, vino de la mano de la proliferación de bares en la Ciudad de México a partir del nuevo siglo. Las empresas y organizaciones de la vida nocturna en la Ciudad vieron en la marcha una oportunidad para promover su presencia entre la población gay, incorporando carros alegóricos y publicidad, en un ambiente que ya no era de protesta, proclamas y reivindicaciones, sino una marcha festiva, auto afirmativa, que exhibía los cuerpos y la sexualidad de la población LGBTQ+ , con gran atractivo para el público y con creciente presencia de los medios. Aunque la reivindicación política amainó, la normalización de las identidades y sexualidades diversas avanzó.  

En la primera década del siglo, la demanda de la diversidad sexual se retomó políticamente, con el triunfo de la izquierda en la Ciudad de México y vinieron de la mano, las propuestas pro-derechos. Primero, con la creación de las Sociedades de Convivencia (2006) que reconocía legalidad a uniones entre personas del mismo sexo, otorgándoles derechos y obligaciones similares a los del concubinato hetero; después la Ley para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (2011); el llamado Matrimonio Igualitario (2010), la reforma a la Ley del Seguro Social para parejas del mismo sexo (2012). Finalmente, las Ley para el Reconocimiento y la Atención de las Personas, LGBTTTI (2021) establece las bases para proteger y garantizar todos los derechos de las personas de la diversidad, incluyendo la elección de la identidad, la seguridad tanto individual como colectiva. Hoy, el movimiento transfeminista es no solo un actor social reconocido, sino una oportunidad para cuestionar los esquemas binarios, aún dentro de sí mismo.  

Este actor no es, sin embargo, bien entendido por una parte de los feminismos, que lo identifica como competidor/a/e y beneficiario sin méritos propios, de logros y conquistas del movimiento feminista, como son las cuotas o las acciones afirmativas logradas por el feminismo. Mientras el hecho de que, en el transfeminismo, se alineen las variantes de identidad, en una nomenclatura que coloca a las personas cuya identidad de género coincide con el sexo que se le asignó al nacer, como cisgénero (aunque pueden ser hetero, homo o, bisexual, etc.) al tiempo que se hable de personas gestantes, en referencia a lo que puede acontecer a los hombres trans, se toma como afrenta al feminismo que ha re construido conceptual e histórica y políticamente la reivindicación del sujeto femenino, a partir de la categoría social de mujeres.

En lo personal, no me parece relevante desde el punto de vista político, ni del proyecto histórico de los feminismos, que la transitividad de las identidades sexuales puede llevar, “al borrado de las mujeres”. Esta es una lectura fijada en lo coyuntural, como coyuntural y transitoria es la extensión de la nomenclatura de la performatividad sexo genérica o idento-erótica, en proceso de diversificación, construcción y fluidez, que vivimos hoy y que se recupera en las letras del acrónimo que identifica el movimiento. Lo relevante de la extensión de esta nomenclatura en la que cada tanto se agrega una letra más, es la descentralización del deseo y la multiplicación de las formas y objetos amorosex, a la que asistimos, tanto como la difuminación del sujeto sexual ya no es hombre, ni mujer, ni animal ni quimera.  

El alineamiento serial de estas expresiones de la identidad, es aún una suerte de minoritización. Un enlistamiento que se coloca todavía entre puntos suspensivos, en los márgenes de las identidades sexogenéricas heteronormativas. Una fragmentación o compartimentalización -interesadamente inducida por el multiculturalismo- de un continuum de identidades y sexualidades contemporáneas, que muestran en realidad que, en conjunto y a secas, la sexualidad y el deseo son múltiples e inabarcables. Su significado más radical es que el binarismo es una jaula de hierro, sobrepuesta al deseo y a las expresiones múltiples y diversas de las identidades humanas, de las formas y objetos que se pueden amar. No hay nada más allá, aunque eso es muy poderoso.

El feminismo histórico, los feminismos, no pueden, no deben verse amenazados seriamente por eso. Su radical por originario anclaje,  es el develamiento que vivimos actualmente y desde hace siglos en una bifurcación sexista enyesada, donde las estructuras sociales colocan a las mujeres, en una subcategoría social -el segundo sexo de Beauvoir- en la base de una pirámide de poder desde donde su papel y su lugar se ha definido en función de los otros y para los otros. En el marco de una desigualdad estructural que mantiene a las personas definidas como mujeres en lugares específicos de subordinación y trato discriminatorio, que se segmenta ciertamente por clase social, raza, edad, pertenencia étnica, etc.  Pero que mantiene al conjunto de mujeres -más allá de todas las diferencias- muchos escalones abajo, respecto al conjunto de los hombres, en materia de distribución de bienes, beneficios, reconocimiento, decisiones, poder, oportunidades, rendimientos, goce y disfrute. En esta tesitura el transfeminismo puede asumir la performatividad sexo-genérica, pero no borrar la categoría social en la que la existimos las mujeres

El transfeminismo es una oportunidad para cuestionar esos esquemas identitarios rígidos. Útil para que las mujeres se auto borren de ese mapa binario y se asuman como simples y llanas personas. Sin cargas, sin las “obligaciones propias de su género”, sin la parafernalia de la moda, sin los afeites y el compulsivo mandato de la belleza,  del agrandamiento obligatorio a los otros, sin el mandato del servicio altruista, sin la carga de la maternidad intensiva, sin las obligaciones sexuales heteronormativas. Es también una ruta para que los hombres CIS se despojen de “su casco de ira, del ropaje de fiebre,  los cinturones de rigidez y miedo que los aterra y con los que aterran” y, que abandonen “el lacerado ejército masculino de los seres que son y están siempre armados, que se ablanden se afeminen, en la blandura de un nuevo mundo edénico”, que declara Tomás Segovia, en el poema más feminista y deconstruccionista de la masculinidad que he leído (1).

Esto no implica que se elimine lo femenino y lo masculino, pero sí que los acervos, colecciones, potencias y acopios experienciales, prácticos, emocionales, físicos, psíquicos, intelectuales, hasta ahora sexistas, dejen de estar polarizados e inscritos rígidamente en los cuerpos y en el psiquismo de hombres, mujeres y se conviertan en fondos y haberes para humanes post-binaries; luego de una escrupulosa criba de prejuicios. Desde esta perspectiva el movimiento transfeminista sin duda abona a los propósitos del feminismo histórico.

1. Poema Dime Mujer de Tomás Segovia (1927-2011) Ver en https://www.poemas-del-alma.com/tomas-segovia-dime-mujer.htm

Teresa Incháustegui 

@terinro