CARLOS MONSIVÁIS

Nostalgias de Monsiváis

Marta Lamas y Rodrigo Parrini eligieron convocar a 36 personas a escribir un testimonio, el cual se reúne en el libro “Nostalgia”, son 36 miradas tan diversas que intentan aprehender a un Monsiváis que sin duda, contiene a varios. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

Aprehender con palabras a un malabarista de las palabras. No es un reto menor. A un ser que se deslizaba en patineta de la “cultura popular” a la llamada “alta cultura”. De María Luisa Landín a María Callas. De Dickens a Tin Tan. De los pensamientos más disruptivos y complejos a las luchas libres. Un coleccionista de objetos (“que me recuerdan la infancia que no tuve”) y de conocimientos. Un hombre de izquierda, activista estudiantil, feminista, defensor de la minoría LGBTTQ quien, mientras se partía en cuatro por sus causas, declaraba: “Tengo el imbatible récord de que ninguna de las causas que he apoyado ha ganado”, pero perseveró con esa disciplina antigua que, de niño, lo llevó a aprenderse de memoria la Biblia. Además, para su júbilo y su sorpresa, algunas de sus causas fueron ganando -más y más- lo que él llamaba “la batalla cultural”, esa, aclaraba, que precede al triunfo de “la batalla política”. 

Carlos Monsiváis, como escribe Rodrigo Parrini: “acompañó a una generación que debió abandonar las provincias y que nunca podrá regresar a ellas, provincias políticas, mentales, sexuales, estéticas”, es una excelente descripción. Venía él mismo de las provincias: las colonias en las que creció en los años cuarenta, tal y como las describe en su “Autobiografía” escrita por demanda y publicada a sus 28 años. Monsiváis murió hace 15 años. 

Entre los encuentros para extrañarlo y celebrarlo, los antropólogos Marta Lamas y Rodrigo Parrini eligieron convocar a 36 personas (de distintas disciplinas y grados de cercanía con Monsiváis -yo fui una de las convocadas-) a escribir un testimonio, , el cual se reúne en el libro “Nostalgia de Monsiváis”. 36 miradas tan diversas que intentan aprehender a un Monsiváis que sin duda, contiene a varios. Tan vasto que se nos desliza entre los dedos, porque difícilmente una persona tiene tantas facetas y aún más difícil: tan vividas y trabajadas cada una de ellas. Más sus secretos. Sus indecibles. Todo lo que nunca nadie va a saber. Hay constantes en los análisis, por supuesto: su memoria prodigiosa. Su capacidad de trabajo. La amplitud de sus intereses. Sus activismos. Su humor negro tan disfrutable y tan temible. Su don de la palabra y el de quien parece haberlo leído todo y recordarlo. Esa especie de don de la ubicuidad que le permitía estar en tantos espacios en un mismo día. Su vida siempre a la izquierda. Su pasión por los gatos. Nos deslizamos hacia las voces que lo extrañan, que lo nombran. 

La gratitud y la pasión confesa de Marta Lamas hacia Monsiváis: “Así inició lo que con el tiempo se convertiría en la mayor dependencia intelectual y política que he tenido con otro ser humano”. Ese acompañamiento que duró tantos años y en el que ambos construyeron, no solo una amistad entrañable, sino esos proyectos en los que Monsiváis ejercía lo que él mismo definió como: “La alternancia de su misoginia con una encendida defensa del feminismo". En 2013, Marta publicó una recopilación de textos feministas de Monsiváis con el título: “Misógino feminista” con un prólogo en el que nos narra la participación de Carlos en el movimiento desde sus comienzos en los años setenta.

Rafael Barajas “El fisgón” y su análisis de Monsiváis como intelectual público, defensor de las causas perdidas: “aquellas en la que “la noción de ‘cumplir con el deber’ es recompensa suficiente”. Rafael, junto con Elenita Poniatowska, crearon un libro delicioso para niños “Sansimonsi”, la historia del escritor convertido en un gato con lentitos de intelectual y en convivencia con cantidad de gatos de todos los colores. Alejandro Brito y su descubierta junto a su amigo y maestro -entre tianguis, libros, cine y discos- de “la antisolemnidad como dimensión política”. Gabriela Cano y el análisis de las cartas que intercambiaron Monsiváis y su gran amiga Nancy Cárdenas, durante el tiempo en que él vivió en Inglaterra y fueron pensando juntos cómo podía darse el movimiento por los derechos LGBTTQ en México, a partir de las experiencias de los sucesos en Inglaterra y en Estados Unidos. 

La narración hilarante de Jesusa Rodríguez de ese día –un purgatorio para ambos- en el que le tocó llevar a Monsiváis a su fiesta de cumpleaños sorpresa, aterrada de que no apareciera, de que se desquiciara en el tráfico, hasta llegar al salón Margo donde por fin, todes fueron felices y Jesu respiro su alivio más hondo. Jenaro Villamil y su recreación histórica –muy minuciosa- del acompañamiento de Monsiváis a las causas de la izquierda, el movimiento lopezobradorista y la figura del escritor como “un precursor del pensamiento y de los ejes definitivos de la Cuarta Transformación”.

La narración íntima y familiar de Beatriz Sánchez Monsiváis, prima del escritor. El arte de Beatríz para acompañarlo, descifrar su escritura y pasarla en limpio por tantos años. Y cuando Monsiváis tocaba a la puerta de su recámara a mitad de la noche para preguntarle: “estás despierta”, evidentemente no, pero Beatríz se levantaba (con esa lealtad incondicional) a trabajar de inmediato mientras escuchaba el habitual (y tan inexacto): “solo serán diez minutos”. Carmen Boullosa quien llegó –muy jóven- a escucharlo en una reunión en la UNAM a la que no se presentó, pero que la escritora se cobró con creces espiándolo desde su sillón durante un largo vuelo nocturno. 

Fernando Rivera Calderón y su deliciosa descripción del célebre “don de la ubicuidad en el que al Monsiváis de la realidad se suma el de la leyenda urbana: “aparecer el mismo sábado a la misma hora en la Lagunilla, en el tianguis del Chopo, en el Bazar del Ángel de la Zona Rosa, en la presentación de algún libro que seguramente prologó, en un concierto de Marilyn Manson en el Palacio de los Rebotes y en el imaginario Callejón del Cuajo preguntando por Borola Burrón”; y en ese don abunda el texto de Juan Villoro: “Su impronta se multiplicó en los más diversos foros. Fue un eficaz correctivo del dogmatismo de la izquierda, un especialista en las formas de representar la realidad que van de Tin Tan a las vanguardias poéticas, un socorrido actor de reparto del cine nacional, un asesor telefónico de la sociedad civil, un conferencista non-stop que llegaba con un fólder donde las ponencias parecían reproducirse en forma más prolífica que sus trece o quince o diecisiete gatos”.

La celebración de Jesús Ramirez de esa memoria privilegiada de quien “lo había leído todo” y colocó en el centro el triunfo necesario y posible de las batallas culturales. Los textos de Julia de la Fuente y Consuelo Sáizar en el que narran -cada una a su manera- esa cena a la que fueron convocadas por Monsiváis para –con un tino sublime- presentarlas. El entrañable texto de Elenita Poniatowska que describe su desesperación, tantas veces, ante las fugas de Monsiváis, y su amor reincidente por el escritor. “Porque hay hombres únicos”, escribe. “Y Monsiváis es único”. 

Leo cada escritura y cada enfoque y todas esas emociones y regreso al comienzo del libro. Estas frases que me conmovieron mucho desde la intuición de Rodrigo Parrini: “Monsiváis habita paradojas que lo hicieron tan fascinante: fue amable e irónico, secreto y público, tímido y atrevido, religioso y laico, feminista y misógino; sabe de todo, emite juicios muy certeros, pero también guarda un silencio profundo, casi intocable”. 

María Teresa Priego

@Marteresapriego